El arma de la nostalgia

Por José Javier Carrasco

01/05/2024
 Actualizado a 01/05/2024
El templete de música del Paseo de La Condesa. | LEÓN24HORAS
El templete de música del Paseo de La Condesa. | LEÓN24HORAS

Según el ‘Diccionario crítico etimológico castellano e hispánico’ de J. Corominas y J. A. Pascual la palabra kiosco proviene del turco kiösk, kiechuck o kusk, y se refiere a un tipo de construcción generalmente circular, sustentada por pilares y abierta en sus paredes. El término se utilizaba para nombrar indistintamente a una variedad de construcciones, desde los palacios de verano del sultán y mezquitas, hasta construcciones flotantes en jardines. En un sentido general, alude a construcciones donde toca una banda, a los puestos de periódico, casetas de información, baños públicos e incluso acceso a un subterráneo. Su origen se remontaría a los jardines ingleses del siglo XVIII inspirados en los jardines chinos, de sinuosas veredas. Reunían rocas, piedras, arena y una serie de pequeñas edificaciones. Con la Revolución Francesa se impone la idea de convertir la música en un instrumento de difusión de las nuevas ideas y toda manifestación pública pasa a incorporar la actuación de bandas militares de músicos. A finales del siglo XIX la mayoría de las ciudades de Francia contaban con un Kiosco de música para el desempeño musical de esas bandas. La moda se extendió por toda Europa como señal de progreso y modernidad junto a las fuentes, bancos y alumbrado, convirtiéndose  en elementos característicos de las plazas públicas, los jardines y paseos de las nuevas ciudades.  

En 1956, Ramón Gómez de la Serna, en su exilio en Buenos Aires, escribe ‘Nostalgias de Madrid’, ciudad que amó y en la que vivió hasta que estalló la guerra civil. La nostalgia, ese sentimiento entre amargo y dulce que nos embarga cuando estamos lejos de aquello con lo que en otro momento nos identificamos. En el libro repasa, tratando de fijar, lo que la distancia y el tiempo amenaza con volver difuso. Entre las estampas que recupera su memoria, quizá en una pausa en la redacción de la novela inédita ‘Tembladeral’ sobre su vida en Argentina, se encuentra el apartado dedicado  a ‘Los templetes de música’: «Los templetes olvidados, un día desaparecen sin saber cómo, quizá envenenados por una de esas hierbas que crecen entre sus junturas, quizá desarmados por los dragones que son los dueños natos de ellos, porque no hay que olvidar que su primitivo nombre exótico fue el de kioscos, con la k, que les iba tan bien antes de adocenarles llamándoles quioscos». En su ‘Preludio de Madrid’, con que abre su repaso a la ciudad en la que vivió, dice: «Madrid es no tener más empeño que seguir siendo lo que se es». Quizá fue precisamente eso lo que le decidió a dejar la ciudad y esperar veinte años para evocarla de nuevo sabiendo que no regresaría nunca a ella. 

También con un tono evocador escribió José María Merino, y quizá por motivos parecidos a los de Ramón Gómez de la Serna, el libro ‘Intramuros’, aunque la distancia abierta con el motivo de su evocación sea más corta, la que separa a León, donde creció, de Madrid, donde reside. Tampoco en ese ejercicio de nostalgia podía faltar una alusión a ese elemento del mobiliario urbano de la ciudad, que un pie de foto de ‘El siglo de León. Crónica de cien años. 1901-2000’, publicado por El Diario de León, describe así: «El templete de música fue durante décadas cita obligada de los leoneses. Instalado junto al río, permitía disfrutar del paseo y escuchar los conciertos dominicales de la Banda Municipal». En la fotografía se veía a un grupo de gente endomingada, de pie, bajo la sombra que daban los castaños de Indias, escuchando atenta las notas del concierto que ofrecían los músicos desdibujados bajo la carpa.  Notas que José María Merino recrea en su poético ejercicio de narrador: «Estarán todavía llenos de hojas los castaños, en la Condesa, y los niños correrán entre los alcornoques y los bancos. Temblarán todavía, bajo la menuda bóveda, las vibraciones de los conciertos. Hay alguna melodía que, de tan repetida, dejará enredado para siempre un arabesco sonoro en tu imaginación...». Recuperar solo lo esencial. 

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