León, 20 de julio de 1936. La clave fue el aeródromo

Traemos aquí el apartado dedicado a lo ocurrido en la mañana de la citada fecha en León, primicia y anticipo de los incluidos en el libro 'Cuando se rompió el mundo. El asalto a la República en León y sus tierras' que será publicado por la editorial leonesa Lobo Sapiens

José Cabañas González
20/07/2018
 Actualizado a 18/09/2019
Aeródromo de León. restos de avión Heinkel accidentado. Fotografía tomada por soldado alemán de la Legión Cóndor.
Aeródromo de León. restos de avión Heinkel accidentado. Fotografía tomada por soldado alemán de la Legión Cóndor.
El comandante Julián Rubio López (nacido en 1899 en Ciudad Rodrigo e ingresado en Aviación Militar en 1924, después de coincidir con Mola y Franco en las Fuerzas Indígenas Regulares de Marruecos) había tomado el mando del Grupo 21 y de la base aérea de León al inicio de febrero de 1935, y algunos años antes de su fallecimiento en marzo de 1988, contaba en la revista Historia y Vida sus recuerdos de lo acontecido en ella en aquellos cruciales días de julio de 1936:

“Estaba al mando del aeródromo de León, donde habían ocurrido los sucesos de 1934. El entonces jefe del aeródromo, el comandante aviador Ricardo de la Puente Bahamonde (primo del Caudillo, fue fusilado en Ceuta el 4 de agosto de 1936) que había sido condenado, estaba sirviendo su condena allí mismo. El aeródromo fue absolutamente clave. Si no se hubiera sumado al movimiento, los tres mil mineros que bajaban de Asturias y que fueron armados en León, hubieran tenido el apoyo sobre todo moral, porque no teníamos mucho material de aviación, y entonces no sé qué hubiera podido pasar.

La tropa del campo estaba muy trabajada: los soldados eran muy rojos, así que los mandé desplegar porque venían los suyos. Estando allí desplegados, un soldado grito: -¡Nos engañan! ¡Que son ellos los que se quieren sublevar! y se liaron a tiros contra dos oficiales. Entonces salí yo y dije: -Matadme a mí. Pero no querían matarme y les gané la partida. Luego formaron con losfusiles y solo se marchó uno, que se llamaba Emilio Galera (piloto,  metrallador y bombardero). Me alegré mucho, porque era muy rojo, y dentro, con su propaganda, hubiera hecho mucho daño. Yo me dije: -Al enemigo que huye, puente de plata.

Ya no hubo el menor problema, hasta que alguien dijo que había pasado algo en el aeródromo y vino un juez de Galicia. Procesó a unos cuantos suboficiales y a dos oficiales, que no habían hecho más que no querer sumarse al movimiento, aunque luego, de hecho, se sumaron. Esto es importante, porque nos olvidamos de que los sublevados éramos nosotros, ¡no ellos!

A los suboficiales les dieron penas muy fuertes y a los dos oficiales los condenaron a muerte. Yo no podía aceptar eso. Me fui a ver al general Mola, al que conocía mucho porque había estado con él en los Regulares, y él me quería mucho. De rodillas le pedí que no mataran a esos dos oficiales. Y los perdonó. Uno de ellos vive todavía.

Yo no conspiré contra nada, en absoluto. Los demás oficiales quizás lo supieran (del complot para alzarse), pero yo no... Yo me sublevé al grito de ¡Viva la República! Es más, aquella noche vino una señora de León para decirme que quitara la bandera republicana que estaba puesta y que izara la enseña rojigualda. Yo me negué. Entonces llamé a Burgos al general Mola, con quien tenía confianza, y le conté lo que había pasado. Me dijo que había hecho bien, pero a las pocas horas me volvió a llamar él, para decirme que, efectivamente, quitara la bandera republicana. Pero el alzamiento no fue contra la República, sino contra aquel Gobierno, contra aquellos que querían desestabilizar a España, contra el comunismo. De hecho yo fui testigo de cómo el general Mola le dijo a Don Juan de Borbón en Aranda de Duero que se marchara, porque no quería dar la impresión de que este era un movimiento a favor de la monarquía otra vez...., aunque luego ha venido”.

Afirma el investigador Rafael de Madariaga (capitán de Aviación) en la fuente citada que los sucesos en el aeródromo de León durante los primeros y decisivos días de la guerra fueron tan confusos como en el resto de las ciudades y acuartelamientos militares aquellas jornadas. En este caso, tanto los mandos militares del Regimiento de Infantería Burgos 36, como el jefe del aeródromo y del Grupo de Reconocimiento 21 (este con una calculada indecisión), trataron, con éxito final, de desviar la atención y hacer retroceder hacia Asturias o avanzar hacia Madrid a las fuerzas revolucionarias que amenazaban con permanecer en León y en el campo de aviación (cuya dotación de efectivos y aparatos es también imprecisa, contando el Grupo 21 que albergaba –según este autor- con unos 17 aviones y algunos agregados en el Grupo 23 de Logroño).

