Arturo Suárez-Bárcena: "Hay que callar a algunos personajes para que no se pasen de la raya"

El escritor extremeño afincado en Ponferrada presenta la novela ‘La noche que besé a Ava Gadner’ este viernes en la Fundación Sierra Pambley de León

30/01/2025
 Actualizado a 30/01/2025
El escritor Arturo Suárez Bárcena. | L.N.C
El escritor Arturo Suárez Bárcena. | L.N.C

El salón de actos de la Fundación Sierra Pambley acoge este viernes 31 de enero, a partir de las 19:30 horas, la presentación de la novela ‘La noche que besé a Ava Gadner’, del escritor extremeño afincado en Ponferrada Arturo Suárez-Bárcena Bombín, que estará acompañado durante el acto por Pedro G. Trapiello. El propio título del libro deja poco lugar a dudas de la época y el ambiente en el que trascurre la trama de esta novela que ya es la cuarta de este original escritor que ya antes demostró su talento narrativo en obras como ‘El borsalino negro’, ‘El borsalino rojo’ y ‘Los secretos del Sil’. «El lector tiene en su mano la vida de una mujer bellísima pero sin norte; el viaje a un tiempo en el que los sueños emergían de las salas de estreno y reestreno, a veces con sesión doble, donde el celuloide daba luz a unas vidas en sombra. Dos mundos que se cruzan y que nos dan la cara y la cruz de un pasado que ahora nos parece remoto y que sin embargo es la más reciente historia de España», apuntan desde la editorial Fanes, que es la que ha publicado este libro que se presenta en León.

– ¿De dónde nace la semilla de ‘La noche que besé a Ava Gadner’?
– Desde niño me ha gustado el cine clásico, los actores, los directores, ese mundo del Hollywood más clasico sobre el cual me hubiese gustado escribir. El problema es que vivían muy lejos, en ambientes muy desconocidos para poder novelarlos con cierta convicción, con credibilidad, hasta que un día reparé que una de las grandes, Ava Gardner, había vivido durante años en Madrid y que se había relacionado con otros del gremio, y escribir sobre Ava en Madrid era una empresa al alcance de mi imaginación y de mis posibilidades de documentación, así que me puse a darle forma a una historia donde fuese la coprotagonista.

– La época en la que se ambienta la novela, ¿es la que a usted le hubiera gustado vivir?
– No, sin duda alguna. Para empezar porque es muy probable que hubiese acabado detenido o exiliado, como me podría haber pasado en Alemania, Rusia o ahora Venezuela. La España de los años 50 vive en dictadura, y con todos sus defectos, uno prefiere la democracia, aunque sea para decir que la que tenemos hace aguas. Aparte, y como es obvio, el mundillo que dibujo de Ava Gardner no es el del resto de los mortales de la época. Ella vivía en una constante y etílica fiesta, era el privilegio y castigo de una inmensa minoría. Y así acabaron muchos de ellos, destruidos de éxito. La del ciudadano medio no resultaba tan interesante, se aproximaba más a los ejercicios de supervivencia, así que prefiero la mediocridad de mi época. Este sentimiento que digo se narra también en una de Woody Allen en París, en la que el tipo idealiza el tiempo de los ismos, cubistas, surrealistas, etcétera, y cuando viaja a esa época se percata que es tan vulgar como la suya. Mismo argumento con distinto atrezzo y es que el hombre no cambia desde el cromañón, avanza tecnológicamente pero nada más.

– Es el protagonista de su novela aquel famoso pícaro que después de estar con Ava Gadner y le preguntaban "¿A dónde vas?" respondía "¡A contarlo!". 
– No, no, ese pícaro es otro que también sale en la novela. Un torero muy conocido, aunque él mismo reconoció que lo del "voy a contarlo" fue una broma, pero cuando la broma se hace leyenda ya no hay quien la detenga. Aparte que el pícaro de mi novela mantiene una relación distinta con Ava, de la cual, en cierto modo, se aprovecha. Y dada su situación, es comprensible. Si llega a algo en la vida, aunque ese algo sea poca cosa, es exprimiendo a la diva, aunque quizá ni el propio personaje se dé cuenta.

– ¿En qué se parece y en qué se diferencia ‘La noche que besé a Ava Gadner’ de sus anteriores novelas?
– Conserva el estilo más puro de ‘El Borsalino Rojo’, en el que hice lo que quise y porque quise. Del mismo modo, cuando escribí este de Ava, me centré en contar lo que quería y como quería, sin importarme lo que pudiese pensar un tercero. Ese es el parecido. Y es un parecido que me gusta. Es un libro puro. De literatura pura. Comercionalismos desdeñados. En cuanto a la diferencia, pues mire, la mayor diferencia que le veo es que antes uno quería escandilizar y lo buscaba con una premeditación quizá infantil, por aquello de darle a la literatura española ese punto beat que nunca tuvimos. Y en ésta eso no hace falta porque los personajes escandalizan por sí mismos y el autor casi tiene que esforzarse en callarlos un poco para que no se pasen de la raya. Ava, Hemingway, Welles, Broston, Cabré, Dominguín, Fraga, son todos ellos excesivos. He pasado de incendiario a bombero, para que se entienda.

