‘La mano de Antolín’

Por Gregorio Fernández Castañón

19/04/2023
 Actualizado a 19/04/2023
Como cualquier moneda, esta también tiene dos caras diferentes pero complementarias. | GREGORIO FERNÁNDEZ CASTAÑÓN
Como cualquier moneda, esta también tiene dos caras diferentes pero complementarias. | GREGORIO FERNÁNDEZ CASTAÑÓN
Ese es el nombre de una nueva escultura que, desde el pasado 24 de marzo, se encuentra anclada, para quedarse, en el parque El Cid de esta ciudad. Donada por el Colegio Oficial de Veterinariosde León, en su 115 aniversario, lo que se pretende con ello –en palabras de Luciano Díez, presidente de dicho Colegio– es que, «poniendo en valor el vínculo que une a León con sus veterinarios, creímos oportuno, de forma simbólica, donar a la ciudad este monumento que rinde homenaje a nuestra querida profesión, poseedora de una larga tradición en esta tierra».

La obra, magnífica, de Antolín Álvarez Chamorro –escultor de Benamariel–, de casi tres metros de altura, pesa 850 kilogramos. Con semejante altura, peso y volumen, nos encontramos con la talla, en bronce, de una mano de grandes dimensiones, cuyos dedos pulgar y medio sujetan una medalla conmemorativa, con referencias veterinarias.

El autor me explica que todo comenzó cuando, una vez conocido, no antes, el lugar donde se habría de instalar su obra (un parque), una de las responsables de Veterinaria se interesó por su ‘Mano sabia’ (una pequeña escultura en la que en la palma de una mano se encuentra sentado un hombre desnudo, leyendo un libro). Así, tras descartar otras formas de dar «vida» a la pieza escultórica y decidirse finalmente por la recreación de una mano, se abrió un amplió mundo de posibilidades con el final que, hoy, se puede ver y admirar en el parque El Cid de la capital.

Antolín me aclara que, tras los bocetos correspondientes, la mano, a tamaño real, la hizo inicialmente utilizando poliespán, recubierto después con yeso. La moneda, sin embargo, la talló en madera. Con todo ya definido, el proceso continuó en Valladolid (talleres de fundición), adonde tuvo que asistir en diez ocasiones para ir redefiniendo cada una de las distintas partes del proceso. La escultura –me dice– se compone de trece piezas que, soldadas entre sí, forman el conjunto. Ahora bien, no hay que olvidar que, antes del bronce y después del poliespán, se utilizó la cera. Cera que tuvo que retocar para eliminar las impurezas y burbujas y, además y sobre todo, para definir correctamente las venas, las uñas o los tendones de la mano y, también, para modificar la posición de determinados dedos con el fin de que, ninguno de ellos, entorpeciera la visión de los otros. Antes de la pátina (verde, por aquello de que la obra se instalaría en un parque, rodeado de árboles), la radial y las distintas limas fueron utilizadas por el artista para rematar su obra.

Curiosidades de 'La mano de Antolín'


Conviene decir, en primer lugar, que Antolín utilizó su mano izquierda de modelo, de ahí el título de la pieza, con una grandísima diferencia en la proporción: escala 1:12. Y el «doce» no fue escogido al azar. Doce fueron los dioses del Olimpo griego, los apóstoles o las tribus de Israel, y doce son los signos del zodiaco o, para no alargar en exceso esta sinfonía numérica, doce son los meses del año. Dentro de la numerología, para que se entienda, el número 12 simboliza el orden y el bien, la perfección absoluta. Orden, perfección y bien o beneficio para la sociedad que, sin duda alguna, otorga la profesión veterinaria.

