La transcripción que sigue corrige levemente el lenguaje, pero trata de mantener intacta toda la peculiaridad del registro hablado. «Me dicen Luzmela ahora, pero veramente Ludmila soy nacida, no quiero nada de nombres que me dieron en Mitteleuropa hasta arribar Ispania. De niña tienes dentro idiomas todas, a mí resonan varias. Ispaniol aprendida con novelas cuando dejaban vivir, si vida era. No con clientes, estos poco hablan. Yo fui nacida en Serbia en 1993, pues sin niñez. Loto no tocó de vida. Primero, después de guerra, migramos Österreich, perdí mamá (nunca papá) y perdí lengua de nacida. Con refugiados, fui enseñada estraña. Después de Ostria movieron Deutschland, y reían del habla nuestro. Cinema americana de chicas teens siempre quieren salir populares, yo normal solo. Con quince ya resemblaba mujer y quería ir de allí, pero sabía nada. Pagué dinero de libertad con libertad, me traficaron. Principio modelando fotos y vídeos soft, pero deuda sigue, paso delante malo,... rememorar no quiero. Enferma drogas, dejo Germania y paso France unos años, luego arribo Ispania meses tras. Vivo con chicas estrañas, como ganado hacen código barras tatoo. Días iguales a días, para nosotras noches. Yo lejos veo mujeres haciendo compras, con niños a cole envidio. Mucho veo tele no realidad, pero sería si… Industria aburrida todo tiempo. Engordo, siempre cerrada y cuidado si pillo algo… Y cojo pero de otro, enferma de hospital. Allí estando desmontan todo y rescatan, a casa cogida. Primero bien, pero luego más todavía aburrida y menos todavía libertad, porque desgancho. Cerrada mucho rato, metadona horrible. Pero hago, y arreglan papeles. En marzo, empiezo trabajar fuera refugio. Por final, 2020 normal…»
Post Scriptum
Como asistente social en su última etapa, quiero concluir aquí esta historia que es mucho más que una ficha de estudio sociológico o de género. No sabemos cómo se hubiera adaptado a su nueva situación, pero Luzmela (así, castellanizado, le gustaba oír su nombre el poco tiempo que llegó a estar en España, en el que llegó a hacerse entender razonablemente bien con una especie de babel de lenguas); Ludmila, digo, tenía ya concertado un trabajo a domicilio bajo supervisión, cuando todo se vino abajo y quedó abortado. Fue reasignada a un nuevo centro con gente desconocida de todo tipo y bajo enclaustramiento impuesto debido a imperativos sanitarios de la situación sobrevenida. No lo pudo aguantar: había tenido tan cerca esa libertad que tan poco disfrutó y esa normalidad que envidiaba, que se escapó del centro y volvió a ejercer en condiciones deplorables para proveerse de droga, en la que recayó. Por una u otra razón fue detenida varias veces, vulnerando el llamado confinamiento (una reclusión legal de hecho), y finalmente se contagió, pues tan de riesgo eran sus prácticas como su persona, con las defensas caídas tras varias hepatitis mal curadas que traía a cuestas de su odisea europea. No la llegaron a hospitalizar: la medicación a base de paracetamol no sirvió de nada y una vez más quedó recluida en casi total soledad. Murió sin alcanzar esa normalidad a que aspiraba, o acaso esa era su única posibilidad de conseguirla: un número al lado de otro número en las estadísticas…, si es que llegó a entrar en ellas. Yo la visité poco antes del final, saltándome todos los requerimientos preventivos. Me contó que apenas se acordaba nada de su lengua materna ni de su infancia, pero que su nombre, Ludmila, al que no quiso renunciar, significaba «amada por el pueblo». ¡Pobre Luzmela!, los antiguos decían «nomen est omen», el nombre es el destino. No se pudo librar de él.
Cuentos de la 'nueva normalidad': Luzmela
Miguel Martínez Panero es el autor de este relato que formará parte del libro ‘Cuentos de la nueva normalidad’ que aparecerá este otoño publicado por Marciano Sonoro Ediciones
24/07/2020
Actualizado a
24/07/2020
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