La brutal pesadilla americana

Pedro Ludena comenta la película de Brady Corbet, 'The Brutalist'

31/01/2025
 Actualizado a 31/01/2025
Un fotograma de ‘The Brutalist’, dirigida por Brady Corbet. | L.N.C.
Un fotograma de ‘The Brutalist’, dirigida por Brady Corbet. | L.N.C.

‘The Brutalist’
Director: Brady Corbet
Intérpretes: Adrien Brody, Felicity Jones, Guy Pearce
Género: Drama
Duración: 215 minutos
 

El brutalismo es un estilo arquitectónico nacido de la necesidad, en el que se empleaban materiales baratos y duraderos para construir edificios resistentes al paso del tiempo, que sin ornamentos ni florituras impresionan a día de hoy por la robustez y la fuerza de sus estructuras desnudas, sin más belleza que su la de su imponente crudeza. ‘The Brutalist’ traduce cinematográficamente esta corriente edificando una obra monolítica y monumental, destinada a perdurar a través de los años gracias a la solidez formidable de todos sus elementos. 

Estas semanas es difícil escapar del rumor que arrastra ‘The Brutalist’, a la que muchos señalan como la próxima ganadora de la estatuilla dorada a mejor película, entre muchas otras. No obstante, hace solo unos meses, el éxito de la cinta de Brady Corbet no era más que un secreto a voces que corría como un susurro entre los festivales internacionales de cine, después de que cada nueva proyección terminara en estruendosos aplausos. Ante esa fama incipiente, y el temor a que no fuera distribuida por muchos cines debido a su ingente duración de más de tres horas y media, me adelanté a verla el pasado octubre en la Seminci de Valladolid. Una vez superada la animadversión natural de todo leonés a desplazarse hasta Pucela, por la que aprovecho a partir una lanza declarando que es una ciudad más bonita de lo que recordaba, me encontré en el magnífico Teatro Calderón, dispuesto a pasar una mañana de cine. Entonces, ‘The Brutalist’ me pasó por encima como una apisonadora. Salí del cine abrumado, y hambriento, tras haber sentido toda una vida pasar ante mis ojos, y con la sensación de no haber sido capaz de asimilar del todo la multitud de temas que trata una obra tan grande. Por esta razón, he esperado impaciente el volver a verla en cines, esta vez en los Van Gogh de León, para tratar de disfrutarla en su plenitud. Y vaya si así ha sido.

La trama nos hace testigos de la vida y obra de László Tóth, un arquitecto húngaro que llega a Estados Unidos en 1947 escapando del holocausto y el caos de Europa, en busca de cumplir el ‘sueño americano’. A lo largo de los siguientes trece años, divididos en dos mitades separadas por un interludio, acompañamos a László a través de sus penurias para prosperar en una sociedad inclemente, ‘ayudado’ por el magnate Harrison Lee Van Buren, quien le encargará la realización de su proyecto personal y megalómano, mientras el arquitecto espera la llegada de su mujer Erzsébet y de su sobrina Zsófia, supervivientes a su vez de los campos de exterminio alemanes. 

‘The Brutalist’ es tan imponente como un rascacielos de hormigón, una obra inabarcable para un largometraje común, que justifica su extensa duración, y su acusado interludio de cuarto de hora, examinando cada matiz de la desdichada vida del inmigrante recién llegado al país de la libertad. La película no se guarda nada y presenta un relato áspero de perseverancia, con un protagonista que cambia los campos de concentración por la indigencia y el rechazo de una sociedad en la que no acaba de encajar. El retrato de la inmigración que esboza ‘The Brutalist’ es decididamente auténtico, prescindiendo de la imagen irreal del migrante solícito y humilde para presentar a una persona compleja, al que las circunstancias le han arrastrado de una orilla a otra del Atlántico. Y, mientras que en una era un hombre culto y respetado, al igual que su mujer, en América tan solo es un judío más, uno que debe convivir con el antisemitismo y la opresiva diferencia de clases omnipresente en su nuevo país. László llega a la isla Ellis en Nueva York como un hombre roto por la guerra y la muerte, y a lo largo de su deconstrucción del sueño americano, aquel se irá recomponiendo pedazo a pedazo. Aunque los trozos que irá recogiendo (odio, envidias, racismo, adicciones, abuso, etc.) reensamblarán a un protagonista aun fragmentado, incompleto sin el amor de su mujer. No obstante, el arquitecto se aferra a su arte como el plano a partir del cual reedificar su vida, enterrando a sus demonios entre capas de acero y hormigón, mientras el recuerdo y después la compañía de su esposa le inspiran a seguir adelante, ladrillo a ladrillo. 

A pesar de la crudeza de su trama, si algo hace destacar a ‘The Brutalist’ por encima de otras epopeyas pseudobiográficas, es su proeza técnica. Tal y como una obra brutalista, la aspereza de sus materiales contrasta con lo imaginativo de sus formas, con una puesta en cámara y un montaje que destilan una genialidad difícil de explicar por aquellos menos familiarizados con los aspectos técnicos detrás de una cinta, pero que definitivamente son percibidos y disfrutados por cualquier espectador. La cámara se mueve con una libertad que haría enrojecer a la presumida por los Estados Unidos, alternando todo tipo de planos, desde eternos e invisibles planos secuencia a intensos e íntimos primeros planos, que dotan al filme del dinamismo propio de una vida como la que retrata. El uso de la iluminación y el color, con una paleta de colores añeja y austera, repleta de verdes y sepias, dan a la obra ese tono anticuado, como si hubiera sido grabada en los años 70, y hubiera acumulado polvo en una estantería hasta ser estrenada. El que esté filmada principalmente en el prácticamente abandonado formato de VistaVision, que permite capturar imágenes más grandes en mejor resolución que la habitual película de 35mm, solo refuerza ese aspecto nostálgico e histórico de ‘The Brutalist’. Todo ello sin olvidar la banda sonora, compuesta por una orquesta arrolladora, que eleva el refinado y complejo entramado de genialidades que es la obra dirigida por Brady Corbet a una épica digna de las grandes producciones de la historia del cine.

Cualquier reseña se queda corta al la hora de transcribir la inmensidad de ‘The Brutalist’, una cinta que no adorna la adustez de su historia ni las bajezas de sus personajes, sino que las luce con el orgullo herido de todos aquellos que dedicaron su vida a cumplir ese ‘sueño americano’, estructurando una obra excelsa en su aspecto técnico y directivo. La película termina declarando que ‘lo importante es el destino, no el camino’, pero, tras doscientos quince increíblemente arduos minutos de metraje, es inevitable reflexionar sobre las insondables dificultades que ha habido detrás de cada relato de éxito en la tierra de las oportunidades.  

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