La Colegiata de San Isidoro acogió este martes la ceremonia de entrega del premio a ‘Leonés del Año 2023’, que cayó en forma de pergamino en las manos del escultor de Villahibiera, Amancio González, motivo por el que fue el invitado en el programa ‘Entre nosotras’ de este miércoles para Cope León.
El trabajo de escultor es, en sus palabras, «muy solitario». «Sobre todo, desde el punto de vista familiar, tiene que haber sacraficios», explica: «Pasamos la mayor parte del tiempo en el taller». La manera en que se enteró de la noticia no estuvo falta de comedia. Al recibir la llamada de Olga Beberide, directora de Radio León –entidad responsable de los premios–, a la cabeza de Amancio no llegó sino la imagen de un vino. Así se lo hizo saber y fue la propia Beberide la que tuvo que aclararle que era el nuevo Leonés del Año.
«No sé cuándo lo asimilé, pero a mi hijo creo que se lo dije después de una hora o así», cuenta para la Cope: «A partir de ese momento, es como cuando en las ferias de niño te montabas en esa máquina que subía y subía. Yo creo que sigo ahí». Y es que lo de estar en las nubes viene en la genética del artista. «Las nubes son como las ferreterías para los mecánicos», dice el escultor: «Es donde vamos a buscar ideas».
Amancio pasó de la música a la pintura y de la pintura a la escultura hasta que ahí decidió quedarse. Fueron sus golpes a un tronco de peral en su pueblo, con una azuela como arma, los que le descubrieron un proceso que autonmáticamente le interesó. Así hasta desarrollar un «personaje grandote, un poco deforme, bonachón y melancólico» con el que el artista quiere «plasmar al ser humano, no sólo al personaje masculino». Un personaje que, lejos de la pureza academicista, se ha convertido en su seña de identidad. «Al principio, compaginaba la escultura con mi trabajo como ferroviario así que tampoco tenía el ego del artista, ni la intención de llegar a gran cosa», analiza: «Utilizaba la escultura como una válvula de escape; el arte era una especie de salvación».
Aunque, sin duda, la más icónica de sus obras sea ‘La negrilla’ de Santo Domingo, el artista contempla devoción por todas sus piezas; «hasta esa pobrecita que nunca se vende». A su modo de ver, cada escultura «tiene detrás de sí todo el trabajo que llevas». E, igual que ‘La negrilla’, muchas de sus creaciones toman como escenario la calle. Un escenario que cumple con la intención del escultor de que la pieza «complemente la arquitectura de la ciudad y que, de alguna manera, sucedan cosas». Definiendo su obra como «un punto vivo», explica la «intencionalidad de transmitir una especie de emoción por parte del artista». También, de establecer un artístico punto de encuentro.
No sólo el exterior es lugar para la obra de Amancio. En el Camarote Madrid, sin ir más lejos, un busto de Carlos Herrera se erige sobre el personal. Bustos como los que guarecen en el taller del artista; retratos de unos 27 escritores realizados durante alrededor de cinco lustros. «Había una generación que se estaba yendo», comenta: «Pensé que eso había que plasmarlo de alguna manera y pudimos pillar a tiempo a unas grandes vacas sagrada de nuestra literatura».
A sus espaldas, lleva no pocas creaciones que se localizan en diferentes puntos del mundo. Amancio menciona Canadá, México, Rusia, Ucrania, Rumania y varios más. En la actualidad, trabaja en un pueblecito llamado Saint-Lô, en Normandía, donde elabora una escultura junto a otros dos artistas españoles «para conmemorar el 80 aniversario de la liberación de Normandía».
Escultor empedernido, Amancio González no tiene claro si le gustaría que su hijo siguiera sus pasos. «Yo siempre digo a todo el mundo que cada uno tiene que buscar el lugar exacto, su ubicación perfecta y no me importaría que fuese escultor si es su lugar», resuelve y no falta el chascarrillo: «Siempre que no fuera competencia».