Ya son varios los años que la plataforma de arte urbano Street Art Cities lleva consagrándose como paradigma de la expresión a nivel internacional. Además de su mapa de murales, que no encuentra fronteras de un lado al otro del orbe, su selección de las mejores obra tanto mensual como anual no deja a nadie indiferente. Ya son varios años también desde que León se colara en unas formas y otras entre ellas, haciendo de la provincia lugar donde el arte llega a las calles para quedarse. Y el 2024 no iba a ser menos.
Desde el Delta del Ebro, en Cataluña, habla Uri KTHR, autor del mural ‘The messenger’ que desde el último mes de agosto ocupa una de las fachadas de La Bañeza. Elaborado en el marco del festival Art Aero Rap, el muralista cuenta que tardó en realizarlo unos 7 u 8 días. «Gracias a que conocidos de conocidos les habían hablado de mí alguna vez, me llamaron para ir a pintar con un mes de antelación», rememora: «Conocía a la gente que iba del mundillo, pero no habíamos coincidido en persona y me hacía mucha ilusión compartir unos días con ellos». Desde entonces, una figura sugerente se hace protagonista entre las travesías del todo coloridas del municipio leonés.
Algo diferente –aunque no mucho– es el caso de Manuel García. Compañero en el mundo del arte urbano, este es de cuna leonesa y su pieza nominada a mejor mural del mundo se encuentra en el municipio palentino de Guardo. Tras unas dos semanas de trabajo, la pieza vio la luz en pleno Pispajos Urban Fest. «Al ver las dos medianeras, lo primero que me vino a la cabeza fue hacer a mis dos gatines», cuenta: «Uno es el macho y la otra la hembra, que es más traviesa». De ahí el bautismo: ‘Sanchín y Draculina’.
No es la primera vez que una de las obras del leonés está entre las nominadas: el año pasado, ‘Chollo El Jilguero’ –también en Guardo– ya competía por el reconocimiento. El catalán, sin embargo, sí debuta entre los seleccionados. El primero repite con un mural de unos 24 metros de altitud, el segundo se estrena en la plataforma con uno de alrededor de 18 metros. Los dos haciendo uso únicamente de la gama cromática que les permiten sus esprays.
Entre sendos artistas hay ciertas diferencias. Manuel lleva recibiendo encargos desde 2010, aunque ya destinaba parte de su tiempo a este arte desde 5 años antes. Uri, mientras tanto, dibuja desde pequeño, pero no fue hasta hace unos 7 años cuando se arrancó en el mundo del muralismo. El leonés lleva a sus espaldas la elaboración de unas 500 obras –muchas de ellas, en las zonas del Órbigo y del Páramo leonés– y el catalán, que calcula unas 200, no había firmado nunca antes en alguna de las paredes de León. También hay paralelismos: a los dos les cuesta sobremanera hacer una fiel estimación.
El autor de ‘Sanchín y Draculina’ es pintor de oficio. El de ‘The messenger’ compagina su faceta de artista con la de organizador del festival de arte urbano Efimur. Dadas las dimensiones de sus piezas, ambos parecen decantarse por el gran formato. «Estar ahí a tu bola, encima de la plataforma escuchando música es una de las mejores sensaciones que puedes llegar a tener», opina Uri: «Desaparece todo; estás tú con el muro y dices ‘David contra Goliath... Esta la gano yo’». Y es que sus palabras, como su obra, son toda una declaración de intenciones.
«Siempre he tenido la sensación de que los artistas tenemos que ser esos mensajeros de cuestiones sociales, de cuestiones políticas, de cuestiones de todo... Y la historia del arte así lo dice realmente», opina: «El arte está para transmitir una filosofía en una imagen, en una escultura, y creo que los artistas hacemos esa función». El trasfondo de la pieza nominada combina bien con lo que relata. «La cosa era crear esa mensajera y hablar, sobre todo, de cómo está la situación de la naturaleza, la situación ecológica», continúa: «Nos lo estamos cargando todo y el reloj refleja cómo se pasa de la vida a la muerte». Su propia interpretación de ese acontecimiento inevitable no se queda fuera del lienzo. «Luego también el hecho de aceptarlo, de aceptar la muerte como tal», termina el relato: «La vida es así, no hay más; todo lo que tiene un principio tiene un final».
