Berlín Mechanical Men (IV)

La Nueva Crónica publica por entregas este relato de Noemí Sabugal, ilustrado por Pablo J. Casal, y publicado en la antología ‘Retrofuturismos’

Noemí Sabugal (texto) / Pablo J. Casal (ilustración)
29/07/2015
 Actualizado a 30/08/2019
Berlín Mechanical Men. | Pablo J. Casal
Berlín Mechanical Men. | Pablo J. Casal
BERLÍN MECHANICAL MEN

Rolf Schneider era un hombre joven y ambicioso. Su ambición creaba una mermelada que le brillaba en las sienes y en las manos húmedas. La ambición no le dejaba dormir ni ver el amanecer con la mente vacía, pero le daba fuerzas para soportar los días y detestarse. Schneider ocupaba un despacho mucho más pequeño que el de Stein, pero igual de luminoso. Era como si estuviera metido en un diamante.

Mary notó la humedad de la ambición en las manos de Schneider. Como otras veces, sintió que la estaban tasando. Ella notaba cuando los hombres le miraban distinto pero ya no le importaba, sabía que tenía que lidiar con eso, que siempre sería así. Schneider les ofreció asiento, pero Stein volvió a quedarse de pie. Para él la ambición era la imposibilidad de sentarse.

Schneider se sirvió un vaso de un líquido turbio y después sonrió. Mary podía ver a través de sus labios los dientes ligeramente anaranjados de los adictos a las benzoanfinas, las milagrosas pastillas que más de la mitad de la población euroasiática tomaba para convertir la angustia en algo blando y acuoso que se podía masticar y tragar. Y descansar así con la cabeza llena de colores dorados y flores invertidas. Los sueños de un caleidoscopio. Sin duda, uno de los grandes inventos del siglo, junto con el esterilizador personal.

-Sí, claro, a mí me hubiera gustado que el contrato fuera para mi empresa -Schneider le echó una mirada entre sarcástica y resignada a Stein-. Pero finalmente llegamos a un acuerdo. Supongo que es mejor una miseria que nada. Pero, créanme, mis robots no tenían nada que envidiar a los de Stein.
Éste meneó la cabeza, condescendiente.
-Vamos, Rolf, no empecemos otra vez -dijo.
Schneider repitió su sonrisa naranja.
-El señor Stein me ha explicado que usted aporta sus altos hornos para la fabricación del combustible. ¿Es un proceso muy complejo o cualquier empresa podría hacerlo? -preguntó Mary.
-Por lo que yo sé, sólo un par de industrias alemanas podría, pero su producción está totalmente destinada al acero. Y no les va mal con la creación del nuevo ferrocarril hispanomarroquí. De todas formas, necesitarían saber la composición exacta del combustible.
-¿Sería posible hacerlo a pequeña escala?
Schneider miró hacia la pared de cristal de su izquierda y pensó un momento. La mermelada en sus sienes pareció volverse más espesa.
-Creo que no -respondió, por fin.

Krause hizo un apunte con el lapicero mordisqueado en su habitual libreta verde.
-Somos muy cuidadosos con la seguridad de la información de nuestro combustible -afirmó Stein-. Los obreros firman un acuerdo de confidencialidad y trabajan siempre en las mismas líneas, para que no tengan acceso al resto de fases de la producción. Algunos ingredientes llegan mezclados desde el origen. De todas formas la mayor parte de los obreros, ocho de cada diez, son ya robots. Los robots son los mejores guardando secretos.

Schneider asintió y se sirvió otro vaso.
-Si tiene alguna pregunta sobre las materias primas que conforman el combustible será mejor que vayamos a ver a Busch -apuntó Stein-. Estará abajo, en el club.
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