Volviendo a tan voluminosa mano, hay que verla y admirarla como una gran metáfora o un poema visual. Y el autor me da la razón. En realidad, se trata del tronco de un árbol (parte del brazo), que partiendo del interior de la tierra se eleva hacia el cielo y se ramifica (los dedos), para sostener en medio su sabroso fruto (la moneda). Y como cualquier moneda, esta también tiene dos caras diferentes pero complementarias. En el anverso aparece el escudo de la profesión veterinaria (con el típico león rampante leonés en la parte superior), en el que no ha de faltar el lema de la Asociación Nacional de Veterinaria Española: ‘Hygia pecoris salus populi’, o lo que es lo mismo: «la higiene del ganado es la salud del pueblo». El reverso de la moneda se divide en tres partes (de izquierda a derecha), con tres títulos diferentes: salud pública, sanidad ambiental y sanidad animal, todo ello adornado con variados bajorrelieves: (1) de personajes humanos (mujer y hombre, siendo este el perfil de Antolín); (2) una esfera del mundo, una gota de lluvia y una hoja de árbol, y (3) la cabeza de tres animales (un águila, una vaca y un perro). Tres importantes facetas (salud pública –repito–, sanidad ambiental y sanidad animal), que definen el buen hacer de la profesión, adecuada, en todo momento, para llevar a efecto ambiciosos proyectos de investigación y para ofrecer a la sociedad su apoyo a la salud animal, sí, pero también, a la salud humana (que no se nos olvide jamás que son ellos, los veterinarios, los encargados del control de nuestros alimentos y de los animales destinados al consumo). Dicho lo dicho, parece que la pieza escultórica de Antolín Álvarez Chamorro sirve para algo más que para embellecimiento de la ciudad, que también. Sirve para recordar a los que tanta prisa tienen por no ver más allá de sus propias «verdades» que la profesión veterinaria es esencial y básica para el bienestar de nuestra sociedad.Dos (o tres) elementos másQuiso Antolín añadir dos nuevos elementos a su obra, cuanto menos sorprendentes: una hormiga y un punto especial en cada una de las íes de ‘Veterinaria’. La hormiga, ese insecto diminuto, pero con un enorme poder de supervivencia, realiza sin descanso un trabajo metódico a favor de su propia colonia. Y para ello utiliza la máxima disciplina y respeto a la autoridad que ejerce su reina en todo momento. Disciplina y trabajo, siempre, en beneficio de la sociedad. Respeto y búsqueda del bien común, aunque cueste la vida por la acción de un inesperado depredador o por la simple y poderosa fuerza que ejerce, en todo momento, la Madre Naturaleza.

Me parece muy interesante y acertado este detalle: la hormiga, subiendo por la rama (dedo índice) de este «tronco», que no es otro que ‘La mano de Antolín’. Para mí es la rúbrica que no solo alaba, sino que confirma las bondades y la utilidad de la profesión veterinaria.

El otro elemento (en realidad son dos) se halla coronando las letras íes de la palabra «veterinaria», en la base que rodea la mano. Allí, además, al completo, se cierra un círculo protector e informativo, de 1,40 m de diámetro, en el que se puede leer «Veterinaria One Health=Una sola salud». Las letras usadas para este fin fueron igualmente diseñadas por Antolín y ejecutadas en dos tamaños. Para ellas se volvió a utilizar, con pequeñas diferencias: la pátina que se empleó en los laterales fue la del color negro, para destacar el brillo en la superficie (pulida), con las dos excepciones, que también se presentan en color negro, de los puntos de las íes. Dos diminutas y esotéricas esculturas, en las que se destaca el rostro de un hombre con un enorme mostacho. El autor, así, pretende que los espectadores que se acerquen a admirar su obra tienten a su propio destino frotando, con suavidad, esos puntos negros «para devolverle el brillo del bronce y… de la vida». Pidan, después, un deseo y hagan verdaderos esfuerzos mentales para que, a la vez, se cumpla. Todo un alarde, pienso yo, de buenas intenciones que demuestran que la mente humana es poderosa, siempre que se use para bien. Un nuevo acierto en toda regla en este conjunto escultórico de Antolín Álvarez Chamorro que, sin duda alguna, con el tiempo, dará su fruto, envuelto, tal vez, con las semillas que ha de regar la savia virgen en las distintas ramificaciones de las leyendas orales o escritas.

Últimos comentarios

Es de agradecer que un sector, necesario e imprescindible para la sociedad, como lo es la profesión veterinaria en León (con más de 1.000 mujeres y hombres ejerciendo), se haya puesto de acuerdo con las autoridades locales, y viceversa, para regalar a la ciudad de León una magnífica escultura como la que acabo de destacar. La ciencia y el arte, una vez más, se unen para complementarse. Todo un ejemplo. Y con la admiración que conlleva este hecho, solo me queda recordar y reconocer que la prestigiosa Facultad de Veterinaria, en León, fue el germen de la Universidad que, con tanto orgullo, hoy poseemos.
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