La amistad traicionada de un leonés con Vargas Llosa

José María Gutierrez, leonés de Valencia de Don Juan, director de cine que llevó a la pantalla ‘Pantaleón y las visitadoras’, fue un buen amigo de Vargas Llosa, aunque parece que el Nobel se olvidó de él cuando comenzó a moverse "en otros ambientes"

20/04/2025
 Actualizado a 20/04/2025
Mario Vargas Llosa y el coyantino José María Gutiérrez, codirectores de ‘Pantaleón y las visitadoras’, adaptación de la novela, con José Sacristán.
Mario Vargas Llosa y el coyantino José María Gutiérrez, codirectores de ‘Pantaleón y las visitadoras’, adaptación de la novela, con José Sacristán.

En una entrevista en la revista Tribuna (realizada por Javier Castillo el 13 de abril de 1998) con motivo de la publicación del libro de viajes de Julio Llamazares por Tras os Montes el periodista le pregunta al escritor leonés por uno de los libros de referencia en el género, ‘Viaje a la Alcarria’, de Camilo José Cela: "Es un gran libro. Así como Cela, personalmente, me parece detestable, su obra literaria me parece importante. No me duelen prendas en decirlo", respondía el autor de 'La lluvia amarilla'.

La reciente muerte de otro premio Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa, ha vuelto a propiciar reacciones similares que inciden en la separación entre el autor y su obra, que en el caso del peruano ha tenido cierto toque de crueldad con titulares como "fallece la última pareja de Isabel Preysler". Aunque es cierto, como señalaba Llamazares de Cela, que nadie pone en duda el legado literario del creador de ‘La guerra del fin del mundo’ o ‘Pantaleón y las visitadoras’. 

Uno de los pasajes humanos oscuros de Vargas Llosa tiene como coprotagonista a un leonés de Valencia de Don Juan, José María Gutiérrez, un personaje de biografía realmente fascinante, al que Vargas Llosa recordó en un artículo publicado en El País: "Nos hicimos muy amigos y todo el tiempo que vivió en Francia nos vimos casi a diario, aunque fuera un momento, para pasar revista a los acontecimientos del día, tomando un café. Era generoso, limpio de espíritu, noble, terco, leal y de una franqueza que se parecía a la brutalidad. Yo me burlaba de él citándole a Vallejo: ‘Español de puro bestia’. Entre tanta gente que me ha tocado conocer, nunca me topé con nadie que fuera tan naturalmente íntegro como José María, tan transparente, tan impráctico, tan sin dobleces y, por eso mismo, condenado a romperse la crisma en todas las empresas en que se embarcó".

Desvelaba en ese mismo artículo cómo se habían conocido, una curiosa forma que ahonda aún más en la personalidad de Gutiérrez: "La noche que lo conocí, uno de los últimos días de 1958, en un puente de París, como me oyó decir que aún no había cambiado dinero me prestó un billete de mil francos (de los antiguos). Después supe que era todo lo que tenía y que, por ese préstamo, había tenido que irse andando desde el Barrio Latino hasta su chambre de bonne, en Clichy. Se llamaba José María, era leonés, de familia campesina, había estudiado Derecho en Salamanca pero no alentaba la menor intención de practicar la abogacía porque quería ser pintor". 

Y, vaya por delante, fue pintor, utilizando en ese campo la firma de Valdesaz. Y fue amigo de Pablo Picasso.

Retrato del coyantino publicado y retocado por su hijo Maximiliano Gutiérrez.
Retrato del coyantino publicado y retocado por su hijo Maximiliano Gutiérrez.



Por cierto, el hijo de José María Gutiérrez, Maximiliano, siempre agradeció la acertada definición que de su padre realizaba el Nobel peruano en aquel artículo, pero las discrepancias nacen del resto de las afirmaciones de Vargas Llosa, de algunos pasajes comunes y de que tal vez el comportamiento del ahora fallecido con el leonés no hizo honor a aquel detalle generoso de José María cuando se conocieron. El escritor Luciano G. Egido, compañero del leonés desde sus tiempos de estudiante en Salamanca, terció en el asunto con otra carta publicada también en El País con el título de ‘José María, mi amigo’. "Como amigo de José María Gutiérrez durante más de cincuenta años, y en su memoria, debo hacer algunas precisiones y rectificar los errores del artículo que Mario Vargas (...) Finalmente, su grado de amistad con el muerto no era tan grande como Vargas Llosa quiere hacer ver, pues los últimos años le dio esquinazo constantemente y llegó a dejarlo con la palabra en la boca, nada más llegar de visita a su casa de Madrid, porque se estaba preparando para ir a comer con José María Aznar a La Moncloa, además de no comunicarle la segunda versión del Pantaleón y otros desplantes. No obstante, su recuerdo de José María y su comentario sobre la incapacidad que tenía para promocionarse están muy bien. Mejor ser un ‘lobo estepario’ que un Rastignac cualquiera". 

Antes de este ‘fulminante’ epílogo había desmentido varias afirmaciones de Vargas Llosa: "No es verdad que fuera hijo de campesinos, su padre era un acreditado veterinario en Valencia de don Juan, y su madre era maestra de corte y confección, en ejercicio, y aficionada a la literatura, pues en su vejez -murió a los 104 años- escribió un par de ingenuas novelas. Su vivienda en el pueblo no era una ‘casita’, sino una gran casa de piedra, de dos pisos, resto del esplendor familiar del pasado. Tampoco es verdad que su mejor película se titulara '¡Viba Azaña!', impensable bajo la dictadura, sino '¡Arriba, Hazaña!', sobre una novela de Vázquez de Soto.  Su único hermano no está en un hospital, sino en una residencia, en León. En la referencia a la familia, el articulista se olvida de su hijo Maxi, licenciado en Biología y de más de treinta años, que le ayudó a vivir los últimos tiempos, le acompañó y le cuidó con un ejemplar sentido de la filialidad y le visitó cada 15 días en su pueblo" contradiciendo otra afirmación: "Dice también que era imposible saber que José María lo estaba pasando muy mal. ¿Cómo que era imposible? Sus amigos lo sabíamos muy bien, aunque él nunca quiso aceptar ayuda alguna que no fuera nuestro afecto y amistad".