 

– El protagonista viaja entre contrastes, del lujo y la fama a la miseria y el anonimato. ¿Cree que España hoy un territorio de más contrastes que entonces?
– No he vivido esa época, así que tengo que imaginarlo y basarme en lecturas, pero creo que antes simplemente se notaba más. Aunque recordemos que el lujo solo se disfruta cuando se ha tomado previamente un poco de caldo de miseria, aunque sea de forma artificial. Si no se satura el gusto. Como el buen jamón, conviene que esté veteado. El que se instala en el lujo perpetuo deja de paladearlo.

– ¿Se podrían encontrar paralelismos entre su novela y la exitosa serie de Paco León ¿Arde Madrid’?
– Si le digo la verdad, esa serie tan exitosa no la he visto. Conste que escribí primero la novela aunque se haya publicado con posterioridad a la serie. Así que no le puedo decir... no tengo criterio. Este libro lo empecé a perpetrar hace una década y por distintas cuestiones, COVID incluido, su publicación se ha retrasado la eternidad y un día.

– La novela es un homenaje al mundo del cine. ¿Se considera más influido por las novelas que ha leído o por las películas que ha visto?
– En cuanto a las formas, o sea,  al lenguaje, sin duda alguna por las novelas, ensayos, poesías o biografías. En cuanto al fondo, en cuanto a argumentos sobre los que se despliegan las palabras, el cine ha influido más en mis planteamientos. La imagen de un tipo con el cuello subido, la gabardina mojada y el sombrero viene del cine; la retórica del humo, de la mirada esculpida en cinismo y piedra, del tiempo que pasará o no pasará, nos viene ya de ese otro mundo que es el literario. Amo la literatura y el cine por igual. Todas las noches veo una película de cine clásico y también procuro leer un rato cada día, sea un poema, relato o novela en función del tiempo disponible.

– Respecto a la literatura, ¿quiénes son los autores que más le han influido, a los que más le gustaría parecerse?
– Ningún buen escritor que se precie le contestará con sinceridad a esa pregunta. Y ningún lector avezado que se digne no lo acabará descubriendo. Así que si le parece en la próxima entrevista me responde usted mismo. Influencias las tenemos todos, claro, pero si se le da bien el punto al martini, sucudido, no agitado, y le añadimos ingredientes nuevos, puede darnos un estilo nuevo, original, que valga la pena.

– ¿Es la literatura su particular vía de escape para olvidarse de sus quehaceres como abogado? 
– En cierto modo. Suelo ir por la calle o por dondequiera que vaya escribiendo mentalmente mis novelas o artículos, aunque muchos nunca los traslade a un papel. En ese sentido me siento como un juglar del siglo XXI que atraviesa su época sin que nadie le escuche, y suele ser más divertido que divagar sobre la deuda que mantiene la empresa a con la empresa b, como se puede imaginar. Pero por otra parte, la literatura nos da ese punto creativo que también resulta muy aprovechable en el trabajo, a fin de cuentas cada cliente debe contar una historia que resulte verosímil si quiere que le den la razón, y a veces hay que ayudarlos a eso. Digamos que son dos áreas que se retroalimentan aunque la más querida, claro, será siempre la de pura creación y hallazgo verbal. 

– Desde aquella época en la que se ambienta, ¿considera que ha cambiado más el cine o la literatura?
– Pues mire, del Hollywood clásico no nos queda nada. Incluso a Clint Easwood en su última película le han hecho el vacío, y seguramente sea su último trabajo. Cuando cambiaron a John Ford e incluso la generación posterior de Scorsese y compañía por ‘ETE’, ‘Indiana Jones’ y ‘Gremlins’, dieron por perdido ese mundo que habían creado y conquistado. Ahora están a la altura de Bollywood o superados por los europeos que suelen ser más densos e intelectuales. Total, que ha cambiado sí, pero para involucionar de  ‘El Padrino’ a ‘Fast and Furius’. Y la literatura, como decía Larra, no sé si no se lee porque no se escribe o no se escribe porque no se lee, pero en un sentido moderno de la expresión, y ese sentido moderno es que compruebo que el personal no quiere saber nada de alguien que piense como pudo ser Sartre o Camus, o que adorne como Rubén Darío, o que lirifique como Ana María Matute, veo que se busca algo más parecido a un instagramer, tiktoker o similares, y así nos va con casi toda la literatura contemporánea. Hemos cambiado el caviar por las hamburguesas. Dese una vuelta por la sección de libros más vendidos y lo comprobará.

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