Aunque el muralista no desecha el arte como disfrute, su visión es ciertamente distinta de la del leonés. «Yo no diría que siempre hay detrás una protesta», asegura Manuel: «Diría que hay una causa o algo que el artista quiere decir». Los suyos –sus gatos de pintura– parecen ser prueba de una certeza: que todos llevamos dentro algo de luz, de bondad, y algo de oscuridad, de maldad o travesura. Que no hay lo uno sin lo otro. «Cada persona lo puede interpretar de una manera u otra», deja en el aire: «Yo lo que quiero decir es eso y luego cada uno tiene margen para la imaginación».
Entre paralelismos y perpendicularidades, si en algo presentan férrea coincidencia es en su respuesta a si es al arte urbano está valorado como se merece. «Ni el urbano ni la cultura en general», resuelve conciso el catalán, que alaba la labor artística de un país henchido de belleza. «La cantidad de murales nominados en España dentro de estos premios nos los dice», sigue: «Casi la mitad de nominaciones de los 50 seleccionados son españoles». A su modo de ver, «tiene que haber mucha más inversión, tanto de dinero público como privado, en todo esto porque la sociedad crece con otros estigmas y sin tantas tonterías». El artista es contundente: «No es lo mismo una pared gris que una con una obra de arte; eso te cambia la vida».
El leonés es igualmente firme: «Cuanto más se realicen murales y festivales, más se va a valorar». Considera el muralismo como un arte que «no está tan categorizado como un cuadro en un museo», pero que «evidentemente crea un museo al aire libre». «Si esto se valorara como se tiene que valorar, la compensación económica sería mucho mayor», analiza: «Hay que adaptarse a los tiempos en los que estamos y, claro, en la virtud de dar está la de pedir y viceversa». Y, para alcanzar ese valor que tanto anhelan –señala el creador de ‘Sanchín y Draculina’– hay que conseguir instalar la idea «en la cabeza de la gente de que esto es un arte, que no es un trabajo cualquiera». Algo que ve como un futuro demasiado lejano.
En los 7 años de recorrido por los paraderos del arte urbano, Uri identifica aun así una especie de progreso. «Por suerte o por desgracia, esa evolución viene dada, sobre todo, por la parte económica que puede generar tener un festival», refiere sobre lugares que «lo utilizan como atracción turística». «Está guay porque es uno de los objetivos», refleja: «Pero sería lo suyo que no nos olvidáramos de que estamos participando en crear galerías inmensas de arte en medio de las calles y ese es realmente el fin; que las calles dejen de ser un sitio monótono, que sean de todos... Y pintándolas lo vamos a conseguir».
Como el que él mismo organiza en tierras catalanas, son varios los festivales que cada año hacen de los rincones de la geografía nacional una suerte de galería. Ocurre, casi siempre, en el entorno rural. El autor de ‘The messenger’ lo atribuye a los tipos de construcción presentes en los pueblos. «Los pisos que se crean hoy ya no contemplan el concepto de fachada y medianera y se busca abrir balcones y ventanas por todas las caras del edificio», explica: «Los pueblos sí que mantienen esa arquitectura de hace años y son los sitios perfectos para poder realizar festivales así y pintar medianeras en gran formato». Su reflexión, en vistas a un medio rural cada vez más despoblado, hace pensar en la posibilidad de que algún día los enclaves más recónditos tengan en sus hogares un mayor número de piezas de arte mural que de vecinos. Uri pone un ejemplo, Penellas, donde dice que esa hipótesis ya se ha tornado en realidad.
El catalán, deseoso de regresar a León –aunque respetando «los territorios de cada uno» y «sin pisar»–, y el leonés, con miras a sus creaciones estivales en enclaves como Villavante, San Martín del Camino y Celadilla del Páramo, se muestran emocionados con su nominación a mejor mural de 2024 en la plataforma Street Art Cities –en la que se puede votar hasta el 25 de este mes–. «Es un reconocimiento a nivel mundial y te clasificas entre los mejores del mundo», expresa Manuel: «Estar entre ellos ya es un logro». Uri, mientras, tiene por seguro que «quien se lleva el pico de atención acaba siendo el número uno», pero eso no quita el beneficio a modo de «publicidad, de seguir teniendo canales para difundir el arte urbano» y sus propias obras.
Lo que está claro es que la expresión ha llegado para quedarse; que quizá sea el arte por antonomasia que se recordará como carácter de estos tiempos y que cada día son más los artistas que sorprenden con sus piezas a quienes no conciben una obra fuera de los muros del museo. Los responsables de hacer del mundo una galería al aire libre; los autores de unas calles que se llenan de color al son de unos aerosoles que reflejan nada más que un futuro repleto de arte asequible para todos y presente a la vuelta de la esquina.