Castro, un secreto en el corazón de Los Arribes

El poblado de Castro es un complejo poblacional que surge como resultado de la proyectada Central I de Castro, más conocida como ‘El Salto de Castro’, que se puso en marcha el 12 de diciembre de 1952

Mercedes G. Rojo
27/08/2024
 Actualizado a 27/08/2024
Vista panorámica del pueblo de Salto de Castro. | OLGA ORALLO
Vista panorámica del pueblo de Salto de Castro. | OLGA ORALLO

Todos somos conscientes del poder transformador que la mano del ser humano tiene sobre el paisaje que le rodea, sobre el espacio que ocupa tanto para vivir como para ser explotado con el fin de obtener recursos del mismo que le permitan, precisamente, «mejorar» esas circunstancias de vida. 


Hoy vamos a hablar de un lugar muy especial en la provincia de Zamora, el poblado de Castro, en el municipio de Fonfría  (en plenos Arribes del Duero).  No es provincia de León, pero sí ‘Reino de León’, parte de ese antiguo reino que hoy muchos reivindican como comunidad con más sentido histórico y administrativo en la que a unos y a otros se nos incluyó por imposición de vaya usted a saber que oscuros intereses (¿o si lo sabemos?).  En la España de los cincuenta del pasado siglo XX, dentro de lo que puede conocerse como la ‘España de los pantanos’, este poblado supone la otra cara de la moneda de todas aquellas localidades que desaparecieron engullidas por la fiebre de la construcción de pantanos con la que el régimen franquista regó toda España, llevando a tantos de sus habitantes a desarraigarse totalmente de los lugares en los que en la mayoría de los casos sus ancestros habían vivido por generaciones.  No fue el único caso, pero sí ha sido el que en un momento determinado llamó la atención de mi compañera de propuesta, Olga Orallo, a quien debemos las fotografías de este reportaje.  Pero centrémonos en conocer su historia.


 

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Altavoz para transmisor de señales sonoras. | OLGA ORALLO

El poblado de Castro es un complejo poblacional que surge como resultado de la proyectada Central I de Castro, más conocida como ‘El Salto de Castro’ que se puso en marcha el 12 de diciembre de 1952. Para la construcción  de esta impresionante presa la compañía Iberduero (hoy transformada en Iberdrola) construyó en los años previos un verdadero pueblo con la finalidad de acoger a los trabajadores encargados de construir la presa, así como a sus familias; un lugar que terminó conformado por 44 viviendas, iglesia, consultorio médico, dos piscinas y hasta un puesto de la Guardia Civil, que se mantuvo vivo hasta que en 1989 la empresa instaló controles remotos para controlar las instalaciones, trasladando a los empleados a otros puestos de trabajo al tiempo que se desmantelaba el puesto de la Guardia Civil que hasta entonces lo custodiaba. Un pueblo cuya vida duró apenas cuarenta años  (treinta y siete para ser más exactos) para convertirse desde entonces en un pueblo fantasma, eso sí «uno de los pueblos abandonados más impresionantes y mejor conservados que hay actualmente en la provincia de Zamora».


Al decir de la propia Olga O. este podría ser «un buen refugio para un retiro espiritual». No es de extrañar pues, situado sobre una colina, este poblado –que se sitúa muy cerca del Salto del Castro, «una imponente presa de agua que precipita al Duero en su última caída antes de convertirse en frontera natural entre España y Portugal», situada apenas a 4 kilómetros del Castro de Alcañices, en el ya mencionado municipio de Fonfría, y a la que solo se puede acceder bajo permiso especial en la misma central, pues este pantano tiene el acceso restringido–, muestra a nuestros ojos un enclave privilegiado. Es desde dicha presa que se puede contemplar la maravillosa garganta en la que está enclavada esta obra de ingeniería, contagiando su especial atractivo a toda la zona, enclavada esta dentro del Parque Natural de los Arribes del Duero; un espacio dotado de un enorme valor medioambiental en el que se concentra tanto un gran interés natural y paisajístico por las vistas que ofrece, como también por la diversidad de especies vegetales que podemos encontrar en él, por no hablar del avistamiento que desde ciertas zonas pueden realizarse incluso de aves catalogadas en peligro de extinción. Y así podemos sentir roto el silencio que nos deparan estos lugares solo por el sonido del agua al caer o por los graznidos y otros sonidos emitidos por cigüeñas negras, águilas perdiceras o buitres leonados que encuentran en estos parajes su refugio. 