Las añagazas, fintas e iniciativas tomadas por ambos jefes, apoyados por la mayoría de los demás jefes y oficiales de la base y acuartelamientos de León, así como la falta de decisión o de liderazgo de los pocos oficiales, suboficiales y tropa que habían secundado un apoyo leal y decidido a las fuerzas de la República, completaron finalmente la posesión de la ciudad y de los establecimientos militares en manos de los rebeldes.

Es de destacar que la postura del comandante de la base aérea, Julián Rubio, fue durante días objeto de la mayor preocupación para los conspiradores de Aviación, que le presionaban continuamente. También ha habido las mayores especulaciones en estudios posteriores, acerca de la importante decisión de ponerse de parte de los insurrectos, teniendo en cuenta que según su propia versión de los hechos, a pesar de ser amigo personal de Mola, no había participado en los contactos previos entre los conjurados, y la mayor parte de los gubernamentales lo consideraban como republicano convencido. Toda la demora en manifestar su inclinación final pareció deberse exclusivamente a una estratagema bien planeada, que al final triunfó plenamente.

En la noche del 17 al 18 de julio llegaron las primeras noticias del alzamiento del Ejército de África. El 18 se está a la expectativa en León, pero el día 19 la ciudad es invadida por los mineros de Mieres y Langreo, que establecen sucuartel general en el Bar Central de laPlaza de Santo Domingo. El mismo 19 de julio, el comandante Julián Rubio recibía en la base aérea la visita del general Juan José García Gómez-Caminero, que le impulsaba a entregar fusiles a los mineros, al tiempo que se congratula de que León se mantenga afecto a la República. Julián Rubio consiguió alejar cualquier sospecha y al mismo tiempo persistió firme en la necesidad de su armamento para la defensa del aeródromo. El capitán de Aviación Vicente Eyaralar Almazán fue comisionado para recoger a primera hora del día siguiente en el Hotel Oliden y llevar volando a Madrid al general Gómez-Caminero ("que había interpretado el silencio del Ejército como señal de lealtad a la República", se dirá en la Historia de la Cruzada, tratando de encubrir el engaño, la felonía y el perjurio de los sublevados).

Julián Rubio con Vicente Eyaralar se traslada el sábado 19 al Gobierno Militar (en la avenida Padre Isla, unos metros más allá del surtidor de gasolina de Auto Salón, propiedad de Pallarés), donde el general Bosch recibe la seguridad de contar con el aeródromo, pero su jefe le pide paciencia hasta que los mineros se alejen de León. En la mañana del 20 de julio hay cierta inquietud en la base, observándose reuniones de los suboficiales revolucionarios, que habían previamente distribuido los servicios del día entre sus adeptos. El comandante Rubio envió a los capitanes (ambos pilotos observadores) Ricardo Conejos Manet y Manuel Bazán Buitrago a León, para mantener nuevos contactos con la Comandancia Militar. Regresan poco después con la noticia de la decisión por parte de la guarnición de la ciudad de sublevarse y la petición de que sobrevuelen la ciudad algunos aviones para apoyar la declaración del estado de sitio.

Al reunir en ese momento a los suboficiales, algunos de ellos se manifiestan en contra de unirse al golpe militar, aunque Julián Rubio les ofrece algo de tiempo para reflexionar. Se produce una escaramuza en la cual llega a peligrar la vida de algunos oficiales como los tenientes pilotos observadores Javier Murcia Rubio y Enrique Cárdenas Rodríguez, ante la actitud decidida del sargento Emilio Galera y de un grupo de tropa, que cerca al teniente Luis Polo Polo (piloto bombardero que debió de mantenerse leal, pues será después preso en San Marcos). Finalmente el comandante Rubio con su postura decidida consigue dominar el incipiente motín, con el apoyo de la 3ª Compañía del Regimiento Burgos 36 de León, al mando del capitán Antonio Cosido, que llegó desde la capital en tres o cuatro camionetas. Los grupos que se oponían a la sedición se dispersaron hacia la vaguada norte del aeródromo y los principales opositores, los pilotos bombarderos sargentos Emilio Galera y José Cuartero y el cabo mecánico Leandro Orive Cantera huyeron a Portugal en uno de los aviones.

La firmeza con la que se había procedido a mediodía del 20 de julio dio su fruto, y terminó con una hora de fuertes enfrentamientos, quedando definitivamente en poder de los sublevados el aeródromo leonés (adelantándose en un par de horas al levantamiento de las fuerzas militares de la capital). Parte de la 3ª Compañía de Infantería permaneció unas horas más en la base aérea para garantizar el orden si fuera necesario. El sobrevuelo de aviones en León fue luego decisivo para la rendición de las autoridades republicanas de la ciudad, que a partir de la tarde de aquel día quedaba sometida al general Carlos Bosch y Bosch, el coronel Vicente Lafuente Lafuente-Baletzena y el comandante Julián Rubio Lopez, que habían actuado con gran prudencia y decisión.

Más información en www.jiminiegos36.com

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