‘Ser de fuera’
Raquel Delgado
Editorial Sexto Piso
Narrativa
152 páginas
16,90 euros
No sé si les he dicho en alguna ocasión que el oficio de crítico literario acarrea la recepción de vagones de libros enviados por editores grandes, medianos e irrelevantes, por autores de calidad y con cierto apego afectivo y por otros menos brillantes, que se adosan como lapas y de los que cuesta mucho desprenderse sin ser descortés en las maneras ni contundente en las maniobras de dispersión.
Entre unos libros y otros, hay muy pocos que se salven de la quema (metafóricamente hablando, claro, pues nunca sería capaz de prender una cerilla y torturar con ella las esquinas de una novela o de una colección de relatos, por deleznables que, en mi opinión, puedan ser), pero todos ocupan mucho espacio y ya no quedan bibliotecas (públicas o privadas) que los acojan, como albergaban a los expósitos antaño en los hospicios, ni amigos que se dejen engatusar con novelas que intuyen (y con razón) que si se las regalo es porque a mí no me han gustado. Así que cada vez que recibo un sobre en casa (hay días que llegan tres o cuatro) me pongo a la defensiva y lo rasgo (o los rasgo) con el abrecartas como el forense que se encuentra en la camilla de su laboratorio un cuerpo presente sin atreverse a aventurar las causas de su fallecimiento hasta que no le hinque el bisturí o el escalpelo en las entretelas.
Hecha esta introducción (no sé si pertinente o impertinente), intentaré ser lo más gráfico que pueda, para que visualicen ustedes la imagen que quiero reproducir tal y como se produjo.
Llegué una mañana a casa con unos cuantos encargos resueltos y me encontré con tres paquetes de diferentes tamaños y colores, nada que pudiera rememorar los agasajos navideños, para ser sincero. Dos de los envoltorios, los más voluminosos, no mostraban a primera vista una señal que delatara su inesperada procedencia. El tercero, el más esbelto y también inesperado, traía estampado el anagrama de Sexto Piso. Solo por eso, le presté una atención preferencial. Entre los sellos independientes de fiar, esta editorial me ha descubierto, entre otros, a Marta Jiménez Serrano, a Brenda Navarro o a Mariano Peyrou. Casi nada.
Diría que rasgué la lengüeta adhesiva casi con expectación, como impaciente por ver qué gazapillo podía ocultarse en aquella madriguera. Y no pude quedarme más sorprendido cuando vi el título, ‘Ser de fuera’, una colorida portada con flores y ladrillos y el nombre de una autora, Raquel Delgado, que no me decía nada. Pero mi pasmo fue mayúsculo cuando abrí la solapa y, sobre la fotografía sonriente en blanco y negro de un rostro angelical, descubrí que la joven autora, aunque residente en Galicia, era vallisoletana de procedencia y el que tenía entre mis manos, que de repente había adquirido el peso y la envergadura del bloque de hormigón de la portada, era su primer libro de relatos.
Me han oído quejarme hasta el hartazgo –sobre eso versará, por cierto, mi próximo ciclo de conferencias otoñales para el Instituto de la Lengua de Castilla y León– de la escasez de savia vivificadora y novedosa en el panorama narrativo de esta Comunidad. Por eso deseé fervientemente que los relatos me sedujeran. Algo debía tener el agua cuando Sexto Piso la bendecía.
Lejos de lo que pueda parecer, no conozco en persona ni epistolar ni telefónicamente a la mayoría de los autores sobre los que escribo, y raramente acudo a la presentación de algún libro (vivir en un pueblo de unos quinientos setenta habitantes, a sesenta kilómetros de la capital de provincia más cercana, me aleja del ruido, para bien y para mal). Pero se alinearon los astros y, aguijoneado por la curiosidad, pude asistir a la presentación de la recopilación de relatos, un sábado por la mañana, en una popular librería vallisoletana. Allí conocí a la bisoña, tímida y feliz escritora primeriza, y escuché cómo se había gestado el libro. La narración de aquella historia fue como un cuento de hadas. Raquel había escrito nueve relatos, solo nueve, se los había dejado leer a una amiga, que había quedado fascinada y le había pedido permiso para mostrárselos a un editor de envergadura, que los había editado con urgencia y excelente olfato, sin descartar ninguno.
Raquel Delgado y Sexto Piso eran algo así como un milagro en estos tiempos en que miles de originales ruedan desapercibidos de editorial en editorial, sin que alguien se moleste en echarles una ojeada. Eran la aguja y el pajar. Una gratificante dualidad recién nacida.
El día después de la presentación y de conocer física y brevemente a la autora devoré los relatos, los encontré cantidad de matices que me habían pasado desapercibidos (quizás porque no se habló de ellos) durante la puesta de largo del libro y en mis entrañas repicaron campanas de alborozo ante el descubrimiento de una autora que escribe con la pericia y la madurez de una escritora consagrada y que cuenta las historias de una forma conmovedora y envolvente que atrapa desde el principio hasta el final.
Vaya por delante que todas las narraciones las cuentan y protagonizan mujeres y que se diría que pueden atraer con mayor facilidad la atención de un público femenino. Eso da todavía más mérito a que un hombre también pueda encandilarse con estas aventuras, vivencias, testimonios, que cabalgan a lomos de un ser mitológico, mitad fruto de la realidad, mitad de la ficción. Y más si este hombre soy yo y los relatos me traen a la memoria los veranos de la infancia y la adolescencia, pasados en el pueblo familiar donde ahora habito de continuo, pero donde entonces era, como tantos, el veraneante holgazán, borrachuzo y forastero que llegaba a perturbar la paz del lugar y de sus lugareños. Hasta en eso me siento identificado (y escocido y afectado por recuerdos no siempre gratificantes).
Ya he dicho que Raquel Delgado escribe muy bien y envuelve estupendamente sus argumentos. Me falta hablar de su inteligencia a la hora de plantear la estructura y situación de unos relatos que, en ocasiones, llegan a interactuar entre sí. Empleando distintas voces narrativas y protagonistas diversas, la autora nos habla de los orígenes y de la querencia del pueblo familiar. De ese pueblo que sus padres abandonaron en aras de un progreso personal y profesional, pero al que se regresa para festejar a la Patrona, o para celebrar en familia la Navidad o para correrse una juerga o para llorar la muerte de un ancestro fundamental.
Pero además, en historias independientes (y a veces flageladas con escenas escabrosas), pero con un nexo de continuidad, Raquel nos habla de la niña que se convierte en muchacha y luego en mujer, nos muestra su evolución personal, su relación con la amistad y con el amor, su compromiso con una vida de pareja, el anhelo de ser madre y los miedos, congojas y consecuencias que la vida origina en una mujer joven y con objetivos de futuro, alejada de sus raíces y que quiere conciliar la vida familiar y profesional.
En suma, es este un descubrimiento gozoso, un motivo de esperanzada y comedida euforia. Ojalá que, como decía antes, no se quede solo en el hallazgo de una aguja en un pajar. Quiero y deseo que esta aguja recién desenvainada continúe durante mucho tiempo dando puntadas delicadas con hilo fino sobre el paño de la narrativa contemporánea.