Cuando la nostalgia sabe a gloria

José Ignacio García comenta la novela de Julio Llamazares 'Vagalume'

José Ignacio García
22/07/2023
 Actualizado a 22/07/2023
El escritor Julio Llamazares. | JUAN LÁZARO (ICAL)
El escritor Julio Llamazares. | JUAN LÁZARO (ICAL)
‘Vagalume’
Julio Llamazares
Editoral Alfaguara
Novela
224 páginas
19,90 euros

Hay veces en que no sé cómo iniciar una reseña, y no por falta de ideas, sino porque las diversas personalidades que habitan en mí no se ponen de acuerdo en la valoración de la novela que van a diseccionar con una minuciosidad de entomólogo. Esta es una de esas veces.

Mi yo escritor recibió con alborozo la noticia de la publicación de la nueva novela de Julio Llamazares que llevábamos tanto tiempo esperando, en León y en Pernambuco. Ese yo escritor –en eso coincide el yo forense– evoca con frecuencia ‘Luna de lobos’ o ‘La lluvia amarilla’, y esperaba que ‘Vagalume’ estuviera a su altura.

Razones no le faltaban a mi yo escritor para emocionarse. Y a mi yo forense para mantener altas las expectativas. El propio título, luciérnaga en gallego, ya es un nombre precioso, y la presencia masiva del amarillo –el color favorito de todos mis yos– en la portada, un color fácilmente asimilable al autor de Vegamián, les hacía presagiar lo mejor a mis no siempre coincidentes personalidades.
Llegó la hora de leer. Y fue ahí donde se iniciaron las disputas entre mi yo escritor y mi yo forense. Mi yo escritor estaba encantado con lo que leía. ‘Vagalume’ era como un espejo donde se veía reflejado y que le recordaba su etapa leonesa de finales del siglo pasado, cuando se convirtió en un ave nocturna (quizás por eso me haya dado con el tiempo por coleccionar búhos), que caminaba cada noche un viacrucis por diferentes garitos y tugurios de diversa catadura, para terminar indefectiblemente su recorrido en el Montecarlo, el mítico santuario de Eusebio –del gran y añorado Sebi– donde solían atracar sus naves, entre otras celebridades, las glorias de las letras leonesas. Esas glorias a las que mi yo escritor en ciernes pretendía emular y entre las que, de vez en cuando y admirado a distancia, aparecía regresado de la capital el propio Llamazares.

Pero entonces mi yo forense protestó. En su opinión la novela era una reflexión escrita para otros escritores, no para los lectores. Por eso, y porque todos mis yos añoran siempre a León, entendía a mi yo escritor; pero discrepaba con él. En su opinión, la novela era demasiado sencilla en su trama, en su estructura, en sus diálogos y previsible en su desenlace. Una novela a la antigua usanza, escrita con un lenguaje más que asequible, que se digería con mucha facilidad, eso sí es cierto, en estas tardes de estío que no admiten las lecturas copiosas ni las digestiones pesadas. Y esta novela era adecuada para eso, porque a él le sabía a poco.

Pero hay elementos de tensión, de intriga, de misterio, mujeres fantasmagóricas, multiplicidades vitales, amigos inquebrantables, fascinación del maestro hacia el alumno, análisis de la verdadera literatura, elogios a los escritores de verdad y varapalos a los juntaletras que, por mucho que publiquen, nunca escribirán una novela como cualquier dios o el mismo demonio mandan, alegó –puesto ya a la defensiva– mi yo escritor.

Y fue entonces cuando terció en el debate mi yo diplomático, tratando de poner paz entre mis yos litigantes. A ver, le advirtió a mi yo escritor, no te dejes enredar por este liante (se refería a mi yo forense) que descuartiza los libros, que los tortura y subraya, que se cuelga medallas si captura alguna errata, que busca la excelencia en cada frase, en cada giro de situación, en cada escena, en cada metáfora. Si a ti te ha gustado, escribes sobre eso, sobre la nostalgia, sobre la evocación y la memoria, sobre la admiración a tus referentes literarios, sobre lo que echas de menos León y sobre las cogorzas o los insomnios que te provocaba ser más de una noche el cierrabares del Montecarlo. Además, añadió mi yo diplomático, no olvides dónde bulle este cocido, quién es Llamazares en León y su relación con las altas jerarquías de estas páginas que te soportan y en las que te dan cuartelillo cada quince días.

Mi yo escritor se quedó de un aire. No se habría hecho nunca ese planteamiento. Y se lo agradeció a mi yo diplomático, que es mucho más analítico y reflexivo que los demás. Seguía paladeando las memorias de César, el protagonista con nombre imperial, el reguero de luz que había dejado Manolo Castro, su maestro fallecido, a su paso. Sus enseñanzas. Mi yo escritor, como Castro, como el propio Llamazares tal vez, como mi yo forense (mal que le pese) está ya en esa edad en la que todos somos supervivientes, como asegura Llamazares en el párrafo inaugural de la novela.
Y poco después encontró una frase con la que aguijonear a mi yo forense. Mi yo escritor –que es, por encima de todo, un yo lector voraz– comprendió que lo que le pasaba a mi yo forense –ese que tanto presume de su espíritu crítico– es que tenía celos de la genialidad de Llamazares, del itinerario literario que ha marcado su dilatada trayectoria.

A ti lo que pasa es que eres como César cuando empezó a escribir en el periódico local que dirigía Castro, y eso te jode, le censuró mi yo escritor (y lector voraz) a mi yo forense. Tú escribes sobre Cultura y te fastidia que no te lea casi nadie. Deberías plantearte cambiar de sección, igual si escribieras sobre La Cultu o sobre los devaneos sentimentales o ideológicos de algunos políticos no emplearías tu tiempo en balde.

Ese pullazo en todo lo alto sirvió para ahormar las acometidas bravuconas de mi yo forense. Mi yo escritor se vino arriba al ver que mi otro yo se tambaleaba y siguió insistiendo. Llamazares emplea de manera magistral una sentencia: ‹‹todos tenemos una vida pública, una vida privada y una vida secreta››. Castro era periodista de cara a los demás, un esposo y padre de dos hijas a las que no dedicaba –como tantos otros maridos y padres absorbidos por el celo laboral– el tiempo suficiente y, como sus ancestros, un escritor que publicaba bajo pseudónimo para sacar adelante su vida secreta. Y, por si fuera poco, apuntilló, no me digas que no es brillante que emplee las novelas, los cuentos y la obra de teatro que no le dio tiempo a publicar en vida, para confesar al amigo su verdadera identidad después de muerto.

No sé si mi yo forense se quedó muy satisfecho con las alegaciones definitivas de mi yo escritor, pero claudicó y empleó las últimas palabras que aparecen en la novela para enarbolar su bandera blanca de capitulación. Entre la pena y la nada, mi yo forense, como había hecho desde el principio mi yo escritor, decidió quedarse con el poso de esa nostalgia de un tiempo pasado en León que en ‘Vagalume’ sabe a gloria.

José Ignacio García es escritor, crítico literario y coordinador del proyecto cultural ‘Contamos la Navidad’.
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