A tiro de piedra de Azadón y del municipio en el que se encuentra inmerso, dentro de ese tramo del Alto Órbigo, existen también otras poblaciones con las que se entrelazan relaciones, costumbres, intercambios,..., lugares que tal vez nos suenen más por la presencia mediática que han conseguido gracias al reconocimiento de aspectos tales como algunos de sus más tradicionales festejos o el de su patrimonio histórico-artístico. En el primer caso, hablamos de los «antruejos» de Velilla de la Reina (en el mismo municipio) o los de Llamas de la Ribera, festejos de origen desconocido aunque seguramente asociados a celebraciones de la antigua Roma, y hoy declarados Fiesta de Interés Turístico Provincial, celebración que, si aún no conocen, recomendamos fehacientemente aunque sea para disfrutarla una vez en la vida. En el segundo caso, hablamos del Monasterio de Santa María Carrizo (en Carrizo de la Ribera, localidad de origen entre celta y romano) fundado en el siglo XII y declarado Monumento Nacional desde 1974 y que sin duda bien merece también una visita. Toda esa ribera ha sido para mí destino profesional durante largos años, tanto con población infantil como adulta (principalmente femenina en este caso) y a través de ella he atesorado diversa información que me ha servido para incorporarla a mis propias creaciones literarias, dentro de esa atracción irrefrenable que desde siempre siento por la tradición oral; tierras en las que he visto florecer el lirio silvestre en la orilla de sus aguas, me ha acompañado el crotorar de las cigüeñas en las espadañas de sus iglesias, y me ha regalado la hospitalidad de sus gentes aportándome descubrimientos de costumbres y condumios que, hasta llegar allí, creía exclusivos de otras tierras. Hoy, con este nuevo acercamiento a través de los ojos de Rosa Balbuena, recordaremos la particularidad de los momentos y lugares que un rincón de esta comarca puede ofrecernos y que, como todo lo pequeño, es tantas veces capaz de convertirse en universal. Conociendo a Rosa BalbuenaRosa Balbuena es una de esas mujeres que, sintiendo pasión por la literatura durante toda su vida, no llega al ejercicio de la misma – en cuanto a publicaciones y visibilización de su trabajo se refiere– hasta que la presión de su ejercicio como madre, que combina con el de su profesión, en la planta de pediatría del Hospital de León desde hace ya bastantes años, comienza a hacerse menos absorbente. Y nos dirá: «mi segundo oficio es el de escribir varias horas al día». Rosa ha vivido prácticamente toda su vida en León, lugar donde nació y donde sigue afincada. Con sus raíces plantadas en un pequeño pueblecito de la provincia, muy próximo a León y aún más a la localidad de Carrizo de la Ribera, claro punto de referencia dentro de dicha zona, hoy nos trae la invitación a conocer una de esas pequeñas ermitas sembradas por toda la geografía leonesa, la que ella ha vivido como propia, y que siempre son un remanso de paz para quienes se acercan a ellas en momentos ajenos a las romerías con que periódicamente despiertan al bullicio de la vida y de la fiesta.
Las experiencias que a lo largo de toda su trayectoria como mujer, como madre, como profesional,..., ha tenido, ha comenzado Rosa a recogerlos en dos poemarios que ya han visto la luz y cuyos títulos nos hablan ya de algunas de las inquietudes que marcan el devenir de su obra – ‘Porque somos agua en sus infinitas formas’ (2020) y ‘Cribando piedras’ (2022)–, así como en numerosas colaboraciones tanto escritas como presenciales.
Actualmente inmersa en un libro nuevo de relatos cortos, hoy les dejamos este acercamiento a uno de sus lugares preferidos dentro de esta rica provincia nuestra que semana a semana vamos recorriendo bajo la atenta mirada de los ojos de ellas.
Azadón y la romería de Santa Catalina
«Azadón es un pequeño pueblo perteneciente al municipio de Cimanes del Tejar y tan unido a él que las casas se confunden. Estos dos pueblos celebran la romería de la Virgen de Santa Catalina conjuntamente el martes antes de la Ascensión, hoy en día trasladada al sábado siguiente por motivos laborales.La ermita de la Virgen de Santa Catalina está situada en mitad de la ladera de un monte desde el cual se divisa toda la ribera, sus gentes y hasta el nacimiento del río Órbigo que riega las tierras de labor de la zona.
La subida hasta la ermita transcurre por un camino muy empinado rodeado de robles y pinos que en las épocas de más calor desprenden un agradable olor a naturaleza creando una sensación única. Los sentidos se agudizan al oír y observar a las aves, los reflejos de la luz sobre las hojas de los árboles, las vistas, el paisaje, en fin, un mundo de color que se ofrece nuevo cada vez que lo visitas. Es un camino de tierra agreste y poco recomendable para personas con dificultad para desplazarse, pero la sensación es tan agradable al llegar arriba que bien merece el esfuerzo realizado.
Una vez arriba, y ya en la explanada, te encuentras con una ermita pequeña. Si te asomas por los ventanucos podrás ver los exvotos colgados en las paredes y que representan el dolor que, en esa pequeña zona de ribera, han soportado sus vecinos. Brazos, piernas, cuerpos de bebes y hasta un barco en miniatura de alguien que partió a las Américas en tiempos difíciles. Todas esas ofrendas a la Virgen merecen el respeto que yo, por supuesto, estoy dispuesta a darle. Desde esos mismos ventanucos apenas se divisa una espectacular bóveda con sus pinturas de motivos coloreados que te hacen suspirar profundamente y la pequeña imagen de una Virgen gótica que causa devoción a las siete aldeas que la rodean.
La fiesta de Santa Catalina se celebra por turnos. Los siete pueblos que conforman la devoción hacia esta Virgen y esta ermita organizan su romería en diferentes días dado que ni el camino, ni la ermita están preparados para mucha gente. Esos feligreses, aparte de sacarla en los días de romería, se acuerdan de su Santa cuando necesitan implorar lluvias para sus campos y también para que cesen los malos temporales.
En los días de romería se asciende con un cortejo procesional desde el pueblo que corresponda hasta arriba acompañados de los pendones de todos los pueblos y las cruces procesionales y, ya en el inicio de la subida, se recoge a la Virgen en sus andas para acompañarla hasta la ermita. Una vez allí se celebra la misa, otra pequeña procesión alrededor de la ermita, la comida común y, ya por la tarde, los bailes de los diferentes grupos regionales de la zona.
Sin embargo, a mí, poco amante de festejos y aglomeraciones de gente, me gusta subir cuando el camino está sin transeúntes y la ermita solitaria para dejar que los sentidos se empapen de silencio.
Su paz es el mejor aliciente para mí».