El Atomium estaba en el centro y era doble; es decir, tenía dos ambientes, uno el de la propia discoteca, a la que se llegaba bajando unas escaleras, y el del Pub 3.000 (además, al lado había una siempre concurrida sala de juegos, el México). Entonces, a mediados de los setenta, el Atomium siempre daba sensación de ser un local elegante, con una decoración muy de aquella década, que era la de los pantalones campana, camisas muy ceñidas con cuellos enormes y jerséis que apenas llegaban al ombligo, indumentaria que venía a ser el uniforme reglamentario. Arriba, en el Pub 3000, solían ofrecerse actuaciones, no de bandas de rock, sino las típicas de pequeño escenario, ya fueran cantautores, cantante con un par de acompañantes o grupo acústico; por ejemplo, seguro que hay quien recuerda las rumbas que por allí esparció Bambino, aunque serán muchos menos los que se acuerden de cuando Pedro Rilo, que entonces era el marido de Toñi Salazar de Azúcar Moreno, ofreció recital a base de rancheras (con sombrero mejicano incluido).
Las formas del Atomium eran muy complicadas, con muchos desniveles, escalones y recovecos, y todo muy adornado, recargado incluso; en todo caso tenía infinidad de ‘escondrijos aptos para entrar en intimidad’. El ambiente era muy del centro, con chicos y chicas muy arreglados, incluso alguno diría que eran ‘pijos’ o ‘peras’; lo curioso es que no eran pocos los que paraban por allí para ser considerados precisamente eso, pijos’… De todos modos había gran variedad de gentes y edades.
La música que ponían era…, de todo. Sonaba mucho funk y disco ‘setentero’, mucho de aquello que se llamó ‘soul explossion’; pero también eran capaces de pinchar todo un ‘Highway’ Star’ de Deep Purple con el flash a toda velocidad, cosa que muchos aprovechaban para tocar el ‘air guitar’ sin temor a miradas burlonas, pues eso no se estilaba en esta disco. El personal masculino solía acudir al Atomium (el Antonio, decían los graciosos) dispuesto a todo para conseguir el verdadero fin: ligar; de manera que si la oportunidad se presentaba con una lenta, como el ‘If you leave me now’ de Chicago («esta coloca», decían los más enterados) allá se lanzaba; si era preciso ‘sacar guitarra’, se enarbolaba con todo el furor heavy; y si había ocasión de acercamiento con Bonney M atronando la pista, uno se volvía como el ‘tronco’ del grupo que, entre las tres chicas, sólo hablaba y bailaba (Bobby Farrell se llamaba, pero entonces nadie sospechaba que, en realidad, ni él hablaba ni las chicas cantaban). En fin, que los amantes del rock duro pasaban por el aro de la música disco y viceversa si la oportunidad parecía prometedora.
En esta como en otras discotecas nunca faltaban los afortunados que, por la razón que fuera, siempre estaban muy bien acompañados. Los que no tenían tanta suerte los miraban con envidia preguntándose por qué algunos gozaban de tantísimo éxito; a veces, seguramente para dar envidia, se paseaban con una sonriente señorita en cada brazo por toda la sala, como el torero que da la vuelta al ruedo para que todos puedan vitorearlo. Una noche, cuando los altavoces permitían charlar (estaría sonando la voz de alguno de los cantantes románticos italianos que tanto éxito tenían a comienzos de los setenta), uno de aquellos reyes de la noche se dignó acercarse a un grupo de amigos, que lo rodearon como si de gran celebridad se tratara y lo acosaron a preguntas: «Vamos a ver, Pepe, ¿tú qué les dices a las chavalas?, pero dímelo con las palabras, con las palabras exactas», exigió alguien que pensaba que bastaba con eso; tras las carcajadas de los presentes, el donjuán sonrió y se encogió de hombros: «no sé, lo que se me ocurra», contestó; es decir, los aspirantes no consiguieron que el campeón les revelara sus secretos.
Y es que la mayor parte de las conversaciones, que la música apenas dejaba escuchar, rara vez iban de otra cosa. Los corrillos de chicos comentaban lo ‘maciza’ que estaba esta noche la del medio o lo bien que le sentaba ese traje a la otra; casi seguro que la conversación sería muy parecida entre los grupitos de chicas. Sí, el Atomium fue una discoteca que resultaba ideal para dejarse ver en un ambiente que, según no pocos jóvenes leoneses, era el más ‘sofisticado’, palabreja muy usada en los setenta.
Atomium, la más elegante del centro
La discoteca estaba en el centro y era doble; es decir, tenía dos ambientes, uno el de la propia discoteca, a la que se accedía bajando unas escaleras, y otro el del Pub 3000, que ofrecía actuaciones de cantautores o grupo acústico
23/07/2020
Actualizado a
23/07/2020
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