El Royal Ballet se encomienda a un clásico al que siempre estará ligado: ‘La Cenicienta (Cinderella)’, de Frederick Ashton, que en diciembre de 1948 supuso el primer trabajo en tres actos de la Historia de la compañía, por entonces llamada Sadler’s Wells. Su fundador, el maestro británico (1904-1988), había empezado a idearlo en 1939, pero no lo estrenó hasta después de la II Guerra Mundial. Pieza fundamental de la danza inglesa, perdura como una de las adaptaciones más destacadas del cuento de Perrault sobre la joven huérfana -y las malvadas hermanastras, el hechizo del Hada Madrina, el amor del príncipe, el zapato de cristal-, que había inspirado versiones poco memorables durante todo el siglo XIX.
Uno de los mayores aciertos de Ashton fue recurrir a la reciente partitura creada por el soviético Sergei Prokofiev (1891-1953) para el Bolshói de Moscú en 1945, que eclipsó a todas las anteriores. La coreografía de Zakharov no trascendió, pero la música del autor de ‘Pedro y el lobo’ se impuso desde entonces. Rítmica, percusiva, oscura (predominan las tonalidades menores), ágil, llena de cambios dinámicos y gloriosamente orquestada, la emplearían en sus versiones Sergeyev (Kirov, 1946), Celia Franca (Canadá, 1968), Ben Stevenson (Washington, 1970), Nureyev (París, 1986), Vasiliev (Kremlin, 1991), Michael Corder (ENB, 1996), Matthew Bourne (1997, Londres) o Jean-Christophe Maillot (1999, Montecarlo).
Este sábado, Cines Van Gogh retransmite desde Londres ‘La Cenicienta’, grabada en directo esta misma semana. Para su coreografía, Ashton siguió el modelo canónico de Petipa e Ivanov (1899, Mariinski de San Petersburgo), cuyo estilo clásico ya había homenajeado en ‘Symphonic Variations’ (1946). Destacan los solos intrincados -piruetas, giros-, los números grupales, llenos de complejidad y precisión, el trabajo de pies, la musicalidad y algunos movimientos contemporáneos muy expresivos. Aparte del cuarteto de varones, la escena icónica es la de las escaleras de palacio, cuando la protagonista baja los peldaños en puntas.
Como siempre en las obras de este genio (‘La Fille mal gardée, The Dream’), abundan los ‘pas de deux’ románticos y las escenas oníricas, mientras que la elegancia y la contención conviven con la comedia y la excentricidad: en el estreno, aparte de los protagonistas (Moira Shearer y Michael Somes), el propio Ashton, travestido, encarnó junto a Robert Helpmann a las hermanastras. Ambos retomaron esos papeles cómicos en 1965 junto a Margot Fonteyn y David Blair.
‘Cinderella’ estuvo más de una década sin representarse en Londres, hasta que en 2023, por su 75 aniversario, el teatro elaboró un nuevo y lujoso montaje. Detrás se encontraba un equipo de cine: la deslumbrante escenografía -protagonizada por la naturaleza y las flores- la elaboró Tom Pye, premio Olivier por Mi vecino Totoro, mientras que el vestuario corresponde a toda una ganadora del Oscar: Alexandra Byrne (‘Elizabeth, la edad de oro’, de 2007). Los espectaculares vídeos son mérito del escocés Finn Ross (1982), habitual de Broadway y el West End, reconocido con un Tony y dos Olivier.
El escenario de Covent Garden aguarda a dos grandes solistas: Fumi Kaneko y Wiliam Bracewell, que en la Navidad de 2022 ya protagonizaron un 'Cascanueces' que se vio en las salas. La japonesa (1991) lleva en el Royal Ballet once años, en los que ha dado vida a la condesa de ‘Mayerling’, a las principales heroínas de Chaikovski (Odette, Aurora) y al Satán de ‘The Dante Project’, creado para ella por Wayne McGregor. Cuando aterrizó en Londres, nunca había salido de Osaka. Pensó que solo se quedaría un curso, pero rápidamente fue promocionando hasta ser solista. Y todo a pesar de dos lesiones muy graves: una rotura de ligamento en cada rodilla, en dos temporadas consecutivas. La crítica la adora por su técnica impoluta y su instinto dramático; se nota que lleva dentro la danza, que practica casi desde que aprendió a caminar. Ya con 12 años ganó un concurso en su ciudad, y en 2008 la medalla de oro del concurso de Varna.
En cuanto a Bracewell (1991), es el primer galés que consigue el estatus de bailarín principal en la compañía. Hijo de un jardinero, en su familia nadie bailaba; de hecho, lo animaron a que jugase al rugby. Para evitar burlas, en el colegio contaba que entrenaba karate en vez de ballet. Hasta que ingresó en la Royal Ballet School. Poco después, alzaba el galardón a Joven bailarín británico (2008), al que seguiría el Premio Nacional de Danza (2015).