BERLÍN MECHANICAL MEN
Los clubes de caballeros eran la última moda en Berlín. Sitios ridículos, en opinión de Mary, donde los hombres se mitificaban a sí mismos haciendo cosas estúpidas que pertenecían al pasado, como fumar o jugar al backgammon. Casas para los nostálgicos de un tiempo que ni siquiera habían vivido.
El club de caballeros al que pertenecía Jürgen Busch ocupaba los sótanos del Berlinale Palast. Era todo lo que podía esperarse de él, una cueva roja y dorada llena de pesados espejos y sofás de cuero. El pastiche de elementos de diversas épocas que lo invadían no era menos tópico que el mayordomo a la puerta o la permanente atmósfera de humo que se agitaba en el techo.
Busch jugaba a las cartas con un tipo con cara de crustáceo, ambos parasitando confortablemente dos sillones de respaldo gigante. Schneider, que no parecía tener buenas relaciones con Busch, ni con nadie en realidad, había preferido quedarse bebiendo en su despacho mientras Stein les guiaba a través de los pies de falsos gentlemen calzados con botines.
A pesar de lo que Mary esperaba, Busch no era un anciano de cara seca y modales prusianos, sino un gordito vivaz que armonizaba en la singular tríada completada por Stein y Schneider como una orquídea rara en un campo de berzas.
-Tengo entendido que usted suministra los componentes para el combustible de los robots -comenzó Mary, después de haberse presentado.
-Y ha entendido bien -afirmó Busch con una sonrisa, mientras el crustáceo les abandonaba en dirección al bar-. Son materias singulares, especialmente algunas de ellas. Por supuesto la base es carbón, al que se añaden otras sustancias.
-¿También usted cree que estos ataques encubren un intento de copia de su combustible o de los mismos robots?
Busch se rascó la cabeza. Tenía el pelo blanco muy corto sobre la frente amplia.
-La verdad, inspectora, me parece muy complicado reproducir nuestro combustible para robots. Las materias de las que se nutre vienen de explotaciones distintas y muy alejadas. Algunas de mis empresas están en Kazajstán, otras en Perú y alguna en Nueva Zelanda. Se trata de sustancias muy específicas mezcladas en una proporción muy precisa, difícil de descubrir incluso con análisis especializados -Busch se incorporó en el sillón y apagó el anacrónico cigarrillo en un cenicero de cristal-. Ahora bien, no descarto la idea.
-Su empresa también fue competencia de la del señor Stein en la puja por el contrato del Gobierno.
Busch sonrió a Stein, que no le devolvió el gesto.
-Claro y ojalá lo hubiéramos conseguido, pero supongo que las robots de mi actual socio son mucho más guapas.
La fábrica explota como si se hubiera tragado una indigesta bola de fuego. Hace bum y el incendio sisea durante toda la noche. Los silos de carbón arden como el infierno en el que creen los Postcatecúmenos mientras el cielo envuelve la ceguera de la luz en un iris demasiado oscuro. Las llamas codiciosas buscan dónde vivir y se extienden por los campos cercanos, estallan en la nave de las ropas de trabajo, muerden el acero de las toberas. Por la mañana, sus cenizas caen en los cafés de los obreros contratados para limpiar el desastre.
Berlín Mechanical Men (V)
La Nueva Crónica publica por entregas este relato de Noemí Sabugal, ilustrado por Pablo J. Casal, y publicado en la antología 'Retrofuturismos'
05/08/2015
Actualizado a
28/06/2019
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