Su oficio está lleno de tópicos y nostalgias, no hay más que seguir los comentarios cada vez que protagoniza un reportaje –«tengo como para empapelar una casa»– y, sin embargo, Luis está en las antípodas de esos mundos, un tipo singular, culto, lector empedernido, ingenioso, sorpredente en sus respuestas y siempre alineado con los suyos: ‘el obreraje’; no en vano es el patrón ideal/amigo para varios trabajadores de éste y su otro oficio estival en el bar de los Pinos.
- ¿Cómo llega a ser el entrañable castañero que dirían los clásicos?
- Pues dando tumbos, que yo también quise salvar el mundo con cuatro amigos, en aquello de la huelga de la construcción, después fuimos mineros en Sabero y vimos que todo era mentira... y me hice castañero.
- Desde cuándo.
- Desde los ochenta.
- ¿Y el changai?
- Era del padre de un amigo, lo tenía ahí olvidado y lo aprovechamos, tal y como está, lo único que cambié fue el sistema de asar.
Pasa una clienta y no hace falta que diga nada, coge el cucurucho ya preparado con las castañas y se lo da, envuelto en papel industrial.
- A ver entrañable castañero; ya podías colaborar con la prensa y envolver las castañas en cucuruchos de papel de periódico, como se hizo toda la vida.
- Ay amigo, ya me gustaría pero no me dejan. Con el periódico colaboro leyéndolo, que no es poco, pero para envolver tiene que ser en papel industrial, ya sabes el dicho: «Al amigo todo, al enemigo nada y al indiferente la legislación vigente».
- El dicho es algo más fuerte.
- Ya, pero seamos finos.
- Y los cucuruchos ya preparados.
- Tiene su truco. A la gente le gusta mucho eso de rodearlos con las manos y que estén calientes, si se los envuelves en un papel frío de León, en el momento... no.
- Tú no tendrás queja, trabajas aquí al calor del Changai.
- Cierto; soy el único leonés que ni se aburre ni pasa frío en todo el invierno.
Ahí sigue a lo suyo, sonriendo cuando le dicen lo de entrañable. «Ya se lo digo a los niños, ten cuidado, que yo también le dije a mi padre que quería ser castañero».