Cantando bajo la lluvia

José Ignacio García comenta el libro de Noemí Sabugal, 'Una chica sin suerte'

12/08/2023
 Actualizado a 12/08/2023
Noemí Sabugal. | RUBÉN CACHO (ICAL)
Noemí Sabugal. | RUBÉN CACHO (ICAL)

No se me vayan a liar. Ni se dejen despistar por su título. Ni he cambiado de género, ni esta reseña tiene algo que ver con la mítica película musical, ni un enfebrecido Gene Kelly es el protagonista. El asunto está relacionado, más bien, con algo privado entre la autora de esta novela, siempre tan generosa, y este pastor de vocablos que trata de reunir cada quincena un rebaño de palabras, más o menos atinadas, al albur de algún libro que merezca ser leído con entusiasmo en estos mares procelosos que, cada día más, se zarandean al son que marcan marejadas y corrientes de salitrosa vulgaridad.


Por supuesto, no es este el caso que nos ocupa. Noemí Sabugal es, sin discusión, uno de los mejores exponentes femeninos del panorama literario actual. Una escritora y periodista (si es que en su caso ambas facetas no son una sola) a la que admiro profundamente y que, en lo literario, va muy unida a mi trayectoria como colaborador de este periódico.


No en vano, tras una experiencia piloto publicada a primeros de octubre de 2020 –hace casi ya tres años y cien lecturas–, mi primera crónica en firme en esta sección tuvo como protagonista a la autora de Santa Lucía de Gordón y a sus aclamados ‘Hijos del carbón’, por mucho que, cuando escribí sobre ellos, sólo hubiera visto la luz la primera edición de las que la seguirían después, convirtiendo aquel ensayo minero en uno de los libros referenciales de su momento; un momento que, como los rescoldos de una bilbaína, no se ha apagado aún por completo.


Pero no eran sólo ‘Hijos del carbón’. Para entonces, Noemí –con el acento rotundo en la i, que demuestra su enorme agudeza creativa– ya había demostrado su categoría con publicaciones que habían merecido la atención de jurados exigentes, el favor de la crítica y la complacencia de numerosos lectores.


Incluso la novela que hoy nos ocupa había esbozado una primera edición bajo la sombra ofrecida por otro árbol editorial, pero me temo que aquel volumen no consiguió todo el amparo que merecía, quizás porque en este frenético mundo de locos, en el que se publican alrededor de doscientos cincuenta títulos diarios, lo natural es que la inmensa mayoría de libros que emergen de las imprentas pasen absolutamente desapercibidos.


Sin embargo, como esos negocios grises y ruinosos que se traspasan y que al instante se inundan de bullicio y de clientela, nuestra protagonista cambió de chopera y, con esa permuta, la fortuna de su novela ha trazado un giro radical y beneficioso. Tal vez porque Sílex –donde Noemí publicó el pasado año el fascinante libro de colaboraciones periodísticas ‘Flores prensadas’–, haciendo honor a su nombre, es una editorial capaz de reavivar hogueras que parecían definitivamente extinguidas.


El título de la novela, ‘Una chica sin suerte’, está basado en la canción ‘Unlucky girl’, que el músico y compositor Jack Dupree compuso a mediados de los años sesenta para la cantante de blues Willie Mae «Big Mama» Thornton, y que grabaron en Londres, aprovechando una gira de cinco semanas que la cantante afroamericana llevó a cabo por un buen número de ciudades emblemáticas de la vieja Europa. 


‘Una chica sin suerte’, por mucho que haga honor a la biografía del personaje, no es un biopic novelesco de la frondosa y alcohólica cantante que también arrancaba desgarradores lamentos a su armónica. En sus doscientas páginas, Noemí Sabugal logra construir una partitura de palabras que suena a música gloriosa. Y eso, a pesar de que la protagonista y los conflictos sociales y políticos de la época no se lo ponen fácil en ningún capítulo.


La novela no es, por lo tanto, complaciente. No hay ni un resquicio de tregua. Ni un instante que invite a pensar en un futuro más dulce en el que a alguien le cuadren las cuentas de la lechera. Quizás porque la autodidacta, soberbia y autosuficiente Willie y los miembros de su banda –yonkis habituales de los escenarios– intuyan continuamente que su futuro va a ir a juego con el color de su piel. Por eso, la cantante nos lo deja ya bien claro en las dos primeras frases de la novela, cuando afirma categórica que es gorda y negra, pero que vale más que todos nosotros y, por si no fuera contundente su desprecio, nos tilda de bastardos.


A partir de ahí se inicia un itinerario por ciudades casi siempre nocturnas, neblinosas o anegadas por la lluvia, como los alicaídos estados de ánimo o las emociones alucinógenas de los músicos, que sufren en cada concierto la presión de unos públicos diferentes que, sin embargo, reciben con respeto y cierta curiosidad a esa orquesta de negros que pone una nota pintoresca en un mundo hecho a medida exclusiva de los blancos que, por capricho del sorteo, abren más puertas y cierran más bocas.


Noemí aprovecha la turné musical para describir con unas breves pinceladas el plano urbano de cada ciudad, la forma de ser de sus habitantes, la situación política y demográfica de cada nación. Por eso, el París de un barrendero no es el mismo que se abre de piernas a Miles Davis, los alemanes están locos pero no lo demuestran porque son muy educados, y los suizos, pese a ser muy pocos, no se ponen de acuerdo a la hora de hablar un mismo idioma.


Aun así, la novela, a pesar de su crudeza y de la denuncia que proclama de una época convulsa y beligerante a nivel mundial, rezuma poesía y metáforas; si bien es cierto que, por lo general, son de esas que se atragantan, pues es difícil separar la roña de la pobreza, olvidar que en la esquina de la calle anterior los antepasados de Willie y su banda dejaron aparcada la esclavitud, o aceptar que bajarse de un camión de la basura para subirse a un escenario es algo así como dar un paso que sirva para poner un pie en la luna.


Asegura la cantante que, con frecuencia, lo mejor de un concierto es que se termine, que el blues es un arte que les está costando la vida a los artistas, que la distancia entre la felicidad y la tristeza es cada vez más insignificante. Y es entonces cuando reparo en que Noemí Sabugal ha mantenido en todo momento el tono que requeriría una pieza de auténtico blues americano, sin variaciones artificiosas o alcanforadas. Ese blues racial que tendría a la melancolía, a la incertidumbre y a la tristeza como inseparables compañeras de baile.


Y reparo, además, en que me he leído la novela casi de un tirón y he apriscado estas palabras en un suspiro, sin desentrañar la voz de Willie Mae Thornton. Sin profundizar en la afonía de sus amígdalas incandescentes o en los vericuetos de su alma oscura. Y eso no puede ser. Así que les dejo. Voy a buscar urgentemente la grabación de ‘Unlucky girl’ en Spotify.


Tal vez, después de escucharla, sea yo el Gene Kelly de pacotilla que tenga que darse un remojón cariacontecido bajo la lluvia, borrar la letra desacompasada de esta canción que acabo de componer y comenzar a escribirla de nuevo.
Ya sería mala suerte, maldita sea.


José Ignacio García es escritor, crítico literario y coordinador del proyecto cultural ‘Contamos la Navidad’.

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