A su entrada, Ármaga todavía huele a pintura, pues fue hace apenas unos días cuando el espacio mostró a los visitantes su nueva imagen tras unos seis meses de obra. En mitad de la sala, los doscientos kilos de escultura a cargo de Tadanori Yamaguchi saludan a los asistentes, siendo buena carta de presentación para una galería que ha llegado a duplicar su tamaño a modo de celebración de su vigésimo quinto aniversario.
«En esta época en la que todo el mundo tiende a reducir el espacio y a promocionar mas el espacio web, yo quería seguir apostando por el espacio físico y por las exposiciones ‘in situ’», explica la responsable del espacio expositivo, Marga Carnero: «Quería darle un giro a la galería y hacer talleres aquí, cursos o presentaciones de libros; por eso, amplié y dejé esta zona diáfana». Todo en un «pequeño homenaje» a la que ha sido siempre la compañera de Carnero, su tía Asunción Robles. Entre ellas, desde el comienzo ya se fue fraguando la idea de ampliar Ármaga en el momento en que su vecina de comercio, dueña de una herboristería, se retirase del oficio. Así, veinticinco años después, la galería festeja su cuarto de siglo.
Y lo hace de la mano de no pocos artistas, a los que Carnero llama «de la casa», pues todos ellos han paseado su obra por las inmediaciones en ocasiones anteriores, con un espacio todavía reducido. Lo que empezó queriendo ser una muestra colectiva con el mismo número de creadores que años cumple la galería, ha acabado recogiendo en el mismo enclave obras de más de una treintena de artistas. Más de una treintena de entre los alrededor de ciento cincuenta que han compartido piezas con Ármaga a lo largo de su historia. «Algunas están hechas específicamente para la exposición porque están avisadas con tiempo», relata Carnero: «A lo mejor ese es el nexo: que estén pensadas para esta exposición, para inaugurar el espacio y celebrar los veinticinco años de la galería».
Una manzana de toques dorados de Miguel Escanciano, el pequeño astronauta de Carlos Cuenllas que mira lunático a ‘Los amados líderes’ de Pablo Jeje, adornados con elementos fálicos que no desentonan con su apariencia infantiloide, fotografías de José Ramón Vega, Casimiro Martín Ferrer y Julia González Liébana, tapices de ‘Un tal Howard’ o una sugerente imagen femenina en cueros a cargo de Alberto García Alíx, bien interesante para la galerista, se acompañan, provisionalmente, de firmas a base de lapicero, pues a la nueva cara de Ármaga aún le queda trabajo por delante.
De ello se sigue encargando la galerista, que se mueve de un lado a otro preocupada por que los veinticinco años de arte guarecido en la sala conserven el lugar que se merecen. Así festeja y celebra Carnero, emocionada por el resultado, los cinco lustros de un espacio que, igual que la responsable, dedica su vida al arte. Un espacio que reúne y cofecciona escultura, pintura, fotografía y que ahora quiere convertirse en el último centro cultural en estrenarse en la capital. Todo en un alegato al arte y la cultura como elementos diferenciadores y, al mismo tiempo, conectores de lo que fuimos, de lo que somos y de lo que seremos.