Benito (Paco Martínez Soria), alcalde de la ficticia localidad aragonesa de Valdemorillo, considera que la única forma de frenar la decadencia de su pueblo y el exilio de los jóvenes a la capital es el impulso del turismo al estilo de la Costa del Sol. Convencido de que es posible reproducir Marbella en la falda del Moncayo, viajará a la capital malagueña del turismo acompañado de Basilio (José Luis López Vázquez), el redicho secretario del Ayuntamiento, con el fin de documentarse adecuadamente. La corporación municipal que lidera el proyecto la completa el rico del pueblo don Marcial (Rafael López Somoza), el dueño de la fonda (Erasmo Pascual) y el rijoso Alejo (Antonio Ozores). La bellísima Helga (Ingrid Spaey) pondrá el indispensable toque nórdico.
Una introducción con voz en off, rodada con zooms rapidísimos, montaje acelerado y cámara rápida, contextualiza la acción. Los años 60 fueron el inicio de la gran explosión del turismo y de la construcción en el sur y el Levante español, apoyado por una gran inversión pública en infraestructuras de comunicación como puertos, aeropuertos y carreteras. La llegada masiva de extranjeros y la proliferación de bikinis –prenda entonces polémica– produjeron un auténtico frenesí. Los españoles, por su parte, comenzaban a veranear. Con una tasa de paro inferior al 5%, amplias familias se embutían en un 600, llenaban la baca de maletas y se daban a un lujo que la generación de sus padres no había siquiera soñado. El prólogo de la película ironiza sobre todo ello. Pero el Gobierno de Franco no había limitado el desarrollo turístico a las playas levantinas. La red de Paradores Nacionales se amplió de 40 a 83 durante la década de los años 60, bajo el Ministerio de Información y Turismo de Fraga Iribarne, incluso poniendo en el mapa los rincones más insospechados de la España rural, y rehabilitando magníficos edificios históricos que se encontraban prácticamente en estado de ruina. Por esto, los planes del alcalde de Valdemorillo del Moncayo, aunque en la comedia resulten deliberadamente esperpénticos, no resultan tan descabellados en el contexto de la época.
En la primera parte de la película el humor se centra en las aventuras de Benito y Basilio en Marbella, donde se alojarán en el Meliá Don Pepe y conocerán a las Buby Girls, un grupo de alemanas y noruegas que interpretan un excéntrico espectáculo musical a medio camino entre el cabaret y la psicodelia. La segunda girará sobre las reacciones familiares, sociales y políticas que el viaje ha provocado en el pueblo tras el regreso de Benito y Basilio, y también sobre las barreras que se interponen entre el Ayuntamiento de Valdemorillo del Moncayo y el Ministerio de Turismo.
El contrapeso emotivo de la comedia es también su lado más actual. El drama de la decadencia de los pueblos y la huida masiva de sus jóvenes.
‘El turismo es un gran invento’ no es una comedia de Billy Wilder, la película no pretende engañar a nadie. Se trata de humor celtibérico, en el sentido de la palabra que inmortalizó Luis Carandell, rodada en condiciones de extrema precariedad y basada en la explotación del contraste entre el paleto español de mediados del siglo pasado y el desarrollismo europeizante. No estamos ante un derroche de ingenio, y ciertamente hay un lado penoso en el descenso cualitativo del cine español de los años 30, 40 y 50, que nos dejó verdaderas obras maestras, y el que vino después. El mismo Pedro Lazaga había empezado rodando la muy meritoria ‘Cuerda de presos’ en 1955, y terminó dirigiendo hasta siete películas al año de imposible defensa en la década de los 70.
Sin embargo, el cine sin pretensiones no es siempre un bodrio ni carece de méritos, ni hay por qué avergonzarse por el hecho de que Paco Martínez Soria, José Luis López Vázquez o Antonio Ozores, haciendo de simples patanes, nos arranquen una carcajada. Quizá el momento cinematográfico que les tocó vivir no fuera el más afortunado, ni los guiones que representaron los más brillantes, pero indudablemente se trata de extraordinarios e irrepetibles actores de comedia, que también supieron brillar en otros géneros cuando tuvieron la oportunidad. Al menos se trata de actores españoles capaces de vocalizar, lo que les sitúa por encima de la inmensa mayoría de los que hoy día se cargan de premios Goya.
También destaca la música del maestro irrepetible Antón García Abril, autor de maravillosas composiciones para el cine y la televisión, como la popular sintonía de ‘El hombre y la tierra’, del inolvidable Félix Rodríguez de la Fuente. En ‘El turismo es un gran invento’ la banda sonora alterna entre el jazz y el pop sesentero y nos deja un tema principal que bien podría ser la banda sonora del cine del momento.
El verano es una época perfecta para liberarse de complejos y prejuicios, y pasar un buen rato con películas como ‘El turismo es un gran invento’, siempre será sano recordar o descubrir que hubo una época en la que España disfrutó de la libertad de poder reírse de sí misma.
Otros artículos de Películas tórridas:
- Tiburón: turistas en el menú
- La ventana indiscreta: una raza de fisgones
- La tentación vive arriba: chistes de temperatura
- Agente 007 contra el Dr. No: trabajando en el Caribe