Su ‘olvidado’ (por Vargas Llosa) hijo Maxi (Maximiliano) agradeció aquella inicial definición pero también se mostró muy claro y contundente hace tan solo unos días, al fallecer el escritor: "La hagiografía expansiva sobre Mario Vargas Llosa hoy ha sido tan exagerada, que uno se queda casi sin aire. Se ve que nos ha abandonado un semi-dios, prácticamente. Y, llega un punto en el que uno piensa que hay que echar un poco el freno. (...) Es decir: un auténtico triunfador. Un sueño. Una quimera hecha realidad. Pero... no lo olvidemos, por favor, también era humano. Muy humano". Y recuerda Maximiliano esta faceta ‘humana del semidios’ pensando en dos personas: su madre y su padre. "Una, mi madre, que hubiera estado, la cabrona, tan contenta por este deceso... Cosas y opiniones personales, que dan para un cuento casi. La otra persona, hubiera sido mi padre... El Asunto. La ¿traición? La ¿amistad? que no lo fue tanto. Por un lado, esa primera película, con toda la ilusión que albergaba, y que no salió como unos mandamases (incluyendo el creador principal) esperaban. Y cada uno de sus pasos, y esperaba alguna llamada en alguna visita fugaz a Madrid. Y, obviamente, la red que hizo que el engendro se hundiera en el fango del olvido absoluto. A pesar del esfuerzo que costó y de que podía arrastrar al abismo el prestigio incipiente de alguien que comenzaba en el mundo audiovisual, con intención y, sobre todo, buen saber hacer. Por otra parte, la creciente e imparable fama de El Escribidor, que le hacían alejarse más y más de sus orígenes (en todos los sentidos, pero, sobre todo, ideológicos y ‘de clase’). Y, entre esos orígenes, viejas amistades... Y, a pesar de esas ‘traiciones’, mi padre, aún con el corazón dolido permanecía casi hipnotizado, casi ¿enamorado?, obnubilado por el aura olímpica de Mario Vargas Llosa. A pesar de todo esto, sé que mi padre hubiera llorado, y le habría dolido en el alma la muerte de su viejo amigo".

Aquel proyecto cinematográfico del leonés era la película 'Pantaleón y las visitadoras', de la que hablaba Vargas Llosa en su artículo: "La adaptación de mi novela Pantaleón y las visitadoras, la codirigió conmigo, uno de los absurdos de que está hecho el cine, pues el dueño de la Paramount, Charlie Bludhorn, exigió que fuera el director yo, que no había visto una cámara en mi vida, ni había puesto los pies en un rodaje y sabía tanto de filmaciones como de chino mandarín. Pero José María se empeñó en que me embarcara en ese disparate para que se hiciera la película. Se hizo y así salió. Pero la película que él dirigió solo, unos años después, ¡Viba Azaña!, (Viva Hazaña) fue una delicada y hermosa historia que debió de tener éxito y, acaso todavía más, su adaptación a la televisión de 'El obispo leproso', que también pasó, por esas injusticias que a José María lo persiguieron como su sombra, sin pena ni gloria".

Introduce su faceta de director de cine, en la que además de los títulos señalados habría que recordar que José María Gutiérrez trabajó con gente como Orson Welles o Berlanga, en su faceta de pintor fue amigo de Picasso. Así le recordaba su hijo: "Fue una hermosa persona, extraordinariamente culta, un magnífico profesional, aunque a veces algo cabezota y ermitaño. Fue un artesano del cine que llegó a trabajar como ayudante de dirección de Mankiewickz, Orson Welles o Berlanga. Dirigió algunas películas, la más conocida ¡Arriba Hazaña! , la historia de la rebelión de unos alumnos en un colegio de curas".
 
Maximiliano Gutiérrez remata así su particular obituario: "Con todo, sinceramente, Descansa en Paz, Mario Vargas Llosa, aunque sea porque un atisbo de conciencia te hizo acordarte, a toro pasado, de mi padre. Y, ojalá algún día salga a flote ese capricho tuyo que fue la primera película de 'Pantaleón y Las Visitadoras', que tanto te avergonzó, hasta el punto de casi desaparecer de la faz de la Tierra (de hecho, hoy, en todos los homenajes que he ido escuchando y leyendo, no hay ni la más mínima mención a esa fallida aventura fílmica del escritor... qué cosas...). Pueda ser que, con respecto a eso, haya algo de justicia ¿poética?".

Y explica el hijo del inolvidable José María Gutiérrez, un leonés que a buen seguro merece un estudio mucho más profundo de su vida y obra, su necesario desahogo ante el fallecimiento del famoso y laureado ¿amigo? de su padre: "Cierro el ciclo. No quería venganza. Para nada. Solamente poner una micro-gota de humildad a los torrentes de adulaciones que han corrido hoy por todas partes. Para recordar que Los Grandes, a veces son Grandes, pero a costa de otros ‘pequeños’, de otros más nobles, que van quedando en el camino, y de los que este mundo cruel casi siempre se olvida... ¿Vale la pena el precio? ¿vale la pena el camino? Supongo que para unos sí, para otros no".

 

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