El pasado es un perturbador desafío no siempre fácil de enfrentar, porque el pasado siempre vuelve como ese valiente capitán de infinitud de ejércitos para acosarte a diario con la fiereza de mil lanzas sin filo, clavándose en tus entrañas lentamente, despiadamente. Porque el pasado no necesita puntas, bordes o aristas para herirte de muerte, no necesita heridas, sangre, cortes, ni tampoco dolor. Porque cuando el pasado llama a tu puerta, no duele el cuerpo, duele el alma, duele por dentro, sumiéndote de nuevo en un remolino violento y salvaje de emociones que desearías no volver a sentir. Sin embargo, ahí están de nuevo, impertérritas, estoicas, indolentes, indomables, reclamando tu atención una y otra vez, sin tregua, sin descanso, sin respiro ni final.
El pasado, tu pasado, te acosa con todo lujo de detalles y a todo color, con los retazos más cruentos que han marcado tu existencia, para hacerte gritar una vez más, para que vuelvas a derramar tus lágrimas más dolorosas una vez más, para ver cómo te retuerces en el suelo, suplicando que se vayan, una vez más... Pero también te aplasta con tus más bellos recuerdos o con tus paisajes más queridos, únicamente por el simple deleite de perderse entre tus tristes muecas cuando recuerdas todo lo que ya no tienes, todo lo que has perdido y nunca volverás a tener, mientras ese pasado que en ocasiones añoramos ríe satisfecho y feliz, porque ha vuelto a conseguir que permanezcas bajo su soberanía un fragmento de vida más.
Pasado, valiente soldado de inmisericordes combates, curtido en la desolación de una guerra contra ti, en una guerra eterna que siempre pareces perder. Pasado, obstinado aliado del tiempo, amante del miedo, tenaz enemigo del hombre, sempiterno competidor del futuro, seguirán luchando cuerpo a cuerpo en una contienda sin cuartel, sin normas, sin reglas, sin leyes, en una fiera batalla a muerte por el control de tu mente. ¿Y tú? Tú simplemente les dejas hacer su voluntad, impasible, ignorante de sus engaños, porque ni siquiera eres consciente de cuánto daño te hacen.
Pasado, invitado no siempre deseado, suele presentarse sin llamar, saltándose todos los límites, reglas y protocolos como si tu vida en verdad le perteneciera. Su carta de presentación es un escalofrío recorriendo tus venas, tomando asiento a tu lado sin pedir permiso y sin dignarse a preguntar si le has echado de menos, convirtiéndose en ese espantoso monstruo que te visita cada día, cada noche o cada vez que tu cabeza suplica un poco de calma, serenidad y sosiego. Pasado, pasado, hechicero de sentidos, ladrón de mentes, usurpador de pensamientos, digno contrincante del tiempo, guarda en su haber todas las memorias de lo que un día fuiste, encerradas en un brillante espejo que jamás podrás atrapar ni mucho menos poseer.
El pasado es, en definitiva, un pozo profundo y aterrador que en ningún caso has de confundir con un hogar al que volver, porque el pasado, pasado es, pasado está, ya no existe, ya no es y ya no te pertenece, a pesar de que a menudo lo puedas confundir con un cálido y reconfortante abrazo en el que refugiarte, en busca de las risas que alguna vez fueron tuyas, en busca de los lazos que tejieron familias, de los silencios que nunca te hablaron o de las lágrimas que nunca quisiste derramar. El pasado se agazapa tras lúgubres telarañas, tras polvorientos accesos que conducen a todo lo que alguna vez llenó tu vida de luz y color, todo lo que la tiñó de gris y sepia, todo lo que la convirtió en una noche oscura, fría, áspera y eterna, convirtiéndote en su esclavo cada vez que lo visitas, cada vez que sientes su llamado, cada vez que te dejas envolver entre sus ilusorios brazos.
No te dejes acunar, pues, por esos melodiosos sonidos que te arrancan de tu momento presente para transportarte a un mundo de fantasía tan irrelevante como capcioso. Vuelve atrás únicamente para atesorar con fuerza todo lo que has aprendido, para recordar los días felices, valorar tu pedregoso camino, aquel cálido abrazo o esa sonrisa que te llenaba el alma, pero luego... luego suelta, no te ancles en las memorias que ya se esfumaron porque en ellas solamente encontrarás sufrimiento, un sufrimiento innecesario que puede impedir que tus días sean luminosos y serenos. Porque la vida solo fluye hacia adelante, solamente en una dirección, y tú debes fluir con ella de igual modo, dejándote llevar, adaptándote a sus curvas, esquivando sus obstáculos y alimentándote con sus lecciones, pero siempre en tiempo presente, siempre aquí, siempre ahora.
Deja el pasado donde debe estar, deja de perseguirlo, de regodearte en él y con él, deja de respirar su malvada esencia, de danzar con su desgastada melodía. Relégalo al lugar al que pertenece, a su singular rincón del olvido, cierra la puerta y tira la llave, único modo de dejar de recordar recuerdos que ya estás cansado de recordar.
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