Ahora que lo que parece sobrarnos a la mayoría es tiempo, sería bueno intentar hacer de esta cuarentena una oportunidad. El mundo se ha parado y nuestra habitual velocidad ralentiza su ritmo. No podemos ir al gimnasio, ni a conciertos, ni podemos dar paseos o salir a correr, pero sí podemos leer, realizar visitas virtuales a museos, tocar un instrumento musical, disfrutar de la soledad, de la pareja o de la familia y programar actividades que nunca hubiésemos descubierto en nuestra rutina habitual.
Yo voy a proponerles una experiencia que nunca había compartido con nadie antes. Es algo que hago de vez en cuando sola o en familia. Si nunca lo había confesado es por cierto pudor o por recelo, porque podría parecer una ‘locura’. Inofensiva, desde luego, pero ‘locura’ al fin y al cabo. Se trata de escuchar o, mejor dicho, de escuchar y sentir con todo el cuerpo. Y que el cuerpo despierte al alma, y así ambas, puedan fundirse en armonía con el universo. Seguramente muchos de ustedes tendrán en casa alguna grabación de la Novena Sinfonía de Beethoven. Y si no la tienen, pueden buscar un enlace que les conduzca a ella a través de YouTube o Spotify. Les propongo escuchar el 4º movimiento de ‘La Novena’, pero no de cualquier manera. Tumbados en el suelo o, si los huesos no lo soportaran, sobre la cama. Preferiblemente deben hacerlo cuando oscurezca, es más efectivo; y si además están situados bajo una ventana o en una terraza o parcela de césped o jardín los más afortunados, mirando a las estrellas, les encantará vivir este simulacro de libertad sin fin. O sea que, nos tumbamos sobre el suelo de nuestro salón, césped o moqueta, apagamos las luces, miramos al cielo y si no lo vemos, cerramos los ojos y lo imaginamos, un cielo estrellado, un cielo limpio y nocturno como salido de una noche de Perseidas. Escuchamos el 4º movimiento, su fluidez, su vértigo. Si estamos solos estiramos los brazos, nos relajamos, vamos sintiendo cómo nuestro cuerpo flota en un sueño mientras suena la música, cómo cada uno de nuestros miembros se relaja y nuestra mente se concentra solamente en sentir la Belleza, las vibraciones que nos transmite el suelo mediante el impacto de las ondas acústicas. En absoluto silencio. Escuchamos. Escuchar a Beethoven en esta sinfonía inmortal es escuchar la música del universo, la armonía pitagórica de las estrellas. Es rozar el equilibrio y la paz casi absolutos. Si lo hacemos en pareja o en familia, tumbados y en silencio nos damos las manos, cerramos los ojos. Vemos la misma bóveda celeste en comunión con la humanidad.
La novena sinfonía, aún más su cuarto movimiento, es un canto a la alegría y la hermandad, a la libertad. Es la única obra musical patrimonio de la Humanidad y su leit motive en una versión adaptada por Herbert Von Karajan se ha convertido en el himno de la Unión Europea. Pero más allá de nuestro continente, este testamento vital de Beethoven cuyo tema ocupó toda su vida es símbolo de unión y fuerza. Nos hará volar, aunque sea con los ojos cerrados.
Beethoven tardó años en terminar esta obra, y durante mucho tiempo tarareaba el motivo principal que todos conocemos en Re M. Entonces muchos se burlaron de él, decían que canturreaba un tema infantil, que empezaba a chochear, que no sabía lo que hacía.
El 7 de mayo de 1824, un Beethoven maduro, enfermo, sordo y pobre, estrena en Viena la obra más ambiciosa de la Historia de la Música, rompiendo con todos los cánones, insertando voces humanas en un género hasta entonces puramente instrumental. Fundiendo música y poesía, empeñado en inmortalizar el poema de Schiller que desde siempre le había fascinado. Dirigió la orquesta escuchando su voz interior, los sonidos que ya sólo habitaban en su cerebro. Cuando terminó la ejecución, aún de espaldas al público vienés del Teatro de la Corte Imperial (Kärntnertortheater), el genio alemán no sabía si su obra había sido un éxito, no podía escuchar los aplausos que abarrotaban el auditorio a pesar de lo transgresor de su espíritu. De hecho, en posteriores representaciones, la afluencia de público fue escasa. Pero afortunadamente el tiempo es el mejor juez para el arte y esta deslumbrante joya hoy ya es parte de nuestro legado espiritual. Escuchar La Novena a solas, en silencio, en comunión con el mundo, nos hace recordar lo mejor de ser humanos.
Ya no estamos solos.
«Todos los hombres serán hermanos bajo tus alas bienhechoras» (F. Schiller).
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