Antonio Gaudí y Madame Moreu (Pepeta)

Por José María Fernández Chimeno

07/12/2023
 Actualizado a 07/12/2023
Pepeta Moreu (1875-1938) con una nieta.
Pepeta Moreu (1875-1938) con una nieta.

«El género humano, después de apartarse miserablemente de Dios, creador y dador de los bienes celestiales, por envidia del demonio, quedó dividido en dos campos contrarios, de los cuales el uno combate sin descanso por la verdad y la virtud, y el otro lucha por todo cuanto es contrario […] En efecto, tan pronto como una serie de indicios manifiestos -instrucción de proceso, publicación de las leyes, ritos y anales masónicos, el testimonio personal de muchos masones- evidenciaron la naturaleza y los propósitos de la masonería, esta Sede Apostólica denunció y proclamó abiertamente que la masonería, constituida contra todo derecho divino y humano, era tan perniciosa para el Estado como para la religión cristiana». (Papa León XIII – Extracto de la Bula Humanum Genus) (San Pedro, el 20 de abril de 1884)


Pepeta Moreu fue la única mujer que pudo cambiar el destino de laSagrada Familia». Esta frase, que puede parecer pretenciosa, sin embargo no está exenta de cierta realidad. Corría el año de gracia de 1883, cuando el joven Antonio Gaudí aceptó el encargo del templo expiatorio de la Sagrada Familia, que el arquitecto diocesano Francisco de Paula del Villar había abandonado, por discrepancias con el promotor Josep Maria Bocabella. Esta obra no dejaba de ser una más entre las que el novel arquitecto se traía entre manos. Ese mismo año, Gaudí inició el proyecto de construcción de los pabellones de entrada de la finca Güell de Pedralbes. Por igual, Salvador Pagès Inglada, amigo y socio de Gaudí, un empresario enriquecido en EEUU con la industria textil, que había fundado la Cooperativa Obrera Mataronense (diseñada por Gaudí siendo estudiante, entre 1877 y 1882; y ejecutada parcialmente en 1883), y dada su ideología, muy próxima al «socialismo utópico», encargó a su amigo el diseño de un complejo industrial, siguiendo la estructura de las colonias obreras, incorporando innovadoras prestaciones sociales.

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Nave diseñada por Gaudí para la Sociedad cooperativa La Obrera Mataronense.

Posteriormente, en 1885, Eusebi Güell encargó a Gaudí la construcción de su residencia en el centro de Barcelona: el Palau Güell, un edificio solemne y ostentoso en su interior, para cuya realización utilizó materiales nobles, tales como mármoles, maderas y hierro forjado. [ver artículo en LNC: Antonio Gaudí y Mister Güell (28-01-23)]. Mas, no sería la de Güell la única relación, mitad profesional, mitad de amistad, que Gaudí mantendría en un año cargado de felicidad y buena ventura. Gracias a su amigo de la infancia, Gaudí conoció a la familia Moreu, que tenía una espaciosa casa en Mataró. Era una vivienda privilegiada que disponía de un baño bien equipado, algo muy poco común durante el siglo XIX en el municipio, y un gran salón, donde los festivos invitaban a numerosos invitados. Gaudí contaba 33 años cuando fue presentado a Pepeta, la hija mayor de don Antonio Moreu. Durante cuatro años, todos los domingos iba a casa de los Moreu acompañado de su sobrina Rosita, donde se deleitaba con las interpretaciones musicales de Pepeta -mientras la niña jugaba en el jardín con los tres hermanos menores-, y sacaba ideas ornamentales para la decoración del comedor de la casa Vicens (1883-1888).

A pesar de su edad, Pepeta tenía 27 años, era una mujer de costumbres liberales y con «mucho mundo», que rompía con los esquemas básicos de las mujeres de su tiempo. En 1875, con los 18 años recién cumplidos, la joven Pepeta se casó con un capitán carlista. El matrimonio con Joan Palau resultó ser un infierno para ella, pues debía soportar las constantes borracheras y palizas de su esposo; quien, con el dinero de la dote había comprado un paquebote con el que realizar cabotaje por el norte de África, comerciando con mercancías como el vino y el esparto. En 1878, en Orán, ciudad del noroeste de Argelia, Pepeta le comunicó que estaba embarazada y le pidió que asentara la cabeza, un cambio de vida. La respuesta fue revelarle que él ya estaba casado con otra mujer en Buenos Aires. Malvendió el barco y la abandonó a su suerte sin dejarle ni un céntimo. Sola en Orán y sin dinero, pudo salir adelante dedicándose a tocar el piano en un bar y…, hasta que regresó a Mataró, gracias a unos marineros que se apiadaron de su situación.

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Cripta de la Sagrada Familia (1885).

