Conductores o el Puente de San Marcos

Por Javier Carrasco

24/06/2020
 Actualizado a 24/06/2020
| MAURICIO PEÑA
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Hay quien atribuye al puente de San Marcos un origen romano, pero que su construcción se remonte tan atrás no es nada seguro. La primera referencia escrita es de principios del siglo XII, en la que se hace mención a la donación del puente por parte del obispo de la ciudad al hospital de San Marcos. Vuelve a aludirse a él en documentos del siglo XVI, sobre las obras acometidas por los maestros canteros Felipe y Leonardo de Cajiga para su mejora. Al no cumplir las condiciones del contrato, Felipe de Cajiga fue apresado y moriría en la cárcel, haciéndose cargo de las obras su hermano Leonardo, que tampoco es capaz de terminar lo acordado. En 1604 Pedro de Llánez continúa lo iniciado por los hermanos Cajiga. En 1727 el regidor de la ciudad informa de que algunas riadas han socavado pilas, derruido arcos y antepechos así como paramentos exteriores. En el informe de los daños efectuado por los maestros Francisco Campuzano y Pablo Antonio Ruíz se nos dice, por primera vez, el número de arcos con los que contaba entonces el puente, nueve. En 1750 Hilario Alfonso Jorganes advierte de que la construcción está amenazada por un estado de ruina inminente. Encargado de llevar a cabo una nueva configuración del puente, diseña el tablero horizontal con descansaderos y los actuales arcos de medio punto.

La imagen de la armazón después de esta reforma no difiere mucho de la actual, con sus ocho arcos, algo más de ochenta metros de longitud y un ancho de unos cinco metros destinados a la circulación de los peatones. Se trata de una de las referencias arquitectónicas con más tradición de la ciudad. Cerrado desde hace tiempo al tráfico rodado, comunica el barrio del Crucero con el Paseo de la Condesa. Cruzado a lo largo de la historia por infinidad de peregrinos, su imagen, con aire de edificación intemporal, está asociada al actual parador de San Marcos y así aparece en numerosas postales, en una elocuente simbiosis que hace referencia al camino de Santiago, a sus hitos, al pasado de una ciudad milenaria erigida entre la confluencia de dos ríos. La corriente de agua que recogen esas postales de principios de siglo funciona como una metáfora del tiempo, de su curso ininterrumpido que fluye entre un ayer y un mañana, a través de un presente que asoma con la luz incierta que dejan escapar los ojos de los ocho arcos.

Hoy, bajo uno de esos arcos, el que limita con la Avenida de Salamanca, discurren al día miles de vehículos. La imagen decimonónica de esas postales que reflejaban una ciudad suspendida en la eternidad, adormecida en el sueño de su pasado glorioso, ha sido suplantada por otra distinta, la de una ciudad urgida por la prisa, por la indiferencia de quienes se deslizan en sus vehículos bajo el puente, ajenos al sonido evocador del agua que discurre a unos pasos de ellos adaptándose a los pilares del puente, envolviéndolos con sus manos de cristal.
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