Recuerdo que me costó mucho entrar en la estética de ‘La gran belleza’ de Paolo Sorrentino y un poco menos en la que el director napolitano hace gala en ‘La juventud’, no porque sea diferente (en realidad es un calco de la anterior) sino porque ya estaba predispuesto a lo que me iba a encontrar en este aventajado discípulo del inimitable Federico Fellini. Creo que fue al tercer o cuarto intento cuando me percaté de las verdaderas intenciones de Sorrentino de homenajear en el primer caso al director de Rimini con una puesta al día de ‘La dolce vita’ a través de las andanzas del hedonista cronista de sociedad Jep Gambardella en una Roma decadente que en el caso de ‘La juventud’ deja paso a un hotel balneario de los Alpes suizos donde un director de orquesta en el ocaso de su vida y un director de cine que se aferra al que será su testamento cinematográfico con la que fuera su musa (una irreconocible Jane Fonda) reflexionan en clave existencial mientras miran al pasado en la placidez de un entorno que según dicen inspiró a Thomas Mann la creación de ‘La montaña mágica’. Como ya sucediera con ‘La gran belleza’ viendo ‘La juventud’ me he sentido como en una montaña rusa, con momentos sublimes y otros que me confirman en la artificiosidad de su director. Por fin consigue emocionarme con ese clímax final que marca la composición ‘Canciones sencillas’ preguntándome si en realidad el mérito de haberme llevado hasta ese estado emocional se debe a la bella creación de David Lang o a los baldíos intentos anteriores de Sorrentino.
CARTELERA EN LEÓN | 'La juventud'. En busca del tiempo perdido en los Alpes suizos
El clímax emocional de la película lo marca en realidad la bella canción de David Lang
23/01/2016
Actualizado a
18/09/2019
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