Dejamos atrás el Festival de cine de San Sebastián repasando algunas de sus propuestas más relevantes que se han dado en estos últimos días, grandes proyectos que no serán del gusto de todos, pero que no dejarán indiferente a nadie.
Para variar un poco la tónica de tanta película, reservé mi entrada para el preestreno de ‘Esta ambición desmedida’, el documental sobre la gira del cantante C. Tangana después de sacar su último disco, ‘El Madrileño’. El proyecto, dividido en tres capítulos exclusivos para los usuarios de Movistar plus, sacrifica el realismo inherente al formato documental, con unas intervenciones y momentos en los que se percibe que han echado mano de guion, o bien se creen su propia película, para volcarse en la espectacularidad y el frenesí que se vivió en dicha gira, editando a machetazo limpio una escena tras otra en múltiples formatos, que van desde una cámara profesional a 24 fotogramas por segundo a la de un móvil. Un concierto de más de dos horas y media, que se da tanto arriba como detrás del escenario, mostrando al C. Tangana más endiosado y ebrio de su propio talento, pero también al Antón más vulnerable y humano.
Uno no puede obviar que hay películas que están sencillamente bien, pueden gustarte menos o más, pero no las puedes sacar prácticamente defectos, aunque tampoco se te ocurran muchas virtudes. Tal es el caso de ‘Bastarden’, la nueva cinta danesa protagonizada por su actor más prominente, Mads Mikkelsen, quien da vida al primer colono de la península de Jutlandia, cuando todavía esta era considerada una tierra yerma e inútil. ‘La tierra prometida’, como también se la denomina, es un drama histórico con todas las letras, no corre ningún tipo de riesgo y funciona exactamente como uno espera, para ponerla después de comer y quien quiera dormirse no se pierda gran cosa, sin que el que aguante despierto se aburra tampoco. Cada vez se ven menos ejemplos de esta clase de cine, seguro que el que elige las películas de la Cuatro para la sobremesa estará frotándose las manos con ‘Bastarden’.
Entre tanto drama que se ha visto, aunque reducido en comparación con otros años, en este Festival de San Sebastián, se agradece que haya películas como ‘Past lives’, que, sin aparcar ese tono dramático, nos deja un sabor de boca romántico. Aquí se nos presenta la relación de una pareja de la infancia, que se ve separada por las circunstancias de la vida, las mismas que los llevan a recuperar el contacto varias veces a lo largo de los años, manteniendo viva, pero latente, la llama del amor que alguna vez pudo ser, puede que en sus ‘vidas pasadas’. ‘Past lives’ se ha ganado el favor de muchos de los festivales por los que ha pasado, así como el corazón de su público, con una fotografía casi tan mimada como su guion, con diálogos, y miradas, que se quedan contigo aun mucho después de que terminen los créditos.
También con un romance de por medio, pero desde una perspectiva mucho más estoica, se encuentra ‘Fallen Leaves’, para mi gusto, una de las mejores obras que he visto en todo el festival. Estamos ante lo último de Aki Kaurismäki, director finlandés cuyos trabajos se basan en la simpleza de sus historias y de sus personajes, presentando aquí bocetos de personas que viven en un mundo paralelo al nuestro, asocial, marginal y obrero, entre bares de viejos y trabajos ruinosos; y cuyas emociones se ven encerradas en muecas y caídas de ojos. En este panorama gris y desolador, con especial hincapié en la actual guerra de Ucrania, el único que puede salvar a alguien es el prójimo. Kaurismäki describe a dos protagonistas que se aferran al amor como el clavo ardiendo que sostiene el frágil equilibrio de su vida, todo sin grandes gestos o muestras de cariño a bombo y platillo, sino concediéndose un mínimo de aprecio y alguna sonrisa, mucho más de lo que nadie en su situación se puede permitir. Leyendo esto uno puede pensar que ‘Fallen Leaves’ es un dramón infumable, pero nada más lejos. Bajo ese cuerpo dramático y pesimista, se oculta una comedia negra con un guion audaz y certero, en el que las conversaciones más irrisorias se mantienen sin torcer el gesto, sabiendo sacar a los espectadores las risas que los personajes parecen tener prohibidas.
Una película que me sorprendió gratamente, como le pasará a cualquiera que la conceda una oportunidad, fue ‘Yo capitán’, que sigue los pasos de un inmigrante africano que busca llegar a Europa, mientras atraviesa mil penurias y sufre en sus propias carnes las peores facetas del ser humano. Lo que prometía ser un drama social resultó ser una historia de aventuras y desventuras, con un presupuesto y una dimensión dignas de un blockbuster, pero sin renunciar a su esencia humanitaria, poniendo de relieve que aquello que estamos viendo en pantalla y nos parece tan irreal, puede estar sucediéndole a una persona en este mismo instante. Algunas críticas hablan de una idealización del la tragedia migrante, vendiéndola como una aventura emocionante. Es cierto que la película elige los caminos más vistosos y ‘peliculeros’ para llegar hasta las costas del Mediterráneo, pero ese gesto facilita mucho la digestión de un argumento que en otras manos podría haber caído en convertir en aburrida una vivencia que, aunque terrible y peligrosa, no deja de ser emocionante.
Querría terminar hablando de la que puede que haya sido la mejor película de todo el festival y una de las experiencias más catárticas que jamás he tenido en el cine. Me refiero a ‘Cerrar los ojos’ del maestro Víctor Erice, quien regresa una última vez para demostrar que no hay nadie que entienda el séptimo arte como él. Sin embargo, creo que semejante gesta merece su propia reseña a página completa, dejando a un lado el hecho que necesito volver a verla para terminar de sumergirme en ella, donde no me hubiera importado quedarme aun más tiempo, después de las casi tres horas de puro cine para el cine.