El barrio había vivido tiempos mejores, de eso no cabía duda. Lo revelaba la falta de pintura de las fachadas, las puertas viejas, algunos vidrios rotos. También la pobreza de los comercios, sus estanterías desabastecidas y casi a oscuras, para ahorrar luz. En el que estaban, un colmado que olía a queso rancio y a salchicha hervida, sólo había una bombilla temblorosa en mitad del techo, por lo que las esquinas del local se antojaban mundos inexplorados habitados por monstruos.
-Buscamos a un chico llamado Sven. Vive en esta calle, seguro que lo conoce -dijo Mary, enseñándole su identificación a la dueña del establecimiento.
La señora, cuyas redondeces se multiplicaban a lo largo de su cuerpo, apoyó las manos en las caderas y se les quedó mirando con cara agria.
-Sabe que debe ayudarnos, porque si al final descubrimos que le conocía y nos mintió pues… -añadió Krause, seguido por cuatro agentes a los que se sumaban ocho más que esperaban en los coches aparcados en la calle.
-Vive en el número veintiocho. ¿Qué pasa con él? -bufó la mujer.
-No es asunto suyo -replicó Mary, molesta. Y se iba a dar la vuelta cuando tuvo una idea-. ¿Podría enseñarnos su contador?
No le había fallado el instinto. Allí estaban. Otras tripas de robot dando vida a la luz mortecina del local, procurando agua caliente para la mujer de la cara agria.
-¿Dónde consiguió esta máquina? -preguntó Mary.
La otra escrutó sus ojos, suspicaz.
-La encontré en la basura. ¿Sabe? Antes no rebuscábamos entre los desperdicios de esta ciudad. Antes éramos personas, ahora somos ratas.
Ante la casa, Mary se sacudió la nieve de las botas antes de encarar la angostura de las escaleras. Krause y los otros agentes subieron sin preocuparse de dejar detrás de sí regueros sucios y resbaladizos en los que cualquiera podría abrirse la cabeza.
El timbre sonó dentro y volvió a sus oídos con un eco vacío. Pero Mary lo intentó un par de veces más. Acababan de abrir la puerta con el mazo, cuando un hombre sin afeitar asomó su despeinada cabeza en la casa de al lado y sus ojos se abrieron asustados y curiosos al ver a los agentes uniformados y a la mujer.
-¿Qué… qué ocurre?
-Nada. Hemos tenido un aviso por incendio en esta vivienda, pero parece que todo está en orden y no hay peligro. ¿Sabe dónde podemos localizar a su dueño? -preguntó Mary.
-¿A Sven? -dijo el hombre-. A lo mejor está con mi hijo en el viejo taller de Wilhelm, en la esquina con Bergmannstrasse. A veces van allí a jugar a los bolos. De todas formas, no he olido humo en toda la mañana…
-No se preocupe, ya vemos que es una falsa alarma -afirmó la inspectora, mientras Krause salía del interior de la vivienda y meneaba la cabeza. Estaba limpia-. Pero tenemos que localizar a Sven para que nos firme el justificante de reparación de la puerta -añadió.
El hombre se encogió de hombros y, sin decir nada más, volvió a esconderse en su agujero.