 

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Piscina en el complejo. | OLGA ORALLO

Caminar por estas calles abandonadas, entre el resonar de los pasos solitarios de quienes acuden a ellas (a veces por casualidad a veces de forma premeditada, como le pasó a nuestra fotógrafa tras oír hablar del lugar) y los sonidos que solo la naturaleza en estado más puro es capaz de devolvernos, es como entrar en un bucle en el que el tiempo parece haberse parado, lejos de la impaciencia de la vida cotidiana de las grandes ciudades.  Solos, cara a cara con la naturaleza, pero también con los recuerdos o las evocaciones que pueden despertar en nosotros esos espacios abandonados que un día estuvieron llenos de vida. Si nos dejamos llevar por nuestros pasos tal vez seamos capaces de escuchar el chapoteo de los chiquillos en las piscinas hoy solo llenas de hojas secas y recuerdos, el tañido de la campana de la iglesia llamando a misa, la cantinela de una tabla de multiplicar escapándose por lo que un día fue la escuela del poblado,..., quizá hasta el eco de alguna verbena celebrando alguna fiesta. Curioso que, a pesar de llevar tantos años abandonadas, y a pesar de los efectos devastadores del tiempo y el vandalismo al que este tipo de lugares se ven sometidos, aún se conserven tan relativamente en pie estas ruinas por las que sigue transitando la huella humana, aunque  ya solamente sea una anécdota transitoria sobre la que se suceden los olvidos. 


Pasear por estos lugares, que emergen de pronto entre la naturaleza que la rodea por doquier, adquiere al mismo tiempo esa sensación de inquietud y serenidad que suelen acompañar a este tipo de lugares. Se respira quietud, paz, una cierta impresión de irrealidad que parece liberar el alma de sus más hondos pesares. Tal vez deberíamos preguntarnos si fueron todas estas sensaciones las que hicieron que en algún momento, alguien (tal vez quien debiera tomar la decisión sobre su futuro), se decantara por abandonar el lugar a su suerte en vez de derruirlo como ocurrió en otros lugares; las que provocaron que en vez de ello un buen día alguien decidiera poner a la venta un pueblo entero. Desde luego podría parecer una estupenda opción turística para aquellas personas  que se consideran amantes de la naturaleza y del turismo rural. Atractivos, sin duda, no le faltan al lugar, algunos ya expuestos, junto a otros a mayores como podría ser el encontrarse apenas a seis kilómetros de la frontera con Portugal, tierra que une a los atractivos de los Arribes, los suyos propios. 

 

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Detalles de Salto de Castro. | OLGA ORALLO

Y lo que comenzó siendo una cifra millonaria acabó convirtiéndose en una cantidad irrisoria para todo un pueblo, trescientos mil euros (menos de lo que cuesta un piso en el mismo centro de la capital madrileña) que pagaría un constructor toledano con la pretensión de convertirlo en un complejo turístico, cuyos detalles contaba a un programa de investigación televisivo hace apenas año y medio. Hubo quien pudo llegar a creer que el pasado verano sería el último en el que podríamos ver el pueblo en ese estado, sin embargo, en septiembre de 2023, el diario La Opinión/ El Correo de Zamora se hacía eco de un nuevo intento de venta por parte del empresario toledano, quien podría haber abandonado el proyecto por «problemas personales» y con el sueño de ver convertido el poblado en un complejo turístico, según se indica en la propia noticia. Esta vez  el valor de salida está en  580.000 euros, casi el doble del precio por el que el mismo lo había adquirido en 2022, y parecían indicar nuevos «pretendientes de Arabia Saudí y de Miami», una realidad que parece no haberse concretado como se sobreentiende al ser consultado el portal inmobiliario ‘Idealista’, en el que se aloja la oferta, que a finales del pasado junio seguía mostrando el poblado a la venta, esta vez por un nuevo valor de 320.000 euros (un 5% menos que una propuesta anterior). Por lo que parece, ese pretendido interés de adquisición sigue, al menos por el momento, sin hacerse realidad, a pesar de las subvenciones y ayudas públicas que también se anuncian para el posible adquiriente que se decida a comprarlo y a intervenir sobre él. 


Pero, realmente,  a los amantes de las ruinas, no es el valor inmobiliario que pueda o no tener lo que nos interesa, sino ese aire de misterio, de romanticismo, que nos habla de tantas vidas transcurridas entre ellas. No tengo idea de si una nueva adquisición llegará a realizarse algún día o no, y si con ella llegará una transformación del lugar que seguramente hoy seguirá en un estado muy similar al que tenía cuando fue inmortalizado por la cámara de  nuestra compañera Olga Orallo. Tal vez este verano sea la última oportunidad de visitarlo y conocerlo antes de que –de nuevo la mano del hombre– vuelva a transformar su realidad. Parajes naturales fantásticos, cientos de especies vegetales, aves en peligro de extinción para observar, la paz y el silencio de un paisaje acompañado por el susurro de las aguas del Duero,... y la posibilidad de disfrutarlo en soledad o en buena compañía ¿se puede pedir algo más?

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