Conrado Zurdo, ¿dibujante o escultor?: Artista

Por Gregorio Fernández Castañón

02/05/2024
 Actualizado a 02/05/2024
Los dibujos que Conrado Zurdo transformó en tres dimensiones. | G.F.C.
Los dibujos que Conrado Zurdo transformó en tres dimensiones. | G.F.C.

El río Riosequino, como casi siempre, era un remanso de paz. Y allá arriba, desde la atalaya azul, descubrí los rúbeos cantiles de La Candamia regalando contraste a las praderas verdes del invierno. Los pueblos, agazapados en sus ensoñaciones, aparecían a mis ojos como si alguien, a propósito, los hubiera colocado allí para adornar un gran diorama belenístico en pleno mes de febrero. Faltaba la nieve. Y, aunque había chimeneas que ahumaban aromas de roble, los pastores hacía años –lo presentía– que se habían retirado, dejando los apriscos inmersos en la más absoluta soledad. ‘Nada’, que era más que ‘poco’, estaba en activo por aquellos andurriales donde, en otros tiempos, sin duda alguna, los agricultores y los ganaderos miraban el sol y adoraban la lluvia que habría de alimentar los frutos y los pastos. Un dibujo fiel de la realidad. Una paleta de colores para definir el estado actual de abandono de las tierras centenales y de los montes con excesivo peligro de incendio.

Hacía viento también, aunque nunca supe qué color utilizar para representarlo literariamente. ¿Y el frío? Por las orillas de nuestros caminos pedregosos y con los profundos arañazos producidos por las aguas torrenciales, un frío, que llegaba del norte, nos abofeteaba de igual forma que a los pinares silenciosos. Ni rastro de zorros, lobos, aves, lagartijas y mosquitos… No era tiempo, tal vez, de abrir los calendarios de sus múltiples correrías.

El caso fue que, andando y andando, divisamos, por fin, el destino donde habríamos de tomar un café caliente: La Venta de la Tuerta, lugar en que los arrieros del ayer buscaban refugio y hasta compañía amorosa, además de alimentos para sus caballerías y cuerpos. 

Lo que os estoy contando ocurrió realmente. Era una de esas tardes en las que, en León, las campanadas del reloj catedralicio anunciaban ‘las cinco’. Y, en busca de ‘la originalidad’, el dibujante y escultor Conrado Zurdo (León, 1975) y un servidor decidimos ‘hacer turismo’ por un monte cercano para ver y admirar la rusticidad cazurra –defensa de nuestra tierra, con exceso de carácter–. Un paseo que habría de desembocar en las imágenes reales plasmadas en un cuaderno de dibujo literario, salpimentado con la visión grandilocuente de una colección de esbeltas y naturales esculturas. Arte.

Deseo aclarar, y tiendo la ropa al sol para que se airee, que mi acompañante, Conrado Zurdo –licenciado y doctor en Bellas Artes, profesor de Dibujo y de Escultura–, escogió aquel lugar, conocido y frecuentado por él, con el fin de que yo –aprovechando el paseo– pudiera ‘martirizarle’ con mis preguntas. No fue fácil, porque…

–Hablar sobre mí mismo me incomoda. Y como ya te dije, las artes visuales y la música no deberían necesitar demasiadas palabras.

Cierto. Ya me lo había comentado justo en el minuto cero de nuestro encuentro, pero…

–Como divulgador cultural, has de entender mi postura. Si no te pregunto, los lectores me lo reprocharán.
–Lo entiendo. Dispara.

Escultura homenaje a los mineros. | G.F.C.
Escultura homenaje a los mineros. | G.F.C.

No fue una simple casualidad. El paseo por el campo llevaba con él otro envoltorio saludable que yo había recogido a la hora de documentarme sobre este artista: ‘Dibujos en el aire’. Su primera exposición, del año 2009, salía así al encuentro, enarbolando una banderola verde para dejar vía libre a una actividad artística (el dibujo) hasta reconvertirla en otra que, en este caso, era la que me importaba: la incursión de los volúmenes en su etapa creativa. Casi nada y todo. Esculturas que surgen de la tierra como los árboles (en su primera etapa), como el hierro o como las piedras con las que trabaja.

–Sí. Tienes razón. Una parte de aquellas imágenes que presenté en público me pedía a gritos transformarlas en tres dimensiones. Y yo, con la ilusión de un simple aprendiz, sin abandonar jamás el dibujo –que es donde me encuentro más cómodo y seguro–, comencé a utilizar las herramientas de un carpintero, las de un herrero o las de un cantero para hacer una talla o una estructura. Comencé haciéndolo como una diversión y aquella necesidad la convertí en adictiva. No paro hasta convertir la materia en el fruto de mi deseo.

