La recomendación de José Antonio Llamas

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La descripción de sus años mozos, tan compartidos por tantos leoneses de entonces que (ahora lo saben) gozaron del privilegio de poder salir del pueblo y recibir una formación de privilegio, es una auténtica conversión a la cultura, pues aquel tipo de enseñanza disponía a la lectura, y comprensión, de los clásicos como El Lazarillo y a los grandes pensadores griegos y latinos. Aunque también puede haber algo de Delibes. Merece, en todo caso, una atención especial de parte de muchos, o bien porque conocieron aquello, o porque tienen o tuvieron parientes metidos en aquel hermoso laberinto, del que unos salieron con menos heridas que otros. Aunque todos magullados un tanto. Pero distintos. Y, tal vez, libres.
Cano Pinto formó parte de aquel pequeño grupo, llamado Estudio de la Golondrina, (del que naciera la revista Claraboya) y que, en el seminario mayor de San Froilán, el de frente a la catedral, y ya en una edad provecta, hubo de tomar la más grave decisión de sus vidas: abandonar a Dios, y defraudar a la familia, o enfrentarse a una vida que su razón les indicaba como único camino para un hombre que piensa por sí mismo. Nada intrascendente y superfluo puede nacer de escritores como estos.