Astorga y La Vecilla unidas por el brillo de unas plumas

Por Gregorio Fernández Castañón

06/03/2024
 Actualizado a 06/03/2024
Los gallos de La Vecilla son únicos. | G.F.C.
Los gallos de La Vecilla son únicos. | G.F.C.

Para iniciar un día perfecto, digo yo, habría que escuchar el canto de un gallo. Desgraciadamente, lo que ocurre en la actualidad es que, alejados normalmente de la verde y rústica soledad, lo que oímos son otros sonidos más estridentes. Y al campo hay que volver, aunque sea en sueños. La Vecilla es un buen destino. Los que allí habitan son unos privilegiados porque se despiertan con un coro de kikirikis, tan cercano al río Curueño que hasta los paseos de las truchas por aquellas aguas cristalinas se parecen en exceso al juego del escondite. Hay que verlo.

La ciudad bimilenaria de Astorga es otra historia. Los sonidos de las campanas, en ella, envuelven la belleza de su Catedral (siglo XV), la del Palacio Episcopal (siglos XIX-XX), la del edificio del Ayuntamiento (siglo XVII) y otras maravillas arquitectónicas. Sin temor a levantar el polvo de la sospecha, el sabor romano se puede tocar con los dedos. De todo ello es conocedor el arriero Pedro Mato que, desde lo más alto de la Catedral, vigila la ciudad, alimenta a los hambrientos, ahuyenta a los invasores y mantiene su compostura, incluso cuando el viento procedente del Teleno (dios guerrero de los astures) se cuela por las rendijas de ventanas y puertas.

El Camino Olvidado pasa por la localidad de La Vecilla, y en Astorga –como bien sabemos– al Camino de Santiago se le denomina Camino Francés. Da igual como se le llame, porque, después de refrescar las llagas de sus pies y los dolores del alma, a los peregrinos lo que realmente les importa es seguir marcando el paso con dirección a un destino final. 

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Pedro Mato, vigilante perpetuo de la ciudad de Astorga. | G.F.C.

Al margen de las coincidencias, os cuento todo esto ya que el principal eje de unión entre la ciudad de Astorga y el pueblo de La Vecilla tiene que ver, y mucho, con las plumas de unos gallos que, por sus brillos únicos, tientan a las truchas que se lanzan en picado… a picar el anzuelo. Y me explico.

Juan de Vergara vivía en la Plaza Mayor de Astorga. Cerero de profesión, le gustaba la pesca, y con el tiempo, no se sabe muy bien por qué, formó parte del cabildo catedralicio. En el año 1624 se ‘armó’ con una pluma de ave y tinta fresca para llenar de palabras 13 páginas de un futuro libro manuscrito que comenzaría, literalmente, así: «En nonbre de Dios y de Nuestra Señora. Este es un libro de adereçar y adobar plumas para pescar truchas en algunos meses del año y en particular Henero y Hebrero y Março y Abril y Mayo asta San Juan». 

En el siglo XVIII, un autor desconocido añadió la descripción de varias moscas nuevas y, por fin, en 1825, otro autor, de nombre Luis Peña, amplió con nuevos datos la paginación, hasta conseguir las 68 con las que cuenta esta obra, denominada ‘Manuscrito de Astorga’

¡Qué curioso! Como lo es también, y sin duda alguna, el recorrido del original de este manuscrito hasta considerarlo desaparecido: 

–En 1937, un autor francés publicaba, en su prólogo, una referencia sobre él, y con ello se consiguió un interés internacional.

–A mediados de los años cincuenta del siglo pasado, la Federación Leonesa de Pesca ubicaba el manuscrito en manos de un leonés.

–A principios de 1964, la Diputación de León compró el libro en Madrid, por 75.000 pesetas, a la sobrina y única heredera del filántropo y escultor leonés Julio del Campo. El manuscrito, de regreso a León, fue encuadernado en piel por el canónigo Saturnino Escudero, quien, en oro, estampó el nombre del mismo: ‘Manuscrito de Astorga’.

