Aquellas discotecas de los últimos sesenta y primeros setenta en León tenían un punto de misterio a ojos del chaval, pero también algo prometedor y, vistas desde fuera, incluso pecaminoso. Además, una vez dentro resultaba verdaderamente difícil distinguir personas y objetos, pues sólo la pista tenía iluminación; es decir, la discoteca (muchas se anunciaban como ‘discoteque’) contaba con innumerables recodos y rincones en los que no podía verse mucho, sólo movimiento suave…
Allí se bebía la consumición que daban con la entrada, se cruzaban infinitas miradas chicos y chicas, y se bailaba…, aunque también estaba el mirón profesional, que jamás se aventuraba a la pista pero siempre estaba pendiente de todo lo que allí sucedía. Era casi norma general que hubiera un tiempo para el baile suelto y otro para el ‘agarrao’. Aquel no precisaba nada, mientras que para éste se necesitaba pasar por el ‘trago’ de acercarse a la muchacha y, azorado y sonrojado, pedir baile, con una negativa como respuesta la mayor parte de las veces; claro que eso era lo menos malo, ya que en no pocas ocasiones el ‘no’ iba acompañado de las risitas cómplices del todo el grupo de señoritas, en cuyo caso el penitente no sabía dónde meterse… Y cuando se conseguía un sí, y ya cogidos, él solía ‘atacar’ con los clásicos «¿estudias o trabajas?, ¿vienes mucho por aquí?, ¿te gusta la música que ponen?...» Hay que reconocer que en esa situación resultaba francamente difícil iniciar conversación, y si no se conseguía atraer la atención de la damisela, al terminar la pieza adiós y gracias; claro que si se lograba hablar durante unos segundos y arrancarle una sonrisa se podía bailar otra, y otra, e incluso que ella te presentara a su grupo de amigas. Algunas de las discotecas tenían cierta personalidad, o al menos así lo percibían los más inexpertos. Por ejemplo, el Pussy se veía como un local para mayores, y eso que allí hacían sus fiestas los universitarios de Biología, Minas o Veterinaria. Además, quienes no habían cumplido los 18 lo tenían francamente mal para entrar. Cuando uno lo conseguía lo contaba al día siguiente a los amigos como una enorme proeza, y todos le preguntaba ¿qué tal?, ¿qué había?, ¿muchas chicas?, ¿solas? Para los recién salidos de la adolescencia las discotecas, sobre todo aquella, eran lugares medio paradisíacos y medio diabólicos, pero llenos de enigmas indescifrables e irremediablemente atractivos.
El Mytho´s tenía también sus particularidades. Allí lo difícil era entrar sin pagar entrada, pues eso daba caché, importancia; y cuando un día no pagabas pensabas que siempre sería así, y no, había veces que o taquilla o nada. No era muy grande, tenía su pista central y rincones oscuros alrededor; la cabina del pinchadiscos estaba cerca, incluso se le podía pedir alguna canción, petición que casi nunca era atendida. La música era muy del momento, y se podía escuchar una de Bob Marley y luego una de ‘Fiebre del sábado noche’; el pinchadiscos solía poner el ‘Get ready’ de Rare Earth para cambiar del ‘agarrao’ al suelto, ya que la entrada del tema era lenta y luego aceleraba de lo lindo; quien conocía el truco quedaba muy bien ante la chica, como un gran experto que domina perfectamente el terreno ‘discotequil’. Muy céntrica, pasarse por allí era casi un ritual, una parte de la peregrinación de los leoneses-as que más metidos estaban en el rollo.
Podría decirse que el Cyrano´s, también en el centro, fue la que sucedió a la anterior. Mucho más grande y con piso superior, desde cuya barandilla se dominaba toda la pista de baile, atronaba con la música disco más fácil y más de moda. Allí bailaban incluso personas ‘mayores’ (deberían ser cuarentones-as, pero a ojos muy jóvenes tendían a la vejez). Gozaba de abundantes rincones oscuros que, sorprendentemente, siempre estaban ocupados. La escalera que daba al piso venía a ser, para algunos-as, como una pasarela donde mostrar lo más vistoso. El cruce de miradas subrepticias era cosa común en todas las ‘discoteques’, pero en Cyrano´s adquiría nueva dimensión al contar con aquel magnífico puesto de observación elevado que permitía una visión general…
El Aston tenía fama de ser una ‘disco de barrio’…, ¡bobadas! Ponían mejor música que en las del centro y ofrecía tantas ‘posibilidades’ como las demás, y esto era lo que realmente importaba. Además, luego programó excelentes actuaciones de grupos musicales. Su pista estaba muy bien delimitada y en un ligero altillo, de modo que los bailarines lucían mucho bajo las luces, con sus pantalones enormemente acampanados pero ceñidísimos a la cintura, camisas de grandes cuellos y abiertas, camisetas muy cortas, y cortes de pelo afro tanto en ellas como en ellos.
El pago de la entrada, en todas ellas, permitía pedirse una copa, incluso un combinado, cosa que aprovechaban algunos-as para perpetrar auténticos desacatos. No era raro solicitar al sufrido camarero una granadina con ‘alicao’ (que era un batido de cacao); es decir, una bebida densa y dulzona hasta el empalago…, y sin embargo había quien se trasegaba tres o cuatro. También Licor 43 con cola, o con piña, o con…, sí, con el consabido ‘alicao’. O el 43 con Cointreau, que entraba muy dulcemente pero luego ponía la cabeza… ¡Y qué se puede decir del ‘pipermint’ con cola (algunos lo pedían ¡con leche!). El colmo era granadina con 43 y ‘pipermint’.
Sí, aquellas discotecas leonesas de finales de los sesenta, los setenta y primeros ochenta tenían todas su ‘ambientillo’, tanto que unas gustaban más a unos y otras a otros sin saber muy bien por qué. Entonces apareció ‘la nueva ola’, con lo que surgieron entonces las que saciaron el deseo de los leoneses que estaban ‘en la movida’ con conciertos de los grupos que estaba ‘en la cresta de la ola’. Claro que esto era ya algo muy distinto. Hoy la cosa no tiene nada que ver.
Aquellas discotecas de aquel León
Carlos del Riego evoca en este artículo la arquitectura y el ambiente de las históricas discotecas leonesas de los años 70 y 80
20/05/2020
Actualizado a
20/05/2020
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