Descubrió la poesía en el barrio madrileño de Malasaña, en un bar llamado Bukowski Club que cada jueves organizaba algo así como una ‘jam session’ de poetas. Tenía entonces sólo 25 años y muchas más preguntas en la cabeza que ahora... que ya es decir. El oficio de cartero lo descubrió en agosto de 2020, en Cistierna. De ambos hallazgos nace ‘Cartero rural’, el libro del poeta, escritor, viajero, cartero, seguidor de la Ponferradina, hiperactivo tuitero y, sobre todo, amante de su tierra Abel Aparicio, que edita Marciano Sonoro y que se presenta este viernes 11 de octubre a las 19:30 horas en la sala Región del Instituto Leonés de Cultura.
Había escrito antes otros libros de poesía, de los que no está hoy especialmente orgulloso, un libro de viajes por el río de su vida, el Tuerto, y un volumen de relatos por el que se dio a conocer en toda España: ‘¿Dónde está nuestro pan?’, tres fascinantes historias de mujeres en la posguerra rural. Amante, como podía imaginar cualquiera que le conociera, de la poesía social de Miguel Hernández, se adentra ahora en un libro que es poesía y al mismo tiempo crónica de cómo es la vida actual en nuestros pueblos. Viajando por la Maragatería, la Sequeda y, sobre todo, por la Cepeda, la radio siempre sonando en la furgoneta (el libro está impregnado de música de principio a fin, de Van Morrison hasta Los Chikos del Maíz), buscando destinatarios por las huertas, descubriendo dramas sin quererlo, aprendiendo de la sabiduría de los viejos, de la solidaridad de los pobres, surgieron los versos que se incluyen en este libro.
«En uno de mi destinos me dijeron: / Empieza repartiendo por los pueblos; / así, cuando anochezca, ya estarás aquí. / Quizá no sabían de palabras sin peajes, / de relojes amenazantes y su camino al olvido. / Quizá nunca vieron lanzar un salvavidas / al cartero por el hecho de ser cartero» escribe Abel Aparicio en ‘Cartero rural’. Recorridos insólitos, itinerarios repetidos, buzones con sorpresa, persianas bajadas, carreteras ocultas entre la niebla, vías que no esperan trenes, andenes convertidos en restaurantes, el humo de los pastores y, pese a todo, los mismos problemas que en cualquier parte, como la lacra de la violencia de género, inundan los versos del autor de San Román de la Vega: «Prefiero repartir cartas en los pueblos. Va todo más despacio y los destinatarios son mucho más agradecidos. En las ciudades todos son prisas y, aunque no quieras, te ves arrastrado», afirma el poeta, que también encuentra matices para el optimismo: «La verdad es que después de la pandemia se ha notado un cambio en muchos pueblos. Se ven casas abiertas, casas restauradas, se ven albañiles y pintores y, aunque no se puede decir que la vida vaya a volver, al menos como era antes, sí que levanta un poco el ánimo ver que regresa esa actividad».
Seguir la actualidad informativa es para Abel Aparicio no lo que se podría considerar una pasión, sino un deber, porque si algo le caracteriza es el compromiso social: «He recorrido muchos pueblos y me fastidia mucho ver que se toman decisiones desde despachos sin haber pisado la que llaman España vaciada, como por ejemplo no terminar dos kilómetros de la vía de un tren que era fundamental para los habitantes de muchos pueblos, por deficitaria que sea la línea, la verdad es que da igual, el sentido común, la humanidad, tienen que estar por encima de los números, y la verdad es que nuestros dirigentes están más pendientes de sus respectivas carreras que de otra cosa», sentencia el autor de ‘Cartero rural’, para quien «León no es una provincia combativa, es más bien sumisa, y por eso, aunque me duela decirlo, aunque alguno se enfade conmigo por decirlo, creo sinceramente que tiene lo que se merece». Reconoce que, para lo bueno y para lo malo, es una persona trasparente «y eso tiene el problema de que si alguien te quiere hacer daño sabe cuáles son tus puntos débiles, pero yo no sé ser de otra manera». Javier Morán y su hija, Irene Martínez Aparicio, le han puesto música a sus versos y se pueden escuchar ya en YouTube.
Un tipo auténtico, haga lo que haga, que afirma con rotundidad que no podemos dejarnos guiar por los miedos. Y escribe: «Piden barrotes para las palabras / y claudicación en la mirada. / No nacieron los callos / de mis manos / para cumplimentar dictados / en el acuse de recibo».