Cooper dice adiós: Todavía siento la electricidad

Por Itxu Díaz

09/11/2019
 Actualizado a 09/11/2019
La banda Los Flechazos en sus inicios artísticos.
La banda Los Flechazos en sus inicios artísticos.
Aquel directo me cambió la vida. Creo que los ‘millennials’ ahora dicen «me voló la cabeza», que es la expresión que utilizábamos en los 90 para describir lo que hacía Obélix con los romanos. Yo tenía entonces la semana como este cielo de noviembre, entre el tormento emocional y meteorológico del adolescente coruñés, y unos 15 años bien aprovechados musicalmente gracias a mi hermano Pablo, el mayor, que coleccionaba en casa tantos discos como posavasos; y tenía un huevo de posavasos. De vez en cuando instruía al enano de la familia con algún grupo, porque sabía que a mí lo del ‘bakalao’ que se embutía mi generación por los oídos me parecía una grosería. Así me introdujo en Los Secretos, en Nacha Pop, en Los Elegantes, o en Pistones. Y aquel día de mediados de los 90 le llegó el turno a Los Flechazos con El sorprendente sonido de Los Flechazos. Lo era.

Recibí ese disparo de energía que es ‘Basta ya’, que son los Remains después de diez tazas de café, y me entraron ganas de tener una ex novia a la que poder gritarle aquello de «si no te atreves a escucharme es porque tienes miedo a amar / y aunque te empeñes en odiarme tú me quieres de verdad». En aquel momento no lo sabía pero la voz de Alejandro llegaba a mis días para quedarse, no como las ex novias. Y lo único malo de aterrizar tarde en los grupos es que su actualidad desentona con lo que sientes en las venas al escuchar sus canciones. Porque aunque yo no paraba de cantar ‘Suzette’ como si hubiera descubierto la pólvora, Los Flechazos ya se estaban marchando. Navegaba sus primeros discos cuando Álex terminaba de tejer ‘Días grises’, donde se mostraba no solo como el mod capaz de romper las pistas de baile, sino también como el niño, futuro intérprete de melancolías, que quería colarse en los conciertos de Los Secretos en León trampeando haber nacido en el 67.

Había tocado el cielo desde 1988 con ‘Viviendo en la era pop’, convirtiendo a Los Flechazos en la banda imprescindible en cualquier fiesta, y veía aproximarse la hora de afrontar la aridez de la estepa posterior al último grito en Radio 3. Años más tarde lo relataría en ‘La avenida de cristal’: «porque el éxito al final / es como beber licor / sienta bien aunque es amargo su sabor»; pero ya lo había diagnosticado en los 90, y por eso en ‘Días grises’ dejaba espacio a la juerga de ‘Solo en casa’, mientras todos sabíamos que la clave del disco era Cansado: «Estoy tan cansado / que quisiera cerrar los ojos para olvidar / todo lo que ha pasado».

Cuando hace unas semanas tuve la suerte de asistir al último concierto de Cooper en Galicia, toda mi vida posterior a ‘El sorprendente sonido de Los Flechazos’ pasó ante mis ojos como en un Cinexin; eran todas las fotografías que había ido componiendo Álex para exorcizar las emociones que nos van punzando la piel al cabo de los años. Se subió al escenario sonriente como un niño en el día de su Primera Comunión, y rompió a cantar ‘Hyde Park’ «hubo una vez en que yo fui feliz / en que mi futuro era una página blanca / un mundo nuevo brillaba ante mí / y yo aprovechaba cada oportunidad». Y yo quise llorar, porque estábamos en una despedida, porque nos habían prometido un funeral como Dios manda, y los fans queríamos el duelo, pero no nos dio permiso. Nos dijo que aquello era una fiesta. Y lo era. La prueba es que yo acaba de tirarle la copa por encima a una chica de la quinta de mi hermano en un vaivén accidental de ‘Hipsters’, y me dio la sensación de que estaba satisfecha, quiero decir que es probable que llevara desde la época del Clangor sin que ningún idiota le estropeara el vestido con ron. Y mientras tanto, Alex declamaba eso de «todo el mundo aquí / es cantautor / y se ha dejado barba / no puedo evitar / la sensación / de que no pinto nada», haciéndome recordar, mientras me mesaba una escuálida barbita bastante estúpida, que además de ser una gran letrista, es un poco cabrón. Lo queremos igual.

En estas horas en las que se extingue su última gira, solo me sale darle las gracias, mientras recuerdo la cantidad de veces que he respondido a una traición con ‘Rabia’, que he alumbrado adioses con ‘Luces rojas’, que he sentido el vértigo del ‘Rascacielos’, que he explotado con ‘Un día de furia’, o que he desenfocado los ojos donde se acaba el mar con ‘Yo sé lo que te pasa’: «El mundo está cambiando / no quieres aceptar / yo sé lo que te pasa / porque yo estoy igual». Y es que no sé si por escritor, por melómano, o por salmón, entiendo bien al artista desde los primeros devaneos con cambiar de etapa, de formato, de grupo. Y a regañadientes lo comprendo también ahora cuando se quiere volver a sumergir en la niebla anónima de la que un día salió para integrar Ópera Prima con Pacho y terminar relanzando León como capital musical. Supongo que a todos nos pasa lo que confesó en ‘Diciembre’: «todavía siento la electricidad / pero los inviernos cada vez me pesan más». Y en realidad no es verdad que ya haya pasado su tiempo, salvo porque su tiempo es él; Alex siempre ha sido, en lo bello y en lo triste, el dueño de ‘La casa del reloj’.
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