Sobre la chimenea, un cuadro campestre. Bajo el cuadro, un cenicero. En el cenicero, un puro que se consume lentamente. Una mano coge el puro y lo lleva hasta una boca que sonríe, una cabeza blanca tapa las montañas nevadas del cuadro.
-Sabe que podría denunciarla por lo que está insinuando -dice Busch.
-No estoy insinuando nada -replica Mary, sentada ante él en un trasnochado sofá de cuero negro.
El hombre se sienta a su lado y le pone una mano en la rodilla, afable, como si fuera su padre o un antiguo amante.
-Señorita…
-Inspectora.
-Inspectora, no se puede acusar a nadie sin fundamento, al menos no en este país.
Mary mueve la rodilla y la mano del hombre cae.
-Pues dígame qué hacía la tarjeta de un lugar como éste en el bolsillo de un chico que no tiene dónde caerse muerto.
Busch se encoge de hombros.
-Este club tiene muchos socios, quizás le haya robado la cartera a alguno.
-Pues entonces creo que esa cartera era la suya -afirma Mary.
Busch sonríe de nuevo. El puro está en su boca como si hubiera crecido allí.
Mary abre la carpeta donde tiene la documentación y busca el papel en el que lleva pensando toda la noche.
-Demostraré que fue usted, que utilizó a esos chicos. Porque usted había presentado un proyecto basado en otro combustible, en … -busca el nombre y no lo encuentra.
-Petróleo -dice él.
-Eso es. Y perdió. Y sus posibilidades de desarrollar sus empresas se fueron al traste.
-Sí, lamentablemente. Pero eso no es ningún secreto, inspectora, y ahora soy socio de Berlín Mechanical Men.
-Pero si su proyecto hubiera ganado, la empresa sería suya y no del señor Stein. Y por eso ayudó a los chicos, con los explosivos… y lo demás -afirma Mary.
Busch pierde la sonrisa.
-Creo que está yendo demasiado lejos.
-Crea lo que quiera.
La inspectora se levanta del sofá y se pone el abrigo. Sus ojos llevan dentro una piedra negra muy pulida y con esa piedra golpea los ojos de Busch, que son como un espejo que no se rompe.
-¡Ah! Y escuche -le dice Busch antes de que se vaya-. Dentro de unos años se acordará de mí. El petróleo es el futuro, no lo dude. Estos tiempos, tal y como los conocemos, están llegando a su fin.
Mary menea la cabeza y sale de allí lo más rápido posible, cruzando las alfombras silenciosas, los gabinetes llenos de humo y de hombres cuyos ojos son también espejos que nunca se rompen, que reflejan lo exterior sin mostrar nunca lo que hay dentro.
Otro visionario de los muchos que hay últimamente, se dice Mary.
Otro loco.
Sale a la noche helada y el vapor se cuelga de su boca como un calcetín blanco. La nieve cae sobre sus manos sin guantes. De madrugada se congelarán las orillas del Spree, piensa. Mary mete las manos en el abrigo y ansía el fuego falso de su pared. Arriba brilla una luna tal vez demasiado pálida. Abajo la ciudad se toma sus benzoanfinas para dormir.
Los únicos que parece que no van a despertar nunca son los mendigos que duermen bajo el tren.
FIN