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La ‘metersicosis’ del señor Rajoy

José Luis Gavilanes Laso
26/12/2017
 Actualizado a 11/09/2019
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Me encuentro, otras limitaciones al margen, entre los leoneses que se han quedado cortos en estatura y en patriotismo chico. Respecto a lo primero, hay ciertas cualidades humanas que se cultivan y desarrollan con inteligencia y voluntad, pero otras –¡ay, esas otras!–, no dependen de nosotros, nos las da la madre naturaleza. A pesar de estar doctorado en Filosofía y Letras por la Universidad de Salamanca tengo que reconocer que: «quod natura non dat, Salmantica non praestat». Y la madre naturaleza no ha querido que mi hermano cuerpo –¡mira tú que por el quítame allá la porquería de unos cuantos centímetros!– alcanzase el 1,80, altura de gastador con chorreras, de la que sí puede presumir, por ejemplo, la esbelta figura de don Mariano Rajoy Brey, presidente del Partido Popular y presidente del Gobierno de España. Por lo tanto, y a pesar de mi vertical brevedad, soy leonés de vasta horizontalidad –pues nacido en León vengo de madre zamorana y padre salmantino–, aunque sin llegar a alcanzar la dimensión aleatoria y desmesurada de Castellano-Leonés, ¡qué le vamos a hacer!

No concuerdo con el radical y simple enfoque de aquellos para quienes entre otras debilidades, la clase política sea la más vulnerable y proclive a contraer el virus de la ‘metersicosis’, dolencia cuya sintomatología consiste en: o bien ‘meter’ la pata, o bien ‘meter’ la mano en la buchaca, caja, puchero..., o caer en el nepotismo de ‘meter’ en la función pública a amigos, amantes, hermanos, cuñados, primos, sobrinos y demás familia. No me consta de lo segundo ni de lo tercero respecto a don Mariano Rajoy Brey, pero en lo primero recae una y otra vez cuando la Historia reclama su comparecencia ante los medios de comunicación.

Recientemente nuestro buen gallego ha atribuido en concesión gratuita al Reino Unido la cuna del parlamentarismo europeo, según ha publicado el diario británico ‘The Guardian’. No sabía o no quiso saber que una institución como la Unesco nos había conferido ya ese título a los leoneses, merced a la convocatoria que tuvo lugar en 1188 durante el reinando Alfonso IX y por primera vez de los tres estados de la Curia Regia en el Claustro de la Colegiata de San Isidoro; y que se recoge en los ‘Decreta’, el testimonio documental más antiguo del sistema parlamentario europeo. Al paso ha salido el Gran Wyoming en la Sexta recordándole al presidente del Gobierno, a su jocoso modo, la pifia en el transcurso del programa televisivo de ‘El Intermedio’.

No es la primera vez que el señor Rajoy se salta a la torera la Historia o se comporta desdeñoso, sobre todo cuando en ella aparece algo relacionado con lo leonés. Hace unos años, siendo todavía aspirante al Gobierno de España, ya me irritaron unas palabras de don Mariano en un discurso que tuvo lugar en Ávila, en compañía de su correligionario y presidente de la comunidad autónoma, el ‘omnipresidente’ Herrera, ‘Juanvi’, para los íntimos. Consideraban ambos «absurdo y propio de la Edad Media» y «vista puesta a todas horas en el retrovisor» el intento de la Alcaldía de León, con el entonces su alcalde al frente, Francisco Fernández, de conseguir el reconocimiento de algo tan endeble y poco exigente como la «birregionalidad» en la reforma del actual estatuto de la comunidad autónoma de Castilla y León. Es decir, que los cercanos al regidor legionense en este asunto y distantes por ende de los señores Rajoy, Herrera, adláteres y correligionarios, eran poco menos que trogloditas, retrógrados e irracionales, cazurros, sañudos, etc. etc.: y que la actual configuración autonómica es un hecho natural e incluso sobrenatural, por lo tanto, inapelable.

Habrá que recordarle a don Mariano Rajoy, si sigue en sus trece, que cuando se inventó ese bodrio plural de ‘to’ ‘pal’ saco, o ente novenario provincial para multiplicación funcionarial y obesidad presupuestaria, más conocido por «comunidad autónoma de Castilla y León» –que no de León y Castilla, pues es menos eufónico, aunque desleal en prioridad–, todas las anteriores regiones históricas –siguiendo los Artículos 143 o 151 de la Constitución– pasaron a ser autonomías, salvo la de León. En cambio, desligáronse de Castilla La Vieja las provincias de Logroño y Santander, que devinieron, respectivamente, La Rioja y Cantabria. ¿Por qué?, pues, simplemente, porque los riojanos y cántabros, emulando a las gallinas, lo quisieron así poniendo encima de la mesa todo lo que había que poner. Con el agravante de que la reforma administrativa y territorial, con la pérdida de Santander quitaba a Castilla la salida al mar que siempre tuvo; y con la de Logroño que la salida de vinos de Rioja fuese administrada desde Valladolid. ¿Qué hubiera pensado el señor Rajoy, si los prohombres de la transición hubieran determinado una comunidad Astur-Gallega, por ejemplo? ¿O los catalanes y aragoneses ante una comunidad Catalano-Aragonesa? Pues, ¡qué iban a pensar!, correr a gorrazos a los culpables de tamaña fechoría hasta impedirla. Pero la dualidad galaica de vengo y voy, de sube y baja, de soplar y absorber, no le da al señor Rajoy espacio mental para comprender que los leoneses no queramos hoy, a la revista de nuestro pasado y a la vista de resultados sociales y económicos presentes, seguir integrados en la estructura cajón de sastre en que nos metieron a machamartillo su correligionario señor Martín Villa, el señor Peces Barba o el lucero del alba, con la complicidad de nuestro silencio, desinterés, dejadez e incluso desidia, no lo olvidemos. ¿Por qué repugna tanto admitir que León sea una región histórica y autónoma de Castilla, algo que proclaman tanto el pasado como la actualidad de los leoneses? ¿No dice el texto de la actual Constitución, «...las provincias con entidad regional histórica podrán acceder a su autogobierno y constituirse en comunidad autónoma». (Art. 143, 2) y que todos los españoles somos iguales en derechos oportunidades y obligaciones? ¿A qué se debe, entonces, la discriminación y subestimación con que se nos agravia? ¿Y en virtud de qué la actual configuración autonómica esté ya bendecida y consagrada «ab aeterno?

Tampoco –como don Mariano ha dicho de forma reiterada– es España políticamente el primer Estado europeo. Se entiende que alude desde sus actuales límites territoriales definidos a fines del siglo XV, cuando Isabel y Fernando, tanto monta monta tanto, unieron sus respectivos reinos de León y Castilla, Aragón con Cataluña y el recién conquistado a los sarracenos de Granada. Años más tarde se haría tan extenso merced a sus colonias que nunca se pondría el sol en él. Pero, desde muchos años antes, el sol se iba a dormir todos los días a otro país dentro de la Península Ibérica, ya constituido políticamente como Estado, y tras la toma del Algarbe a los moros en 1249, salvo pequeños retoques, con la actual raya fronteriza que le separa de España. Ese país era y es Portugal. Los portugueses tienen motivo para sentirse tan heridos como los leoneses por sus pifias, de manera que cambie usted, señor Rajoy, de asesores históricos o ponga la historia de España como libro de cabecera, pues ya está bien de cometer errores. Infelizmente, una vacuna contra la ‘metersicosis’ no se ha inventado todavía.
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