Desde que soy consciente de mi vida siempre he tenido un lazo de unión con la montaña muy fuerte, ya sea por actividad propia o por la de los de mi entorno cercano.
Desde los 9 a los 16 años iba con los Scouts a campamento en el norte de Palencia, donde me empezó a picar el gusanillo montañero. A los 17 años conocí a Tente, mi pareja y compañero de vida con quien realicé actividades más serias de escalada, espeleología, esquí de travesía… pero a los 21 años tuve un accidente volando con ala delta que me produjo una lesión medular incompleta con secuelas permanentes, que me obligó a gozar del medio natural de una forma totalmente diferente a como lo había hecho hasta entonces.
Ahora tocaba disfrutar en modo ‘pisapraos’, pero ni tan mal, pues con tesón y siempre con magnifica compañía conseguí subir a la cima de Curavacas dos veces, llegar al campo base del Machapuchare en Nepal y muchas más actividades montañeras que eran impensables cuando salí del hospital.
Con los años las secuelas de aquel accidente se fueron agravando y las actividades reduciendo tanto en número como en nivel de exigencia y eso hacía que algunos lugares a los que tenía echado el ojo hacia mucho tiempo, se hicieran ya inalcanzables.
Pero cuando unas puertas se cierran otras se abren y en estas, hay personas que con su no conformarse y saber hacer, nos facilitan a los demás nuevas posibilidades para seguir disfrutando de lo que ya creíamos perdido.
Hacía ya unos años que una amiga me habló de que en Francia había una especie de silla, como un palanquín, con una rueda para hacer rutas de montaña con personas con movilidad reducida, pero, aunque me pareció interesante no pensé que eso estuviera a mi alcance.
Siguió pasando el tiempo y esa entelequia tenía nombre, Joëlette, y estaba a disposición de quien la solicitara. Solo se necesitaba un proyecto y ganas de realizarlo.
Y ahí estaba Collado Jermoso, un lugar que yo tenia idealizado por su situación privilegiada y por las muchísimas fotos que había visto que me lo confirmaban que, por su difícil acceso por cualquiera de sus rutas, había pasado a nivel de sueño; de pronto con la Joëlette se convirtió en algo que podía llegar a realizarse.
No era nada sencillo, había que decidir la ruta factible y segura, buscar una fecha en la que hubiera plazas en el refugio y sobre todo juntar el número de gente suficiente para llevar a cabo la actividad, que no iba a ser poca.
Sorprendentemente la idea corrió como la pólvora y lo que en principio a mí me parecía lo más difícil, fue lo primero en resolverse. Teníamos personal mas que de sobra para participar en esta aventura.
Entre ellos, por supuesto, estaban Tente y mi hijo Juan, amigas y amigos que incluso se pidieron días en sus trabajos para acompañarme, pero también fue increíble que se implicaran personas con las que apenas había coincidido un par de veces en mi vida.
Así pasó de ser el sueño de Pilar a ser una aventura colectiva en la que la ilusión corría en torrente por las venas de todos y cada uno de nosotros. Claro que también había incertidumbre, pues no era una ruta inclusiva al uso, ni las dificultades pocas. Empezando por el desnivel a salvar, las condiciones de la pista de los Tornos de Liordes y continuando por la verticalidad del Sedo de la Padierna, pero para eso están los retos, ¿no?.
Y llegó el momento tan esperado por todos. Aun sabiendo quienes iban a acompañarme, me sentí verdaderamente abrumada por todo el cariño e ilusión que desprendía el grupo.
Iniciamos la ruta derrochado energía, cosa que los mas expertos en estas lides de la Joëlette constantemente recordaban que debíamos ir mas despacio, que había tiempo y terreno para que todo el personal se cansase; pero ni caso, el ritmo no bajaba mas que en los momentos en que el camino desaparecía para convertirse en pequeños argayos en los que el equilibrio de la Joëlette conmigo encima, los que la empujaban o dirigían, se veía seriamente comprometido.
