Ha habido, por supuesto, durante los doce meses pasados, cosas destacables dentro del campo de la cultura como la magnífica exposición temporal que se realizó en el Museo del Prado ‘Arte y transformaciones sociales en España (1885-1910)’, que contó con cuadros excepcionales de una época en la que aún la fotografía no era el gigante de la imagen que fue luego y en la que todavía existía una pintura academicista mientras el mundo se volvía extremadamente convulso.
En el ámbito local hubo muestras interesantes como la del fotógrafo Catalá-Roca en El Palacín, que documentaba la vida española en la década de los años cincuenta que, habiendo sido tan sombríos, sorprendían llenos de vitalidad probablemente porque entonces terminaba definitivamente la guerra civil con el fin del racionamiento y la desaparición de la lucha guerrillera en los montes. También cabe señalar ‘Pueblos de colonización’ que, en la Fundación Cerezales, mostró un amplio estudio de cómo fueron trazados de manera innovadora los municipios fruto de la colonización interior, nacidos con el agua de los embalses construidos.
Pero el año 2024 fue para nosotros el que nos proporcionó la peor imagen de nuestra situación en el campo de la cultura que se recuerde. En los resultados que publicó el Observatorio de la Cultura, la ciudad de León apareció en la cola de la lista, en el lugar número treinta, bajando siete puestos respecto al periodo del análisis anterior en el que tampoco estábamos bien. De toda Castilla y León sólo salió bien parada Valladolid, que tuvo buenas posiciones en muchas de las clasificaciones destacando con la Semana Internacional de Cine, Seminci, o el Museo Patio Herreriano.
Una institución, que debería ser el buque insignia de la contemporaneidad en Castilla y León y que debería ir a la cabeza con otras entidades similares, el Musac, se desplomó hasta los últimos puestos de la clasificación, veintidós puestos menos que el año anterior, pero todavía muchos menos que en 2018 o 2019, en los que aparecía entre los primeros. Es posible que ni siquiera la buena exposición de la figura histórica del arte conceptual de los años setenta, Ana Mendieta, ni la muestra del conocido artista y activista chino Ai Weiwei, en la que a última hora se han invertido sorprendentemente varios cientos de miles de euros, hagan reflotar la institución que se está dejando morir.
El Musac, que sigue —como lo ha sido durante sus dos décadas de existencia— controlado desde Valladolid con una dirección actual que lo mantiene en mínimos vitales, cada vez tiene menos personal laboral, ha cancelado el laboratorio 987 que apoyaba a los creadores de la región, ha clausurado su librería, el restaurante y hasta la cafetería; sus exposiciones son las más largas de todo el ecosistema expositivo prolongándose algunas hasta un año y habiendo ahora tan sólo dos en todo el museo en lugar de las seis que llegó a tener simultáneamente.
Esperemos que esta situación cambie en el próximo año tomando las medidas adecuadas.