–El 11 de julio de 1964, el generalísimo Franco llegó a León para clausurar un Congreso Eucarístico; exigió (lo destaco, por curiosidad) beber del cáliz de doña Urraca, y se dirigió al Palacio de los Guzmanes, donde el presidente de la Diputación –Sr. Del Valle–, conociendo la afición por la pesca del dictador, le regaló el manuscrito.

–A partir de entonces, todo son especulaciones: que si Franco lo revendió, que si se quemó con otros objetos en el incendio del Pazo de Meirás (donde veraneaba), o que si todavía está en poder de sus herederos. La ‘gracia’, que da para complementar un rosario de desdichas, fue que León se quedó, una vez más, sin una joya bibliográfica única y sumamente interesante. Menos mal que las fotografías que se hicieron de él han servido para disponer de los libros comerciales con los que hoy todos contamos.

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Torreón Medieval de La Vecilla, visto desde el Museo del Gallo. | G.F.C.

El interés de este manuscrito radica en sus treinta y tres fórmulas para la confección de las moscas que se usan en la pesca de la trucha: respecto a colores de la pluma o a la realización del cuerpo y la cabeza del mosquito. Los hilos y sedas que se han de utilizar o la adaptación del color de la pluma en función con la climatología: si es un día soleado o, por el contrario, si está nublado. Su minuciosidad llega hasta el extremo de dar las fórmulas cronológicamente (de enero a julio). Un ejemplo (con la grafía actual): «Longaretas (Alargaditas). En enero y febrero hay tres clases de Longaretas. La primera, de enero, lleva una pluma de gallo negrisco fuerte acerado; luego una pluma de color pardo fuerte de tono conejado; luego otra pluma de negrisco como la primera. El cuerpo es de seda leonada oscura apagada. El ‘ribbing’ blanco, duran en el río hasta abril».

En el presente año, el ‘Manuscrito de Astorga’ cumple el ‘Cuatrocientos Aniversario’. Y La Vecilla, aprovechando esta circunstancia, se viste de gala para celebrar, el segundo fin de semana del mes de marzo, la XXVI Muestra de Gallos de Pluma y Mosca Artificial. Y lo hace a lo grande: en el Pabellón de Deportes y por todo el pueblo, donde es más que necesario visitar su torreón (casa-fuerte con fines militares, patrimonio de los condes de Luna, del siglo XII y reconstruido en el XIV) y el sugerente Museo del Gallo.

El complemento es ideal: Astorga propone el estudio y la satisfacción de leer y aprender de un manuscrito histórico y La Vecilla dispone –y no es ningún cuento– de las mejores plumas para la pesca a nivel internacional. El manuscrito es más que interesante y los gallos que crían en el municipio de La Vecilla y alrededores son únicos por las características de su pluma: finas, flexibles, brillantes, con poco plumón, con las pencas adecuadas y secado rápido. Son únicas por… no se sabe qué causas: alimentación de los gallos, climatología o –dicen también– por la existencia de una veta de uranio que recorre este paradisíaco valle. Lo cierto es que si los gallos se sacan de su entorno más allá de diez kilómetros, la pluma pierde su color y los gallos se vuelven menos agresivos; otra de esas extrañas cualidades de estas aves de corral que sorprenden a la hora de estudiar los porqués.

En cualquier caso, ahora sí, creo que se entiende perfectamente el título de este artículo. Astorga y La Vecilla, además de disponer de importantes monumentos, buenos paisajes y mejor gastronomía, permanecen unidos por el brillo, sin duda alguna, de unas plumas de fama internacional. El manuscrito de la capital maragata y los gallos del que fue un importante partido judicial, en el que curó su tuberculosis Camilo José Cela (Premio Nóbel de Literatura, 1989), lo corroboran sin fisuras.

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