«Un maragato en el Val / con amargura lloraba/ porque no podía sacar/ por la cabeza las bragas...». (Fragmento recogido por Dolores Fernández).
Cuando quienes hoy en día caminan por los senderos que vienen ocupándonos en esta sección, cuando quienes les leen y/o escuchan echan la mirada atrás buscando las raíces en las que se asientan esas artes que se basan en algo tan intrínsecamente humano como son la palabra y la música, no sé hasta que punto son conscientes de lo hondo que estas se hunden en el devenir de los tiempos, pues ambas nos llevan al principio de los mismos, aquellos en los que la humanidad se convierte en tal y comienzan a compartir tiempo y espacio alrededor de la hoguera, contando, cantando, comunicándose para llenar espacios de ocio o acompañar algunas labores más sedentarias de lo que solían ser las ligadas a la obtención del tan necesario alimento. Esos espacios tienen que ver con la tradición oral, una tradición que ha acompañado nuestra evolución cualquiera que haya sido el lugar, cualquiera que haya sido la cultura, una tradición de la que han bebido los mejores de los escritores de todos los tiempos, los mejores de los músicos,... una tradición que, sin embargo, hoy, parece estar perdiéndose en muchos casos.
Desde luego yo me considero deudora de esa la misma. Sin la que he heredado directamente y en persona desde mi más tierna infancia, sin la que me llegó después a través de todo lo leído, lo escuchado y visto, quizá no hubiera llegado a ser la escritora que soy, o al menos no de la misma manera.
Por eso y por otros muchos motivos, mi propuesta de hoy va encaminada a rescatar la figura de una mujer que fue clave para salvaguardar gran parte de la tradición oral de una comarca, mi comarca, la tierra de “maragatos”; una mujer que fue memoria viva hasta el mismo día de su fallecimiento y que ha contribuido a la creación de un archivo que a la vez que es historia es presente y que no deberíamos dejar perderse nunca, un archivo que es palabra y un archivo que es música.
Hablamos de Dolores Fernández Geijo (Val de San Lorenzo 1921-2003) artesana tradicional de la lana y transmisora indispensable de la oralidad, en una tierra que aún guarda considerablemente viva gran parte de sus tradiciones. Y es que el oficio de tejer lleva ineludiblemente unido también el hilado de las palabras, con y sin música, en una urdimbre perfectamente montada para ser siendo transmitida de generación en generación. Dolores Fernández murió un 7 de enero, a los 81 años de edad. El paso de los magos de Oriente por tierras maragatas se llevó para siempre su vida dejándonos, a cambio, un inmenso regalo de tradición y cultura popular, todo un obsequio de incalculable valor para quienes han decidido no renegar de sus raíces y que, muy al contrario, se sienten deudores de las mismas y saben valorar en su justa medida un legado que es tan sumamente valioso. Y es que hoy en día, en determinados sectores (más relacionados quizá con la música que con la literatura) volver la vista a nuestro patrimonio inmaterial –aunque sea pasándolo por el filtro de la actualización- está de moda.
Aunque hoy centre mi mirada en Dolores, no hay que olvidar (no lo hagamos tampoco del hecho de que estamos hablando de tradiciones, de transmisión oral y, por tanto, también de transmisión generacional) que tenemos que pensar también en Carolina y Antonia (Toñina) Geijo, madre y tía respectivamente de nuestra protagonista. De ellas heredó sus grandes virtudes a la hora de transmitir canciones, romances e historias que, sin ellas, tal vez se hubieran perdido en el tiempo. Seguramente entre las tres, (y junto al caso de Eva González, de Palacios del Sil, escritora sobre la que llevamos varios meses trabajando para dar a conocer su legado) constituyan el grupo de mujeres que más datos aportaron a la tradición oral de nuestra provincia. Sin duda esto es así en lo referido a Maragatería; con sus referencias recogidas en diversos archivos de musicología popular, desde mediados de los años cuarenta se convirtieron en informadoras de importantes estudiosos de la tradición oral, llegando a aportarles incluso romances del siglo XVI que ya se habían olvidado en la mayoría de los lugares de España.
