Hace un par de semanas el Gobierno anunciaba que, aunque el curso escolar actual finalizaría a distancia, los centros escolares podrían permanecer abiertos a partir de ‘la fase 2’, fundamentalmente para acoger a aquellos niños de entre 0 y 6 años cuyos padres tuvieran que salir para incorporarse a su puesto de trabajo durante la desescalada. También para los alumnos especialmente vulnerables de cualquier curso.
Finalmente, esto no será así. Esta semana se zanjaba el tema ante la negativa de las comunidades autónomas, que han insistido en la falta de preparación y la imposibilidad de cumplir las normas de distancia social e higiene con los niños de 0 a 6 años.
La vuelta al cole no será hasta septiembre, y en septiembre, tampoco sabemos cómo será. Se barajan aulas con mesas vacías, clases en días alternos, turnos de mañana o tarde, y algún tipo de combinación o rifa entre educación ‘online’ y presencial.«Si no hay un remedio, los centros tendrán que estar a la mitad de su capacidad. Esto obliga a que una parte de alumnos estén trabajando presencialmente y otra parte, telemáticamente» soltaba, sin anestesia ni nada, la semana pasada la Ministra de Educación y Formación ProfesionalIsabel Celaá. Por supuesto que nada se dijo, pero absolutamente nada, sobre cuáles serán las medidas de conciliación (imprescindibles) que acompañen a esta «nueva normalidad» escolar, como si se diera por hecho que las familias lo tienen que resolver, y punto.Y recuerdo entonces aquella insólita polémica sobre los derechos a la educación, y sobre no creer «de ninguna de las maneras, que los hijos pertenecen a los padres», pero ahora sí, ¿no? Ahora son solo nuestros, ahora es un «sálvese quien pueda» en toda regla.
El viernes 13 de marzo fue el último día que mi hijo pudo ir al colegio, allí nos despedimos, entre incrédulos y desconcertados, de profesores y compañeros. Al día siguiente se decretó el estado de alarma y comenzó el confinamiento, y todos entendimos que, en ese momento, no había tiempo material para pensar en una solución para las familias, una solución para todos aquellos padres y madres con trabajos esenciales o que no tuvieran posibilidad de teletrabajar.
Sin embargo, ya han pasado más de dos meses, se han legislado propuestas y se han aprobado muchas medidas. Se habla con soltura de esta ‘nueva normalidad’ y ya nos hemos hecho un croquis sobre lo que podremos hacer o no, cuando vayamos pasando de fase, pero la conciliación sigue con los puntos suspensivos y ni siquiera está en el debate político en estos momentos. Tenemos claro ya, cómo nos vamos a poder juntar en las terrazas, pero no tenemos ni idea de cómo se va a resolver este problema de conciliación sin precedentes.
Durante el pasado mes de abril no hablamos de otra cosa que no fuera la situación de los niños confinados en casa, una murga infinita sobre la imperiosa necesidad de que salieran a la calle, votos a favor y en contra, debates, tertulias, y las ya clásicas comparativas con los países vecinos. Ahora, sin embargo, nadie habla de cómo se van a organizar las familias, cuando progresivamente la gente se incorpore a sus puestos de trabajo de manera presencial. ¿Quién se va a quedar con los niños?
Seguro que han escuchado alguna vez aquello de que «cuando baja la marea se descubre quién nadaba desnudo». Los abuelos y las abuelas han sido quienes han soportado la falta de conciliación en este país, y ahora que ellos son la población con mayor riesgo frente a este maldito virus, nos hemos quedado efectivamente ‘en pelotas’, descubriendo que, sin ellos, no hay conciliación posible.
Sofía Morán de Paz (@SofiaMP80) es licenciada en Psicología y madre en apuros
¿Con quién se van a quedar los niños?
Se barajan aulas con mesas vacías, clases en días alternos, turnos de mañana o tarde, y algún tipo de combinación o rifa entre educación ‘online’ y presencial
17/05/2020
Actualizado a
17/05/2020
Lo más leído