Hace un siglo que apareció en libro una de las obras cumbre de nuestro teatro, ‘Luces de bohemia’, pieza que Valle-Inclán empezó a publicar por entregas cuatro años antes en la revista semanal España y a la que fue añadiendo escenas hasta completar las quince definitivas. Todas ellas describen la última noche en la vida de un poeta viejo, ciego, pobre y fracasado, en un «Madrid brillante y hambriento», perteneciente a una España decadente y corrompida a principios del siglo XX.
Se ha dicho siempre que es una obra muy difícil de representar, cuenta con más de cuarenta personajes, además de perros, gatos, un caballo y un loro. Casi treinta años tuvieron que transcurrir tras la muerte de Valle para que se montase la primera función con su texto. Sin duda, en esto debió influir notablemente que el autor no la concibió para ser llevada inmediatamente a las tablas sino para ir siendo leída, de ahí lo que se ha comentado mucho sobre sus acotaciones, que, en lugar de ser simples indicaciones para la puesta en escena como siempre en el teatro, en este caso, son literarias. El escritor se recrea, por ejemplo, componiendo ambientes más allá de las meras instrucciones: «El Café tiene piano y violín. Las sombras y la música flotan en el vaho del humo y en el lívido temblor de los arcos voltaicos».
Valle estaba haciendo un teatro para leerse, una novela dialogada y las acotaciones podrían ser la voz del narrador. Es posible que ‘Luces de bohemia’ sea una novela hablada, una novela teatralizada.
Se ha indicado también que la pieza tiene mucho de cinematográfica, pero qué películas vería Valle hasta 1920, año en cuyo verano empezó a publicarse la obra. Hasta ‘El cantor de jazz’ (1927) el cine es mudo, podría haber visto a Chaplin, a Griffith, el viaje a la luna de Méliès, el Caligari de Wiene… ‘La aldea maldita’, obra cumbre de nuestro cine sin palabras, fue filmada después por Florián Rey, en 1930. Quizás haya en ‘Luces de bohemia’ histrionismo como en los personajes del cine mudo, obligados a exagerarlo todo para suplir la falta de voz. Si Valle los vio sobreactuar en la gran pantalla tal vez se le ocurrió allí esperpentizar los suyos. Es posible, eso es cinematográfico. De todas formas, las acotaciones exceden lo que suele haber en un guion al uso. «Secretaría particular de Su Excelencia. Olor de brevas habanas, malos cuadros, lujo aparente y provinciano», «El perfume primaveral de las lilas embalsama la humedad de la noche»: ¿Desde cuándo el cine se huele?
Para celebrar el siglo de la primera edición en libro de ’Luces de bohemia’, en estos días, se representa nuevamente la obra en el Teatro Español de Madrid, a pocos metros del callejón real del gato en el que aún existen los espejos cóncavos y convexos que inspiraron a Valle la estética del esperpento por la cual veríamos mejor en lo deforme la realidad que a simple vista. No muy lejos de allí, a escasos minutos, está el otro teatro de España, el Congreso de los Diputados, que nos certifica cada día que no hacen falta ya espejos curvos como en tiempos de Valle, que el esperpento no es una estética sino realismo, trayendo a primer plano, sin necesidad de deformación alguna, la verdad grotesca de un país que, al menos, lleva cien años de esperpento.