Mirando hacia atrás con pena es necesario contar que pocos nombres en León, tal vez ninguno, arranquen silencios más atronadores y de admiración que el de Alejandro Vargas, «el primer abstracto leonés».
Cuando Antonio Gamoneda escucha su nombre cierra los ojos como si fueran las luces del cine para repasar la película de ese artista con quien compartió vida, sueños, desprecios, trabajo y tertulias; Amancio González repite en cada reconocimiento, que no son pocos, que «yo no estaría aquí si Alejandro no se hubiera cruzado en mi vida cuando tenía 17 años»; el socarrón Jular, el compañero de la mítica primera exposición abstracta en León, cuando le decías Alejandro te matizaba «tal vez estás hablando de Don Alejandro»; Zurdo hablaba del «maestro sabio»; el fotógrafo Manolo Martín le llamaba «el hombre del renacimiento, te puede hablar de lo que quieras»… en fin, Luis García repasa su faceta artística y habla de su refugio interior en otro artículo de este día triste y gris. En las tertulias a las que acudía cuentan que lo que más le gustaba era escuchar, pero cuando hablaba se hacía el silencio. Tal vez para escuchar al maestro de los silencios pues pocos grandes artistas han pasado tan de puntillas.
Adiós a un histórico, a un maestro, a un artista, a un sabio, a una leyenda… Y, sin embargo, de pocos personajes encontrarás menos entrevistas, incluso en la prensa local, su presencia será menos habitual, descubrirás en menos saraos. Fue el maestro del arte y de los silencios, dejaba sus palabras para sus alumnos.
Tal vez fuera voluntad propia, tal vez sea así la realidad de una tierra como esta, tal vez haya sido cierta precaución del entrevistador a no dar la talla ante la enorme dimensión del personaje. Personalmente reconozco un truco, ante la insistencia de Manuel Martín y Manolo Jular de que le hiciera una entrevista a Vargas les propuse hacérsela los tres. Y así fue.
No podía faltar, estando Jular y Vargas juntos, el recuerdo de la histórica primera exposición abstracta en León. «Era 1961, yo había llegado a León en 1960, en pleno auge de toda la pintura abstracta en Europa, y yo venía de París. Estaba preparando una exposición y te conocí a ti (Manolo Jular) que me dijiste ¿y por qué no expongo contigo? Eras todo entusiasmo, Y así se fraguó».
– Un éxito y una leyenda.
– Para el prurito artístico sí, fue un éxito, también de público para conocer aquello del abstracto; pero para comer fue un auténtico fracaso, no vendimos nada, aunque es cierto que entonces no se vendía nada, ni abstracto ni no abstracto.
Y desvelaba una anécdota que habla de su escepticismo. Él acudía todos los días a la sala y todos los días veía a un hombre que recorría la muestra, sin faltar nunca y sin hablar con nadie. «Sorprendido por aquel entusiasmo le pregunté al conserje por nuestro admirador y me dijo que era el portero del edificio de al lado, que no tenía calefacción e iba a calentarse a la sala».
Sorprendía de Alejandro Vargas su enorme bagaje cultural, que le gustara tanto la filosofía como la música y tanto la música como la pintura. Tal vez en ello tuvo que ver, además de Gamoneda, otro de sus primeros aliados en León, que era realmente profesor de Filosofía. «Antonio González de Lama me acogió con mucho cariño, hablaba muy bien de mí, de lo que yo hacía, aunque él no entendía demasiado de pintura pero tenía mucho olfato. Manteníamos largas conversaciones, me dejó un recuerdo muy grato».
De su evolución pictórica –«el abstracto ya era un camino sin salida que para mí supuso una verdadera escuela, yo aprendí a pintar con el abstracto y volví al figurativo por la necesidad de aprehender el mundo de fuera», decía entonces (era 1986)– habla Luis García. Vargas recordaba cómo al grupo que formó con Jular, por lo de la abstracción, se sumó Zurdo, «que también venía de Europa, de Munich en su caso» y el siempre presente Gamoneda.
– ¿Y cómo acabó aquello?; pregunta Jular como si él no fuera uno de los protagonistas.
– Pues como acaban siempre estas cosas, como el rosario de la Aurora; dice Vargas arrancando risas.
Y aquí, en León, se quedó, caminando siempre «a contrapelo» –en expresión suya– ; caminando siempre «por la avenida de la dignidad» –en expresión de Manolo Martín–; en la eterna compañía de Gamoneda, con la eterna admiración de sus alumnos, contando sus verdades sin tapujos: «Aquí la única entidad que podía hacer algo por los artistas es la Caja de Ahorros y no hace nada. De las instituciones se puede esperar muy poco pues la gente que nombran para la gestión cultural no tienen nada que ver con el mundo de la cultura».
Tampoco creía mucho Vargas en la crítica, no le preocupaba en exceso pues, decía, «al margen de quienes estamos en este mundillo de la pintura la única persona cualificada para emitir un juicio sobre arte es Antonio Gamoneda».
Tal vez por ello cada vez que le encontraba por la calle se repetía la misma conversación.
– Don Alejandro, que diría Jular, ¿cuándo hacemos una entrevista?
– ¿Con quién vas a venir esta vez?