
Baroja cáustico, misántropo, escéptico, pesimista, malhumorado, resentido, novelista errático, descuidado, y, sobre todo, taimado: ¿por qué, tan refractario a todo, causó y sigue causando interés?
Trapiello ha organizado este libro en torno a cinco cartas manuscritas que encontró en el Rastro y en las que el novelista se dirigía a un diplomático amigo suyo que conoció en el exilio parisino. Dichas cartas sirven al escritor leonés para dibujar al donostiarra, precisamente usando el primero muchas de las maneras del segundo, como si en realidad fuera Baroja el que analiza a Baroja con un método netamente barojiano. No en vano recoge esta pieza una autoentrevista que el autor del 98 se había confeccionado redactando él mismo las preguntas y las respuestas.
Para Trapiello, Baroja no es un auténtico misántropo, ni un verdadero misógino, sino alguien que va «al tran tran» y su mayor éxito es hablar de sí mismo, siempre sin contar nada íntimo hasta forjarse una máscara, que bien sostenida funda a su alrededor un mundo propio y singular, el barojiano, que gira todo él en torno al tono. Un tono que no es de tenor sino de «vagabundo que tararea». Su manera de contar es viva y natural, expresiva y cercana, sin retórica y, pareciendo siempre un viejo, ha sido escritor de jóvenes lectores, seguramente porque sus personajes son individualistas pero desinteresados.
Asegura Trapiello esto pero también que resulta una persona mezquina y resentida muchas veces, áspero, agrio, con aristas, escritor de estilo reumático y que tenía toda la pinta de ser lo que le llamaba su hermana: un «egoistón». Andrés Trapiello concluye diciendo que en Baroja no busca grandes tipos o frases ingeniosas sino un poco de compañía. Aunque se quejase siempre sus quejas no agobian, no persiguen nada, son como la tos de alguien que nos acompaña. «Nos gusta oírle toser —finaliza—, la prosa de don Pío es la que mejor expectora de la literatura española».