Chavín, de Omaña, el hombre que se hizo el carnet con 80 años

Chavín, que se llamaba José, es uno de esos personajes que un día aparecen en un pueblo y se saben ganar su aprecio desde su condición de entrañables desprotegidos

06/10/2024
 Actualizado a 06/10/2024
Chavín, de Omaña. | L.N.C.
Chavín, de Omaña. | L.N.C.

José, que ése era su nombre aunque para la gran mayoría de aquellos que le conocieron en diferentes pueblos de Omaña, sobre todo, era realmente Chavín, por ese apodo le conocían todos. 

Chavín fue uno de esos personajes a los que no les quedaba grande esa expresión que muchas veces se regala: entrañable; y, además, de ese tipo de seres entrañables que se te hacen más cercanos pues los encuentras vulnerables e indefensos.

José era un ser anónimo lejos de sus comarcas de andanzas hasta que ese tipo tan grande como humano, Pepe Estrada, le quiso llevar a las páginas de un libro de ‘Heterodoxos leoneses’ con la misma ternura que le había apadrinado en vida, allá en el pueblo de Bonella que compartieron y cuando se convirtió en la mano que mecía los movimientos de aquel ser un poco destartalado, que así definía el propio Estrada: "Su aparición, cuando éramos unos niños, despertó un montón de curiosidades a las que él contestaba con una sonrisa, entre pícara y desconfiada, pero sin dar respuesta. En los primeros tiempos de su aparición, él era un hombre joven, bien vestido, y con su inseparable maleta, por lo que la gente empezó a conocerle por ‘el de la maleta’. Solía llegar al pueblo al atardecer, para dirigirse a la casa donde pasaría la noche, y donde, normalmente, le mantenían, aunque en muchas ocasiones, él portaba viandas, fruto de limosnas que traía en su equipaje. Su manjar preferido era, sobre todo, el tocino con pan; debía de ser inmune al colesterol".

Recuerda Estrada que La Cepeda Alta, el Alto Órbigo, Omaña y Babia eran sus zonas preferidas. "En sus idas y venidas, en sus cortas estancias, iba conociendo los pueblos y a los pobladores, seleccionando aquellos lugares más tranquilos y a aquellas familias que le consentían hacer su vida o tenían mozas que le hacían tilín", con especial predilección por "las señoras maestras".

La itinerancia fue cambiando y se quedaba en diferentes casas que le daban trabajo, hasta que encontró la paz de Bonella, el sosiego, la acogida de gentes como el citado Estrada que, prácticamente, le apadrinaron. "Se convirtió en el guardián del pueblo; era raro que llegara alguien nuevo y Chavín, su nuevo pseudónimo, no diera cuenta y le sometiera a interrogatorio".

Era trabajador, se ofrecía y le contrataban (100 pesetas en verano y 50 en invierno) y amasó lo que se podía considerar una fortuna y que, por cierto, le vino muy bien en su vejez, cuando debió ir a una residencia. "Merecía la pena ver su cara de satisfacción y felicidad al manosear y recontar los billetes, con especial predilección por ‘los verdes’ (los de 1000 pesetas".

Con el tiempo apareció en su vida la enfermedad, bastante grave, con lo que tuvieron que arreglarle los papeles para que fuera desde Bonella a una residencia  de ancianos. "Y al llegar vieron que tenían que hacerle el DNI, el primero que tuvo, con 80 años".

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