Si una histórica casa de comidas es un lugar cargado de historia donde te dan de comer... Casa Maragato es una casa de comidas en Busdongo; si histórico quiere decir que ya tuviera abiertas sus puertas en 1884, cuando menos, pues hay documentación que lo atestigua, Casa Maragato lo es y es uno de los establecimientos más antiguos de la provincia; si mantener la tradición es que el local se mantenga como estaba cuando abrió sus puertas, El Maragato de Busdongo la mantiene; si incluso permanece invariable la fórmula del menú que ofrece después de cinco generaciones de la misma familia al frente... Juan y Tere siguen siendo la verdadera esencia de El Maragato de Busdongo, el que se mantiene como hace más de un siglo, el que hace la cuenta a lapicero en papel de estraza, el que tiene café de puchero y la gracia y socarronería en el trato de esos veteranos venteros a los que nunca falta una salida ante cualquier situación.

- Dos cervezas.
- ¿Frías o del tiempo?
- Dará lo mismo con la nevada que está cayendo afuera.
- No señor, no es lo mismo. Las del tiempo están mucho más frías; explica ‘el maragato’ mientras algún parroquiano entra a comprar algún producto básico, ya que también es el último viejo comercio. Y, sobre todo, para lo que hoy nos interesa , es una histórica Casa de Comidas que fiel a su estilo antiguo mantiene la misma oferta para quienes se detienen buscando los mejores embutidos cortados a cuchillo —una seña de identidad de la casa— y unos quesos espectaculares y variados que ‘los maragatos’ buscan en diferentes provincias para mantener intacto el prestigio logrado. Conservas variadas, café de puchero y una estancia rodeada de historia completan una parada que debería ser obligatoria.
Juan y Tere cortan la cecina y el embutido ante tí, a cuchillo, seña de identidad de la casa; nunca faltan los mejores quesos, café de puchero y un local que se mantiene sin cambios, un museo
Las paredes, estanterías y los tarros con la mayor colección de arena de playas de todo el mundo, los recuerdos de nieve y viejas historias escritas en botas de vino, latas de Cola Cao, cachas, lámparas de mina y hasta un reloj de sol en la fachada convierten la parada en El Maragato en mucho más que comer, que también, por supuesto.
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