No voy a decir que no hubiera algunos momentos en los que pasé un poco de miedo, pero viendo la atención y el buen hacer de todo el mundo, ese miedo pronto se disipaba para convertirse en admiración.
Íbamos tan pendientes del recorrido que se me olvidaba disfrutar del maravilloso entorno. Problema que se resolvió con una buena parada en las Vegas de Liordes donde las vistas a la Peña Regaliz, Peña Remoña, Torre Salinas o el lago Bajero, me situaban de lleno en el lugar tantas veces imaginado.
Digna de mención es la llegada a las Colladinas, pues la ilusión de divisar el refugio por primera vez se hizo realidad y el regocijo del grupo era palpable.
Ya con el objetivo a la vista, parecía que nos atraía como un imán, quienes tiraban no se cansaban y los que esperaban el relevo se preguntaban cuándo les tocaría a ellos. Voluntad y fuerza rebosaban según nos acercábamos al refugio.
Los últimos metros dejaron en manos de Tente y Juan el manejo de la Joëlette, hecho que me produjo un plus de emoción difícil de olvidar. Besos por doquier, abrazos, lágrimas de alegría, cientos de fotos para inmortalizar el momento, o sea sentimientos a flor de piel entre los que participábamos en la aventura y aplausos de admiración y alguna lagrimilla también, por parte de la gente alojada en el refugio que llevaba ya un buen rato viendo cómo se acercaba aquel numeroso grupo sin entender muy bien lo que ocurría.
Esa tarde fue magnífica, empapándome del entorno soñado, con la Palanca y el Llambrión tan cercanas, Peña Santa un poco más alejada pero inmensa y con rebecos presentes en todo momento.
El lugar era especial, pero lo que verdaderamente le hizo mágico fue la compañía de todos esos amigos presentes e incluso la de algunos que no pudieron estar allí, que hicieron que me sintiera absolutamente feliz.
Sentada en el banco con las vistas mas bonitas del mundo, título que no he puesto yo, pero que corroboro sin lugar a dudas, pude empaparme de montañas y de amistad verdadera, ¿se podía pedir más a la vida? Pues sí, que hubiera despejado un ratito por la tarde para ver con mis ojos esa puesta de sol con Peña Santa en primera línea que tantas veces había visto en diferido en las fotografías de otros privilegiados montañeros. ¡Queda pendiente!
Esa noche me costó muchísimo dormirme. Estaba claro que no quería dar por finalizado un día tan cargado de emociones.
A la mañana siguiente todo fue muy rápido, desayuno estupendo, despedida del personal del refugio con Pablo a la cabeza, a quienes solo puedo mostrarles mi más absoluto agradecimiento por el magnífico trabajo que hacen y por el afecto que transmiten y de nuevo a subirse a la Joëlette para recorrer en sentido inverso el camino.
De vez en cuando miraba hacia atrás para ver el refugio y sus entornos y dejar registradas conscientemente esas imágenes de forma indeleble en mi cabeza.
Igual que hubo incertidumbre en la subida de los tornos, también la hubo a la bajada. Recordaba algunas zonas en las que no me quería imaginar cómo íbamos a poder abordarlas en sentido descendente. Pero está claro que cuando hay buena disposición por parte de los que dirigen, tiran o retienen la Joëlette y mucha inconsciencia y plena confianza por la que va sentada; todo es posible y mucho mas sencillo de lo que a priori se podría pensar.
Solo me queda hacer hincapié en el increíble hecho de que amigas y amigos de siempre y aquellos que pasaron de conocidos a amigos por el hecho de compartir esta aventura conmigo, se unieron para hacer realidad este sueño largamente imaginado.
Libros como este que tenéis en vuestras manos hacen que muchas personas con diversidad funcional puedan disfrutar de lugares que hasta ahora tenían vedados por las dificultades de acceso permitiendo ampliar experiencias, amigos y emociones.
Muchas gracias Vicente y Marce.
¡Nos vemos en el próximo sueño!