Blas y sus patatas: El bar que nunca dejó de ser casa de antigüedades

Blas el de las patatas es, sin duda, la gran leyenda de la hostelería leonesa al tratarse de un negocio tan recordado como popular, para todos, cuyo gran secreto fueron –y siguen siendo– las patatas de tapas y la singular personalidad del dueño, aquel paisano que te daba el precio de la consumición en reales

Fulgencio Fernández
06/12/2021
 Actualizado a 06/12/2021
Las abigarradas estanterías de Casa Blas, ‘el de las patatas’, recordaban mucho a su anterior ocupación como tienda de antigüedades. | FERNANDO RUBIO
Las abigarradas estanterías de Casa Blas, ‘el de las patatas’, recordaban mucho a su anterior ocupación como tienda de antigüedades. | FERNANDO RUBIO
La nostalgia no tiene aristas. Existe y es. Es la que impide a cualquier leonés que se fue de esta tierra que no pueda regresar sin pasar por Casa Blas, el de las patatas. Es la que lleva a tantos y tantos leoneses a desviar su ruta diaria de vinos para pasar por Casa Blas, el de las patatas. Es la que hace que quienes hablan de esta casa «añoren, sientan nostalgia» incluso de aquellas estanterías abigarradas sin orden ni concierto, la grasa del techo que permitía a los cigarros quedar pegados, las viejas llaves que nadie sabe para qué eran, más de mil se podían contar... da igual saber que hoy sanidad no daría de paso aquella Casa en la que hasta las telarañas tenían solera para añorarla tal y cómo era. Con Blas dentro, por supuesto, con Blas Rodríguez, que ya hace unos años que nos dejó e incluso ha fallecido su hijo Manolo, que siempre fue para los leoneses Manolo Blas o Manolo Patatas, un sello indeleble.

¿Cómo no iba a tener a Casa Blas en sus archivos Fernando Rubio? Lo tiene. Ilustró en 1976 un reportaje de J.L. Arribas cuyo titular aporta mucha información para entender la importancia de aquel curioso negocio: «Setenta kilos diarios de patatas picantes consume el público leonés en Casa Blas». Casi nada.  Sesenta kilos dan para muchas tapas y raciones, pero quienes pasaron por aquella tasca saben bien que era un verdadero hervidero de gente haciendo cola para disfrutar de las patatas... y de Blas.Fernando Rubio acudió como fotógrafo, pero tampoco era nuevo para él el lugar: «Conocí a Blas a mediados de los 60. Un queridísimo amigo, Bernardino (Nin), vivía en la calle Colón, a 50 metros de Casa Blas y por las tardes, no faltábamos al vinito, el mosto o el medio cubo con su tapa de patatas. Blas era un personaje singular, en un sitio singular y en una época singular. Sus patatas con el doble proceso de cocción y fritura y con el toque especial de aquella mezcla de ajo y guindilla, crearon un producto realmente único».Un producto único que el propio Blas decía que  no tenía ningún misterio pero en sus explicaciones de que todo era normal iba dejando pinceladas que desvelaban muchas claves: «El picante, que muchos echan sobre las patatas, yo lo echo al freír, para que impregne por igual a todas las patatas. (...) Puedes ahorrar en lo que quieras, pero el aceite tiene que ser bueno. (...) Y buenas, por supuesto, tienen que ser las patatas. Yo las traigo de la Cepeda, concretamente de Ferreras de Cepeda». Y nadie duda que las patatas de esta comarca gozan de gran prestigio, aún hoy hay restaurantes que las usan como reclamo, Casa Rafa, por ejemplo.- ¿Y el picante, algún misterio?- ¿Misterio? El que tenga la guindilla, yo la muelo y a la sartén.Sí había otros muchos secretos, o detalles que sumaban enteros para que Casa Blas, el de las patatas, estuviera en la peregrinación de todos los que en León hacen ronda de vinos, que no son pocos, y de familias a las que une la patata y cada miembro riega como le apetece: vino, butano, corto, mosto, refrescos... Y Blas le daba al grupo la botella de vino y cuando iban a pagar eran los clientes quienes tenían que decirle lo que habían tomado. Jamás lo puso en duda Blas Rodríguez.

- ¿Eres consciente de que muchos estudiantes te engañábamos en el número de mostos?
- Bastante teníais para vosotros. Cuando os veía juntando las perras para pagar y echando la cuenta de lo que teníais que decir para que os llegara... ¿qué iba a hacer? Pues lo que hacía, daros el susto.
- ¿El susto?
- Cobrar en reales.

Y es que entre las peculiaridades de aquella Casa Blas estaba que el bueno de su dueño no daba el precio total en pesetas (la moneda de la época, abrió en 1964) sino que te la desgranaba en en reales, perras chicas, perronas o céntimos.
- Son 240...; decía y callaba. Cuando el cliente palidecía ya desgranaba el precio: «240 reales; 600 perronas; 6000 perras chicas... lo que quieras?.
- ¿Y cuánto es en pesetas?
- A calcular.

Con ello sus clientes se hicieron verdaderos expertos en las tablas de correspondencia de las pesetas con cualquier moneda. Difícil imaginar que hubiera ocurrido en estos tiempos del euro. También aquellos reales marcaban la evolución de los precios pues, contaba Blas, «en el 64 vendía las raciones a 12 reales (tres pesetas) y en el 76 a 120 reales (30 pesetas)». Claro que la tabla parece ridícula si calculamos que 3 pesetas son 0,02 euros y 30 pesetas, 20 céntimos. Eso costaba una ración en aquellos años.

Casa de antigüedades


Seguramente la historia de Blas Rodríguez nos aclara la singularidad de aquella tasca en la que no cabía ni un cachivache más. Lo contaba su hijo Manolo. «Mi padre empezó a vender patatas casi por casualidad. Tenía un local de antigüedades en Sampiro y pasaba mucho frío, por lo que se le ocurrió echar a las patatas que hacía echarle una guindilla para entrar más rápido en calor. Poco a poco la tienda de antigüedades fue dejando paso al bar de las patatas» que nunca dejó de ser anticuario.

La casualidad está detrás de tantas y tantas historias... y si no que se lo digan a Fleming y su penicilina. Con patatas, el invento perfecto.
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