Gabi Martínez en la presentación de su libro ‘Lagarta. Cómo ser un animal salvaje en España’, denuncia escasa sensibilidad en general en nuestro país por la naturaleza. Así las cosas, «las expediciones de biólogos, naturalistas y escritores ingleses a la península ibérica solían corroborar la ignorancia que los españoles tenían de su propia fauna y de su naturaleza en general. Viajando los investigadores extranjeros conocían a auténticos expertos en aves, flores, mamíferos, pero casi siempre se trataba de gente aislada y autodidacta. No existía un plan de Estado o social que apostara por educar en naturaleza». En 1872, en Cádiz, se había creado una Sociedad Protectora de Animales, que a juicio de representantes de los dos países precursores del animalismo en Europa, Inglaterra y Francia, no bastaría para modificar la actitud de los españoles hacia el reino animal. Tras la guerra civil se aprueba la Ley de Alimañas. En medio de la carnicería a la que esta ley dio paso, emergió la figura de Félix Rodríguez de la Fuente que con sus programas televisivos contribuyó a que millones de espectadores se asomaran de forma distinta al reino animal, lograr lo casi inimaginable, que un animal tan mal visto como el lobo cayera simpático. Una consecuencia de ese lento cambio de sensibilidad es la generalización de la adopción de todo tipo de mascotas.
Una mascota puede llegar hasta nosotros de muchas maneras, comprada, como un regalo, o por sus propios medios. Ese es el caso de los tres gatos de la novela ‘Mamut’ de Eva Baltasar. La protagonista deja Barcelona para emprender una nueva vida en una masía apartada del interior. Su obsesión, quedar embarazada. Una vez instalada en su nueva residencia un día descubre tres gatos viejos a las puertas de su casa. No le gustan los gatos. Espera que la falta de comida terminé desanimándolos y acaben desapareciendo. Pero logran sobrevivir y hacen todo lo posible por complicarle la vida. No dejan de mearle por todas partes, retándola. Busca un plan para deshacerse de ellos. Por fin cree dar con la solución. Vacía una nevera inservible, la tumba en el suelo y coloca comida dentro. Los gatos se acostumbran a comer en la nevera hasta que un día logra dejarlos encerrados. Después los gasea con una bombona de butano. Pasados tres días, al deshacerse de ellos, algo parecido a la ternura la asalta, las naricitas de los gatos la conmueven y acaricia una con el dedo. La misma ternura morbosa que le despierta su hija cuando nace y a la que da en adopción. ‘Mamut’, una reflexión sobre el deseo, con mascotas abandonadas por medio y un pastor incorporado a una trama descabellada.
Gorra, zurrón y un cayado (a lo que se podría añadir una manta al hombro) constituyen los elementos esenciales que imaginamos como parte consustancial del pastor, la que estábamos acostumbrados a ver junto a un rebaño de ovejas en nuestros desplazamientos en coche. Así aparecen al menos en el reportaje de Fulgencio Fernández dedicado a la exposición titulada ‘Mis pastores’ del periodista Juan Daniel Rodríguez, inaugurada en el auditorio Carmelo Gómez de Sahagún en el verano del año 2022. Serie de fotografías que el antiguo redactor de comarcas del periódico desaparecido, ‘La Crónica de León’, fue reuniendo al tiempo que cumplía su labor informativa. Si veía un pastor detenía el coche, entablaba conversación con él en la orilla de la carretera y al final le pedía que le dejara fotografiarle. La mayoría accedía con la condición de que les hiciera llegar después las fotografías. Aquellas charlas, aparte de las curiosidades habituales por su familia y cómo se desarrollaba su trabajo, le enseñaron a entender el paisaje y una filosofía de la vida rumiada «en el silencio de la tierra cruda». La gravitación de lo telúrico que lleva a la protagonista de ‘Mamut’ a elegir a su único vecino, un pastor, para que la fecunde: «Me gusta el pastor. Es bajo y rechoncho». La concreción de todo lo que nos mueve por dentro.