En vez de filósofo, el personaje del título es un científico que experimenta con el cerebro humano. Al final de su vida, se arrepiente de haber dedicado todo su tiempo al estudio y el conocimiento y de no haberse dejado llevar por las pasiones. Al invocar a Mefistófeles, explorará sus perversiones y deseos reprimidos. El demonio que todos llevamos dentro.
Este viernes Cines Van Gogh retransmite esta producción de una de las óperas más representadas de la lírica francesa, solo por detrás de ‘Carmen’. Aunque vio la luz sin pena ni gloria en 1859 en París, su éxito fue fraguándose a medida que se expandió por Europa. Con la excepción de Alemania, donde ofendió por su banalidad: el libreto de Barbier y Carré (conocidos por ‘Los cuentos de Hoffmann’) prescinde de toda la carga filosófica del original. En su lugar, se centra en el enredo amoroso con Margarita, una joven incauta a la que corrompe.
El compositor la revisaría diez años después para ajustarse a los esquemas de la Ópera Garnier francesa. Sustituyó los diálogos hablados (propios de las comedias) por recitativos, e incorporó un requisito esencial: un pasaje de ballet. Esa tercera versión se convirtió en un clásico. Con ella abrió sus puertas el Metropolitan neoyorquino en 1883; en París llegó al millar de representaciones en 1894 (ahora han superado las 3.000); y en Covent Garden figuró en todas las temporadas hasta 1924.

La partitura de ‘Fausto’ entretiene con la variedad de sus cuadros y deslumbra con sus melodías arrebatadoras y espontáneas. Las líneas vocales imaginativas tiñen todo el discurso: de las piezas de los solistas (el aria de las joyas de la soprano) a los recitativos o los coros, como el de los soldados. Otro rasgo característico es su refinada instrumentación, en especial en el ballet de Walpurgis. Gounod dominaba la orquesta sin imitar a Wagner –más denso– ni a Verdi, menos dulce y sentimental. En su cuarta ópera construyó un sonido embriagador, fruto de la exquisita técnica, con detalles como esas cuerdas que tiemblan en la escena del balcón o el contundente órgano en el rezo de la iglesia. La influencia de sus estudios de Bach y el contrapunto se extiende a la obertura, cromática, con pocas notas que se cruzan y que nunca se resuelven, sin una tonalidad estable; simboliza cómo el protagonista no encuentra su lugar. También la armonía invoca a Mefistófeles, con el uso de la cuarta aumentada (o tritono), un intervalo prohibido en el medievo por su tensión sonora… y al que se llamó 'diabolus in musica'.
Gounod (1818-1893) parecía predestinado a esta obra. De joven vivió tres años en Roma gracias a una prestigiosa beca, se fascinó por la polifonía de Palestrina y se volcó en la música religiosa. Firmó 18 misas y tres réquiem, y estuvo a punto de ordenarse sacerdote. Pero incluso entonces se sentía atraído por Fausto y su vertiente mística. Leyó la traducción en 1838, y en sus cuadernos se conservan notas que le servirían veinte años después, cuando llegó el encargo del empresario Léon Carvalho.
El Teatro Real ha recibido el International Opera Award. La calidad de la programación de 2019 le ha valido el premio a Mejor Ópera del Mundo, por delante de la Royal Opera de Londres o La Monnaie de Bruselas. . Una feliz coincidencia pocos días antes del estreno de ‘Fausto’ en los cines de toda España.