Después de que lo encontrara la dueña de la pensión barcelonesa en la que se hospedaba con una hilera de valiums dispuesta sobre la cama y le dijera: «¿Pero es que va usted a hacer lo mismo que la Marilyn Monroe?», explicó que él practicaba el suicido al revés, es decir, que intentando matarse sin lograrlo lo que asesinaba era al resto del mundo.
Ahora, cuando se cumplen diez años de su verdadera muerte, todo lo que se recuerda de la vida del poeta Leopoldo María Panero eclipsa su obra que, poco a poco, va siendo más literatura y menos música de acompañamiento a una existencia empeñada en pintarse de esperpento.
Está por analizar lo que el dolor y la locura transfirieron a su poesía y, más allá de su biografía o lo que él mismo declarara, está por ver lo que el lector del futuro halle de construcción estética en ella. Tal vez, en los próximos, años tengamos otra perspectiva o, quizá, sus versos huérfanos ya de su impactante sombra sean definitivamente olvidados.
Tocaría ahora leer sus libros sin recordar al personaje y la persona, las descarnadas películas que de su familia hicieron Jaime Chávarri y Ricardo Franco, la locuacidad cruel y autodestructiva de los tres hermanos, el fantasma del padre poeta notable o la figura distinguida y doliente de la madre, irónicamente llamada Felicidad Blanc.
Tendremos ocasión de hacerlo mejor a finales de este mes, cuando aparezca en los escaparates de las librerías publicado el último tomo de la edición de sus poesías completas con más de quinientas páginas recopiladas y presentadas por el mayor especialista en el prolífico poeta maldito, Túa Blesa.
El cinco de marzo pasado hizo una década de la muerte de Leopoldo María Panero, hecho que no pasó en su día sin cierto revuelo al quedar los derechos de su obra sin heredero visible y al correr el rumor sobre la posibilidad de que existiera un hijo secreto suyo. También hubo controversia sobre el destino de sus restos que, finalmente, han ido a la tumba familiar de Astorga, ciudad que vive una relación ambigua con la saga a la cual debe notoriedad en todos los ambientes culturales del país.