Su hijo nació sano, pero murió a causa de la difteria el 3 de enero de 1883, a los tres años de edad. La familia Moreu inició los trámites para declarar la nulidad matrimonial entre Pepeta y Joan Palau, consiguiendo finalmente que fuera anulado por bigamia y que pudiera recuperar su condición jurídica de soltera. A pesar de estas desgracias Pepeta no había perdido un ápice de su encanto. En las memorias de su hermano la describe como: «Rubia, de pelo de color oro viejo, casi caoba, de un extraño atractivo que se hacía mirar»; a lo que hay que añadir que tenía un cuerpo escultural. Esa intelectual, aunque un poco alocada y no excesivamente pudorosa, pronto llamó la atención de Gaudí, pues no solo era una pianista excepcional, sino que llegó a ser profesora de francés; también se interesaba por la política, algo muy poco habitual en las mujeres de aquella época, puesto que, por lo general, se consideraba un tema reservado a los hombres. Leía prensa anticlerical y mantenía relación con personas republicanas, socialistas y masonas de Mataró; pese a la prohibición del Papa León XIII, con bula Humanum Genus (1884).

En definitiva, una «mujer experimentada» al que Antonio Gaudí, aunque se comportaba y vestía como un dandi, y aunque compartía amistades afines, como la de los hermanos Fontseré, debió parecerle un tanto timorato y poco proclive al matrimonio. (La familia Fontseré era oriunda de Riudoms, donde también se encontraba el Mas la Calderera, hogar de «los Gaudí». Josep y Eduardo eran altos cargos de la masonería barcelonesa y pertenecían a la dirección de la Gran Logia Simbólica Catalana-Balear, dirigida y formada por Rosendo Arús i Arderiu. Gaudí abordó el diseño de dos medallones con salamandra y se le atribuye el proyecto hidráulico de la cascada del Parque de la Ciudadela). Cuando Antoni le declaró su amor, Pepeta le rechazó mostrándole el anillo de compromiso de su prometido Josep Caballol, con quien tendría cuatro hijos.

Se ha especulado mucho sobre cómo este rechazo marcó el resto de la existencia del genial arquitecto. Al parecer ese desengaño amoroso le abocó hacia la introspección, y hay testimonios que afirman que ya nunca más volvió a la casa de los Moreu. Lo único cierto es que Gaudí jamás volvió a mostrar interés por el sexo opuesto y luego de superar una aguda “crisis existencial” [ver artículo en LNC: Gaudí. El poder de las imágenes. 1ª Parte (25-05-23)], en 1894, gracias a los buenos consejos del doctor Josep Torras i Bages, se inclinó hacia los principios religiosos.

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La Sagrada Familia (proyecto neogótico).

Durante el resto de su vida, Gaudí fue adquiriendo un acerbo espiritual que le llevó a dejar todos sus encargos y, desde 1912, retirado ya de la vida pública, a dedicarse plenamente a las obras del Templo Expiatoria de la Sagrada Familia. Mientras tanto, en ese largo periodo de tiempo, Pepeta Moreu seguramente continuó comprometida con sus ideales, luchando como activista contra las desigualdades de género que se observaban en las mujeres trabajadoras de la época; participando del denominado «Día Internacional de la Mujer Trabajadora» (la primera conmemoración se realizó el 19 de marzo de 1911 en Alemania, Austria, Dinamarca y Suiza). También, es fácil imaginarla celebrando que en España, a partir del 8 de marzo de 1910, la mujer accediera a la Enseñanza Superior en igualdad de condiciones que el hombre, cuando se aprobó una real orden que autorizó «por igual la matrícula de alumnos y alumnas», poco después de que Emilia Pardo Bazán fuera nombrada consejera de Instrucción Pública. Pepeta viviría lo suficiente como para poder votar en las primeras elecciones generales del 19 de nov. de 1933.

Llegados a este punto, no es difícil imaginar que sin esas «calabazas» recibidas por Gaudí, este hubiera disfrutado de una vida totalmente diferente, en compañía de su «amor platónico», y que de no haber existido el rechazo que le produjo tal desazón y que le llevó a refugiarse en el misticismo, convirtiéndose casi en un anacoreta, la vida le habría sonreído, quizá regalándole una numerosa descendencia al lado de Pepeta Moreu; una prole a la que alimentar a base de encargos de las familias adineradas barcelonesas a las que tendría que satisfacer sus gustos..., perdiendo con ello su «ingenio» y gastando todas sus fuerzas en proyectos bien remunerados. Pero: ¿Qué habría sido entonces del proyecto de templo expiatorio de traza gaudiniana, pergeñado por un genio? No se sabrá nunca, aunque no sería tan descabellado elucubrar que: «Pepeta Moreu fue la única mujer que pudo cambiar el destino de la Sagrada Familia».

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