Mas centrémonos en Dolores Fernández, quien viuda y con hijos con tan solo 27 años, volvió al telar junto a su madre y su tía, para afrontar con los medios obtenidos de tal labor, la crianza de los mismos. Y en torno al mismo, que ya recordaba de bien chica en la casa de su madre (hasta sesenta como el suyo recordaba ella que había cuando contaba solo con diez años, a comienzos de los años treinta), tantos romances e historias cantadas y contadas una y otra vez y que levantaron la expectación de toda una serie de etnógrafos de diversas procedencias que centraron su interés en recoger –antes de que se perdiera para siempre- toda una tradición oral tan salvaguardada como lo estaba en la memoria de estas mujeres.
Con apenas veinte años, Dolores había comenzado ya a contribuir con sus saberes tradicionales a la información demandada por dichos recopiladores. Se sabe, por ejemplo, que contribuyó, a la obra 'Del Cancionero leonés', publicado por Mariano D. Berrueta en 1941. Después vendrían otras muchas colaboraciones, como las grabaciones realizadas para la Cátedra Menéndez Pidal, de la Universidad Complutense de Madrid, o las que se custodian en la Fundación Joaquín Díaz. Entre los nombres más reconocibles de los numerosos profesores, investigadores y etnógrafos a los que proporcionó innumerables datos, destacaremos sin duda (en parte por lo que de pionera tuvo en este campo de la etnografía esta leonesa de quien también nos hemos ocupado en estas páginas en alguna ocasión) a Concha Casado, con la que estableció una relación permanente a través de la cual le proporcionó, para sus investigaciones, información precisa sobre el traje, las joyas y la artesanía popular de Maragatería. Pero fueron muchos más los que pasaron por su casa, investigadores como Manuel García Matos (1951), Alfonso Turienzo Martínez, José Manuel Sutil, los hermanos Carro Celada, José Manuel Fraile (responsable también de la publicación El romancero de Eva González de Palacios del Sil ), Joaquín Díaz, Luis Alonso Luengo, Conrado Blanco, Mercedes Cano, José Luis Alonso Ponga, ..., y eso por citar solo a algunos de ellos.
Sin embargo, en todo ese proceso de transmisión, quizá lo más llamativo sea la aportación que Dolores hizo para el americano Alan Lomax (1915-2002), una contribución que formó parte de la internalización del estudio de nuestro folklore que ello supone y que destacó por ser la primera vez que su voz se grabó, permitiendo que la misma llegase incluso a los vecinos que acudían a ver el proceso, porque luego las grabaciones eran reproducidas para que estos pudieran escucharlas. Contemporáneo de la propia Dolores, Alan Lomax recalaría en territorio valuro, en el año 1952, donde la conoció a ella, a su madre y su tía, y grabaría su voz (“con aquel aparato que parecía el mismo demonio”, diría ella misma años más tarde) hasta en una veintena de registros (entre ellos una versión del romance de Gerineldo). Este material, junto a fotografías, cartas que les envío y otros documentos, forman todo un legado integrado en el ingente material recopilado por el americano en la década de los cincuenta, y que se conserva en el archivo de la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos. Posteriormente, este material sería a su vez investigado y publicado en España gracias a la labor de la profesora Ascensión Mazuela-Anguita y editado en España por Emilio Ros, responsable del área de Musicología de la Institución Milá y Fontanals de Barcelona, por lo que podemos decir que la voz de Dolores Fernández Geijo y sus referencias de tradición oral se conservan en diversos puntos del planeta comprendidos entre Barcelona, por el este, y llegando a Washington por el oeste, pasando por nuestro territorio, o tierras vascas y asturianas, por ejemplo; y todo ello gracias a numerosos archivos de musicología que custodian la tradición.
La de una Dolores Fernández Geijo es, sin duda, toda una amplísima y valiosísima muestra de memoria y sabiduría popular a la que merece la pena seguirle el rastro, y con la que –a través de una mínima muestra de la misma- quiero cerrar hoy mi acercamiento a ella; precisamente, con el inicio de uno de los romances más antiguos, y casi perdidos, que los estudiosos lograron recuperar de su memoria. Espero que a ustedes, lectores, les ayude para recuperar también un legado musical que no podemos permitirnos perder bajo ningún pretexto.
«El traidor era Marquitos/ todos le llaman traidor,/ por dormir con su señora/ ha matado a su señor./ – Abre puertas Catalina,/ ábrelas, mi lindo amor./ – No te las abriré, Marcos,/ no está en casa mi señor./ – Tu señor quedaba preso/ n’esa ciudad de Aragón,/ vengo en busca de dinero/ por deshacer la prisión./ Catalina como diestra/ sus puertas trancó mejor, (...)». (Fragmento inicial del romance ‘El traidor Marquillos’).