La recomendación de Bruno Marcos
Libros: ‘el país de las últimas cosas’, de Paul Auster "Estas son las últimas cosas. Desaparecen una a una y no vuelven nunca más… Una casa está aquí un día y al siguiente desaparece. Una calle, por la que uno caminaba ayer, hoy no está… Cierras los ojos un momento, o te das la vuelta para mirar otra cosa y aquella que tenías delante desaparece de repente". Así comienza ‘Él país de las últimas cosas’, la novela de Paul Auster que describe un mundo en el que lo normal sólo es un recuerdo. Anna Blume narra, en una extensa carta que va escribiendo a lo largo del libro, cómo ha sido su vida en el interior de una ciudad atroz a la que viajó en búsqueda de su hermano desaparecido en ella. No se dice claramente lo que ha ocurrido para que todo se descomponga, para que se haya llegado al punto en el que lo único que el gobierno hace por sus ciudadanos sea recoger sus cadáveres de las calles, desnudos por el pillaje generalizado de los traperos. Muchos de sus habitantes buscan la muerte para acabar con sus padecimientos: gente que corre hasta reventar, suicidas desde las azoteas, clínicas de eutanasia donde vivir unos pocos días confortablemente antes del fin y hasta asesinos contratados para acabar con uno mismo… Es la miseria lo que aparece por sus páginas, una miseria que se ha instalado no hace mucho porque los personajes tienen recuerdos de otro tiempo mejor en el que era normal ser feliz, no carecer de todo. La forma de vida del vagabundo, el famoso ‘homeless’ neoyorquino, es la más extendida, la mayoría de la población está en la calle con su carro de la compra y sus harapos rellenos de periódicos. Todos están demasiado hambrientos, demasiado perturbados, demasiado enfrentados a los demás como para reconstruir nada. La protagonista es acogida en la casa de una bondadosa trapera cuyo marido ha decidido confinarse de por vida y sólo se dedica a hacer barcos en miniatura que introduce en botellas de cristal. Se ha vuelto loco de ira y de autocompasión. Su sueño es hacer un barco tan pequeño que nadie pueda verlo. Luego vive en la biblioteca nacional, convertida en extraño refugio de intelectuales y religiosos, con un periodista que está reuniendo en un libro el testimonio de aquella brutal metrópoli. Cuando van a tener un hijo ella es conducida con engaños a una clandestina tienda de carne humana de donde huye saltando por una ventana. Inconsciente aparece, rescatada por casualidad, en la residencia Woburn que se dedica a ayudar a la gente por unos días.
Esta obra de Auster nos remite al vértigo del mundo postmoderno, al temor de su posible colapso, pero también nos hace pensar si no habrá ya parte de ese colapso. Reconocemos, en cierta medida, a ese sujeto actual abandonado en su existencia al que sólo el azar, la suerte, pueden salvarle. Ese azar en toda la obra de Auster es un rescoldo de humanidad que vaga silencioso en medio del caos y la furia y que, finalmente, actúa como un clásico ‘deus ex machina’ que no se sabe cómo, y por causalidad, hace un milagro.