Bien, pues desde aquel bautizo han pasado ya más de quince años y el artista ha ido evolucionando hasta encontrarse cómodo con lo que hace. Y decir ‘cómodo’ no significa que sus pretensiones futuras sean las de una repetición tras otra. No. Eso no. Y para demostrarlo no cejé en mi empeño de abrir nuevas puertas que él iba cerrando con sus respuestas. 

–Te mentiría si te digo que no estoy orgulloso de que mi trabajo haya llegado hasta los lugares más insospechados para mí –me aclaró–. Pero… 

Lugares que, partiendo de León y otros puntos provinciales, hicieron un largo recorrido, como: Santiago de Compostela, La Coruña, Burgos o Bélgica. El artista dispone de obra pública en La Pola de Gordón (‘Menores muertos’), en el Monasterio de Villaverde de Sandoval (‘La Madre-el abrazo’) y en el Museo de León (‘El Norte Somos Nosotros’). Con una de sus obras ha apoyado a los desesperados mineros que tanto hicieron por mantener la economía leonesa caliente cuando, a cambio, estaban recibiendo en sus cuerpos desnudos un jarrón tras otro de agua fría. Además, aunque en cierta medida vuelva a aparecer su timidez, incomodándole, tengo que decirlo yo, y lo hago muy alto: Conrado Zurdo, el artista, ha aparecido en las revistas ‘Nuevo Estilo’ (de diseño, arquitectura y decoración) y ‘Elle’ (revista de moda), ambas de tirada nacional.

–Creo que el hecho de que un decorador escoja piezas mías para sus proyectos corrobora que voy por buen camino. Que lo que estoy haciendo, y sale de mi taller, tiene un valor más allá de lo estrictamente económico. Y si hablo de economía… No me malinterpretes, por favor. Quiero decir…

La piedra en manos del artista. | G.F.C.
La piedra en manos del artista. | G.F.C.

Y lo que me dijo estaba muy claro. Y le entendí: el artista es una fuente en permanente ebullición que jamás se detiene. Es joven. Es perfecto para continuar afilando su hacha de guerra. Por eso, yo seguí metiendo la mano en su llaga y él, a veces, me respondía –pienso– con excesivo dolor. 

–Me interesa el paso del tiempo –contestó a una de mis preguntas–. Es más, te adelanto en primicia que ya lo estoy experimentando. El tiempo añade una cuarta dimensión a las tres que ocupa el espacio. Algo que me resulta interesante y que, de algún modo, conseguiré implementar en mi trabajo. Mi idea, para que se entienda, es hacer una pieza artística y dejarla ‘abandonada’ a su suerte. Puede estar allí tres, cinco, ocho o diez años. Da igual. El tiempo se encargará de dejar en ella la pátina perfecta para considerarla totalmente acabada. 

Me sorprendió. Y bajo esa continua amenaza, preparé la retirada sabiendo ya que Conrado Zurdo trabaja el acero, la madera, la cerámica, el hormigón y, por supuesto, el dibujo («dispongo de más de mil seleccionados y continúo en la brecha –me dijo–. No te vayas a pensar que he abandonado esta materia»).

Ya. Pero estando en el sitio adecuado para salir de ‘caza’, bajo la licencia que me otorga el conocimiento de saber sus lazos familiares (él es sobrino del gran vidrierista, pintor y escultor Luis García Zurdo), no podía faltar una última pregunta para dar plenamente en la diana.

Y él me respondió:

–Sí claro. ¿Cómo no iba a utilizar el vidrio en mi creación? Te diré más: es la luz la que busco con él. La luz, esa fascinación que te atrapa, juega con las tres dimensiones del espacio, de tal forma que, dependiendo de ella, la pieza artística resultante, sea de día o de noche, no es igual, es distinta.

¡Basta! Y la luz de aquella tarde se fue apagando para nosotros. Por el oeste, no obstante, todavía quedaba alguna que otra pincelada con los colores azul, blanco y naranja. Los árboles del bosque parecían estatuas que escoltaban nuestros últimos pasos y, en la ciudad, en riguroso silencio y en nuestro camino de vuelta, iban apareciendo los brillos de las farolas más madrugadoras. Arte para ver y admirar.

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